El pasado domingo tenía lugar en Madrid una gran manifestación, con el lema “Revuelta de la España vaciada”. Aunque en el pasado ya habían existido protestas de distintos sectores de la sociedad reivindicando soluciones ante la imparable despoblación de pueblos y ciudades de distintas provincias de la geografía española, esta, a mi modo de ver, ha sido la expresión del hartazgo y del desánimo ante tantas promesas incumplidas.
La escasa productividad de muchas zonas rurales, la desprotección ante los animales salvajes, las escasas ayudas económicas por los daños causados por estos en los sembrados o en la ganadería, los bajos precios de los productos del campo, la escasez de personas dispuestas a orientar con sus conocimientos el trabajo de los labradores y ganaderos, la huida paulatina de la gente de los pueblos a las ciudades buscando un futuro mejor para toda la familia, son algunas de las causas que han favorecido la actual despoblación de las zonas rurales y de algunas ciudades pequeñas.
Es verdad que, durante los últimos años, se han hecho estudios con el propósito de frenar la despoblación, pero en la mayor parte de los casos estos estudios han quedado en papel mojado. La manifestación celebrada en Madrid suscita en mí la esperanza de que estos estudios puedan retomarse ante el clamor dolorido de la buena gente de nuestros pueblos, y esto favorezca un reparto más equitativo de los presupuestos del estado o de las comunidades autonómicas y haga viable la búsqueda conjunta de soluciones con el fin de poner freno a la despoblación.
Sin pretender justificarme, debo decir que la Iglesia ha procurado permanecer cerca de los hombres y mujeres de los pueblos, ofreciéndoles cercanía en su soledad, acompañándolos en la vivencia de su fe en Jesucristo y sembrando esperanza ante las oscuridades del futuro. Una vez más quiero valorar y agradecer el testimonio de generosidad, disponibilidad y entrega de los sacerdotes que ejercen su ministerio en las zonas rurales, en ocasiones, con grandes sacrificios y privaciones.
La contemplación de la despoblación paulatina de nuestros pueblos causa profundo dolor, pero considero que no es el momento para caer en lamentaciones, sino de la búsqueda de soluciones. Por lo tanto, si en el futuro no queremos quedarnos solo en la contemplación de los bellos paisajes de nuestros campos y montañas, renunciando al encuentro, la acogida y el diálogo fraterno con los habitantes de los pueblos, algo tendremos que hacer entre todos para sembrar esperanza y para no seguir marginando a quienes por opción o por necesidad permanecen aún en las zonas rurales.
Con mi sincero afecto y bendición.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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