El pasado martes, 19 de junio, inaugurábamos solemnemente el año jubilar concedido a la diócesis por el papa Francisco al cumplirse los 850 años de la consagración de la Catedral de Sigüenza. Esta concesión del Santo Padre, además de llenarnos de alegría nos invita a la oración por su persona y ministerio como sucesor del apóstol Pedro.
El año jubilar será un tiempo de gracias especiales para quienes acudan en peregrinación a la Catedral con el objetivo de participar de la indulgencia jubilar asumiendo la práctica de las obras de misericordia con nuestros semejantes. Desde nuestra condición de peregrinos, hemos de acoger la infinita misericordia de Dios, reconociendo humildemente nuestros pecados y pidiéndole perdón de ellos.
En este camino de conversión a Dios y de renovación espiritual, no podemos dejar de meditar en nuestra vocación a la santidad. Injertados en la santidad de Dios por el sacramento del bautismo, los cristianos no podemos conformarnos con una vida mediocre o vivida bajo mínimos. Hemos de aspirar en todo momento a la santidad de vida mediante la identificación con Cristo y la contemplación del testimonio de los santos.
La entrega incondicional de los santos a Dios y a los hermanos nos estimula a buscar la ciudad futura y a reconocer que no tenemos aquí morada definitiva. Sus vidas entregadas con gozo al Señor y a los hermanos nos enseñan el camino a recorrer para llegar a la comunión perfecta con Cristo resucitado cuando nos llame a su presencia.
En este mundo, en el que la vida transcurre con excesivas prisas y con poco tiempo para la reflexión y la oración, los santos nos invitan siempre a la perfección en el amor y a ser misericordiosos como el Padre celestial. Dios nos habla por medio de ellos para recordarnos que hemos de colaborar con alegría en la construcción de su Reino, esperando participarlo un día en plenitud.
Ante el olvido y marginación de Dios, todos los bautizados hemos de confesar con valentía y humildad a Jesucristo, piedra angular de la Iglesia y fortaleza de nuestros cansancios en medio de las vicisitudes de la historia. El hombre Jesús, verdadero templo de Dios, nos ha asociado a Él, haciendo de cada uno piedras vivas para la construcción de su Reino y para el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra.
Por otra parte, durante el año jubilar, los pobres han de ocupar un lugar preferente. Ellos han de ser los primeros receptores de la misericordia del Padre mediante nuestra acogida, acompañamiento y ayuda. No dejemos de escuchar sus gritos de dolor y de angustia pues es el mismo Jesús quien nos pide socorro desde su pobreza y marginación.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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