viernes , 22 noviembre 2024

Cuentos nocturnos de Óscar Lorca Márquez: ‘Eutanasia, Ramón el sepulturero y la muerta enterrada viva’

-¡Hombre amigo mío!

-¡Hey! ¿Cómo estás?, cuánto tiempo…

-Pues jodido, porque se me acaba de romper el mechero, ¿tienes fuego?

-Sí claro, toma.

-Gracias, ¿qué haces por aquí?

-Pues ya ves, he acompañado a mi mujer a la peluquería y voy al bar de la esquina para hacer tiempo y luego recogerla.

-Buff, pues seguro que te tomas unos cuantos. Voy contigo y charlamos un poco.

-Para mi solo ¿Y tú?

-Con leche, por favor.

-¿Qué opinas del panorama actual?

-Bueno, hasta los cojones del virus, la mascarilla, el teletrabajo, el Gobierno, el LGTBI, el calor, la puta Eurocopa y los jodidos juegos olímpicos.

Fotografía de la CAM

-Exacto amigo mío, la vida nos pasa por encima como si de un alud de mierda de vaca se tratase, deslizándose violenta y estrepitosamente, arrastrándonos con todo lo que encuentra a su paso.

Aludes de personas y cosas materiales o inmateriales que aparecen y producen impetuosamente.

Sí amigo, hasta los huevos de políticos, banqueros, intrusistas y okupas, de perroflautas y vagos, de influencers y youtubers, de ganapanes que van de príncipes y príncipes que son ganapanes, de listos que son tontos y tontos del culo que van de listos, de listillos que lo son más de la cuenta y de aquellos que te hacen las cuentas, de tacaños que luego despilfarran en tonterías y tonterías que  con el tiempo te hacen huraño y tacaño.

De ilusos fondos de pensiones y pensionistas sin fondo.

De gente que va por la vida de amable y educado ( como un Japo) y en la intimidad es un hijoputa.

Cansado, asqueado y resignado (no nos queda otra) de la minúscula subida de sueldos y mayúscula de precios.

¿No te parece?

-Sí, más o menos.

-Exacto amigo mío, el timbre de tu voz ha sonado dúctil y acomodadizo, es decir, nos la suda siempre y cuando no nos toque directamente.

Verás, los tiempos y la vida no cambian sino el hombre.

¡Omnis homo sibi

-¿Omnis qué?

Omnis homo sibi, sálvese quien pueda.

Tú y yo no lo veremos, pero la vida de tus nietos y bisnietos no les pertenecerá.

-No entiendo.

-Pues que actualmente ninguno de nosotros ya no somos dueños de nuestras vidas.

-¿Ah, no?

-No, amigo mío, y la prueba está en la eutanasia.

-Uff, es un tema delicado y complejo en el que medio mundo no llega a ponerse de acuerdo con la otra mitad.

-Exacto amigo mío, de ahí proviene el origen, ya que toda falta de entendimiento provoca el nacimiento de un negocio. 

Verás, aún no nos ponemos de acuerdo en diferenciar eutanasia de suicidio asistido.

Activa, pasiva, directa o indirecta, esta se aplica cuando existe  la imposibilidad de gozar la vida o pérdida de autonomía y dignidad. 

Cuando hablamos de suicidio, arraigado este desde tiempos inmemoriales en nuestra cultura, nos resulta trágicamente vergonzoso, es decir, más y más desde que un tal Judas hizo lo propio. 

La iglesia se ha encargado de inculcar, atormentar y usar dicho vocablo, entre otros, para fortalecer en demasía su poder, hasta llegar a nuestros días en forma de diversos “no entendimientos”.

Si eutanasia significa buena muerte, yo decido si es buena, rápida, dónde y cuándo será.

¿Acaso Jesucristo, en cierto modo, no buscó lo mismo? 

Ernest Hemingway

El  fue directo a su propia muerte, un modo peculiar de suicidarse, je,je. Luego Judas, al igual que Hemingway y Larra, prefirió ser un buen perdedor a un pésimo ganador. 

Si estás conectado y entubado a una puta máquina que hace labores pertinentes de subsistencia por ti, ¿qué coño haces viviendo? o mejor dicho, ¿qué coño hace una máquina viviendo por ti y engordando la factura del hospital?

Burocracia y papeleo prolongado de discordia entre las partes afectadas e indirectas quienes entre Ortotanasia, Distanasia y no hablemos de Mistanasia, merodean en la liturgia de un pentecostés que sigue cebando la factura mientras en la cama estés.

A nadie le importa tu vida y menos la de un pobre y harapiento mendigo que de frío y hambre muere cada noche en la calle. 

Esto es tener mala muerte, con la ausencia de buena y hospital. 

Por eso nada es personal, solo negocio.

¿Acaso no son prácticamente los mismos barbitúricos que se administran a un asesino en el corredor de la muerte que a un pobre albañil que está medio gli gli al caer de un andamio sobre un semáforo?

Todo es negocio amigo, todo, nada personal.

¿Acaso Romeo y Julieta no dignifican y representan el mayor acto eutanásico de la historia?

