Durante los días del Triduo Pascual, los cristianos revivimos y actualizamos sacramentalmente en las celebraciones litúrgicas los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. De este modo, por la acción constante del Espíritu Santo, podemos experimentar la entrega amorosa de Cristo al Padre por nosotros y por la salvación del mundo.
Este año, debido a la pandemia del virus que está afectando a tantos hermanos nuestros en todo el mundo, no podremos participar de los oficios sagrados en los templos ni acompañar los pasos procesionales por las calles de nuestros pueblos y ciudades como sucedía en años anteriores. Será, por lo tanto, una semana santa distinta e inesperada.
Con actitud de recogimiento meditativo, tendremos la oportunidad de seguir y vivir los oficios sagrados en la intimidad de nuestros hogares a través de los medios de comunicación y de las nuevas redes sociales. De este modo, podremos contemplar en silencio meditativo a Cristo que se da y nos entrega su vida para compartirla con nosotros, para que tengamos vida abundante.
Frente a quienes pretenden ser autosuficientes y realizarse por sí mismos, entregándose a la idolatría del poder, del progreso y del dinero, los cristianos adoramos al Hijo de Dios que se entrega y se reparte en la Eucaristía para que todos tengamos vida y para que experimentemos el gozo de dar la vida por los otros. Al adorar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, entregados por la salvación del mundo, reconocemos la presencia del mismo Dios en medio de nosotros y nos hacemos solidarios de su misma entrega.
Pero, además de adorar al Señor, que se entrega por nosotros en la Eucaristía, este año somos invitados también a contemplar al mismo Cristo en la pasión y muerte de tantos hermanos que sufren en los hospitales la limitación humana a causa de la enfermedad. En ellos especialmente se hace presente el Cristo muerto y resucitado para ofrecerles esperanza y para acompañarlos en la incertidumbre y la soledad.
Además, hemos de descubrir al Cristo sufriente en los sacrificios y entrega del personal sanitario, de los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de tantos voluntarios que, con pocos medios de protección, acompañan, consuelan y arriesgan sus vidas, como buenos cirineos, para devolver la salud a los enfermos o para brindar esperanza y ayuda a quienes se encuentran caídos bajo el peso del dolor.
Dios, nuestro Padre, del mismo modo que escuchó la oración de Jesús, antes de su muerte en la cruz, resucitándole de entre los muertos, escucha y acoge también nuestras súplicas por quienes sufren para que, en medio de las pruebas y oscuridades de la vida presente, descubran la claridad de su luz y experimenten su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz y gozosa celebración de la Semana Santa.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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