En los últimos 100 años las mejoras en las comunicaciones terrestres, marítimas y aéreas ha supuesto que los seres humanos estemos más cerca unos de otros. En cuestión de horas podemos situarnos en la otra cara del planeta sin apenas dificultades y hemos conseguido comprar productos desde casa a miles de kilómetros sin importarnos sus consecuencias.
El ser humano, en su grandeza y también su gran estupidez, ha sobrevalorado su poder y no ha tenido en cuenta muchas de las amenazas de esta globalización. Amenazas que año tras año se nos han mostrado delante de nuestras narices y que no hemos sabido ver o simplemente hemos ignorado porque a corto plazo no le veíamos el peligro.
El COVI-19 ha supuesto, esperemos, un antes y después de la globalización y estamos sintiendo en nuestras carnes y bolsillos, en mayor o menor caso, las consecuencias de nuestra arrogancia respecto al planeta y su naturaleza. Estamos destrozando las zonas naturales de cada especie y desplazando a distintos rincones del planeta especies autóctonas sabiéndolo y sin pensar en sus consecuencias.
Esta crisis debería enseñarnos, y estudiar por ejemplo, lo positivo que está resultando el descenso de la contaminación por la reducción de CO2 a la atmosfera provocado por el ser humano y pensar que este crecimiento piramidal del hombre solo perjudica al planeta y acelera su autodestrucción en favor de los 4 poderosos que mantenemos como hormigas obreras guardando a su reina.
El mundo está colapsando por distintas razones. Una el crecimiento descontrolado de la especie y otro la facilidad de movimiento sin control de la misma.
Procambarus clarkii, Rugulopterix okamurae, Corbicula fluminea, Dreissena polymorpha, Vespa velutina, etc. Leído así no parecen nada, ni siquiera una amenaza en principio, pero en los últimos años esta siendo la pesadilla de muchos españoles. Sin saberlo somos cómplices de este mal sueño llamado invasión de especies no autóctonas.
Los conocemos por los nombres de cangrejo americano, alga invasora, almeja asiática, mejillón cebra y avispa asiática. A toda esta lista tenemos que sumarle la insensatez y la permisión a la entrada para su venta, de animales exóticos que como la cotorra Argentina está suponiendo el fin de especies como nuestro querido gorrión.
Llevamos décadas escuchando estos nombres y mirando a otro lado porque en mayor medida no nos afectaba. La llegada del mosquito tigre y la avispa asiática supuso el que nos diéramos cuenta de que algo se estaba haciendo mal pero no llegó a calar en las conciencias. Ha tenido que llegar un organismo microscópico para darnos cuenta de que este ritmo de destrucción y consumo hay que cambiarlo, pero mucho me temo que en cuanto pase este terror por el Coranovirus todo volverá a ser como antes.
Lo llevamos en nuestro ADN y se llama arrogancia, supremacía, egoísmo, falta de empatía y lo peor, somos destructivos.
Somos arrogantes cuando no hace ni 5 meses distintos municipios españoles luchaban por la supremacía en tener las luces de navidad más grandes y egoístas al ver que el ayuntamiento de al lado las tenía más luminosas y teníamos una falta total de empatía por los débiles que esperaban en las urgencias de los hospitales hasta 6 horas por culpa de los recortes en la sanidad pública y que se desviaban a hospitales privados y a esas lucecitas. Y somos destructivos porque nos cargamos lo público para beneficio de esos ricos que nos entretienen con sus lucecitas.
No, no vamos a aprender porque somos autodestructivos, porque mientras estemos entretenidos con fiestas, luces y tengamos un trozo de pan estaremos contentos.
David Pérez Merino, Alovera, Guadalajara
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