Por eso mi vida es sólo mía y de nadie más, pese a quien pese y dispondré de ella como me salga de los cojones, pues el coche y la hipoteca del puto banco, la factura de la luz de las compañías eléctricas (otras que tal bailan, o mejor dicho, el Gobierno baila al son de ellas), el horario de mi trabajo del puto jefe, el dinero en impuestos del puto gobierno, el no hablar en misa del puto cura, las vacaciones cuando me toquen, el turrón en Navidad, la puta mascarilla siempre, la puta guerra de Afganistán hasta en la sopa, el fútbol si lo pago, los putos cookies de Google obligados para aceptar, la justicia ciega y no es de extrañar, la abrupta y corrupta sanidad que cada vez más nos eructa, luego qué me queda?, mi puta vida para hacer con ella lo que me plazca sin más historias coño. 

¡Y hablando de historias, te contaré una!

-¡Noo, seguro que va de muertos!

-Exacto amigo mío, como la vida misma.

-Joder, lo sabía, venga…

***

-Verás amigo mío, aquella madrugada húmeda y fría con niebla, de la pura, dura y profunda tierra española de un pueblo manchego, dos guardia civiles transitaban las medio oscuras y mal alumbradas calles. 

-¡Joder macho, qué frío hace! ¡Dale un poquito más a la calefacción!- dijo el conductor al copiloto del coche patrullero.

López, el que no conducía, giraba la rueda del aire caliente a la vez que desempañaba el cristal delantero con el puño de su chaqueta.

Una calle a la derecha y dos a la izquierda, continuaban recto y volvían a girar…

-Pasaremos por la plaza de la Iglesia a ver si hay algún borracho-, dijo el sargento Novillo al volante.

La fosca y cerrada noche hacía más lóbrego el turno trasnochador de los beneméritos.

Novillo levanta el pie del acelerador de un coche que va en tercera: 

-¡Puto gato! ¡Miiiiino!

López bosteza.

Novillo replica:

-Daremos una vueltecilla por el parque de enfrente el cementerio, a ver qué hay…

La niebla hacía de su espesura un manto acolchado y sedoso quedando todo aquello que la traspasaba mojado.

López, echándose hacia delante, susurra :

-¿Eh?, ¿quién coño es ese?

El sargento Novillo alumbra con las largas y deslumbra a un hombre que se dirige a ellos por enmedio de la carretera.

-¡Pero qué cojones, si es Ramón!-, farfulla Novillo frenando bruscamente.

Los agentes bajan y Ramón se arrodilla gimiendo en alaridos:

-¡Estoy ciego, estoy ciego! ¡No he podido hacer nada, no he podido!

Los ojos de Ramón, abiertos como platos, mostraban una película viscosa y gris en el iris, dando al blanco de sus luceros un aspecto escalofriante, y extendiendo los brazos palpaba la niebla en el vacío de la noche. 

Rápidamente, Novillo y López lo agarran por las axilas y lo meten en el vehículo. 

-¡Joder macho, empezamos bien!… 

-¿Quién era Ramón? 

-El enterrador del pueblo. 

Pero, retrocedamos en el tiempo. 

***

Siendo unos mocosos, José y María juegan y van al colegio juntos. Son inseparables. 

Ya se dan besos en los carrillos y a comprar golosinas caminan cogidos de la mano. 

Todo el pueblo los conoce, mas no hace caso de un amor entre niños. 

Solo son eso: niños. 

Los cariños en la cara pasan a los labios. 

Dos adolescentes que se besan en el parque al salir de clase. 

Siempre juntos, nunca separados. 

Los dos tienen 20 años. 

Ya se aman en la cama. 

María es preciosa. 

José es lozano y esbelto. 

María luce un rizado pelo largo y moreno y mirada de ojos verde aceituna con cuerpo de Afrodita Lolita

A los 23 se casan. 

María se ocupa de las labores de casa. 

José de sol a sol en un almacén de construcción. 

María prepara la cena ansiando la llegada de su amor. 

Se quieren, se aman, se desean. 

La bestia de un solo cuerpo está presente en el hogar. 

Llega un churumbel. 

Lo llaman José. 

Llega otro. 

A este, María. 

La pareja, feliz con su parejita. 

El pueblo jamás volverá a ver tal delirio y entusiasmo, frenesí e inclinación en tan ardiente y familiar calor. 

Los nenes se duermen y los cónyuges se miran; es la hora. 

Se aman como la primera vez, mejor que la última. 

María vive por José y los niños. 

José también. 

Tal vez María más. 

Qué mujer excepcional, pues su figura ha mejorado con los partos. 

Es una diosa. 

A más de uno le gustaría retozar a su lado. 

Pero es respetada. 

Los piropos a su paso por las calles son aceptables y comprensibles, sonrojando a la bella María. 

Pero solo tiene un dueño de su alegría y fantasías. 

Los niños ya van a la escuela; papá los lleva en coche antes de empezar en el almacén. 

María desde la ventana se despide lanzando besitos con ambas manos, convertida en una Hera ligada eternamente a su Zeus

Hoy la primera página del diario local se afea y entristece con trágica noticia:

«Un hombre de 30 años y sus hijos de 6 y 7 mueren en accidente de tráfico». 

-¡Dios Santo! ¿Eran José y los niños?

-Exacto, amigo mío, fueron embestidos por un camión lleno de vacas con un desgraciado al volante que iba cargado de Magno, saltándose un stop y matándolos en el acto.

-¡Virgen Santa! ¡Ahora dirás que fue un tipo de eutanasia a terceros por obra del camionero!

-No amigo mío; eso no es eutanasia, es mala suerte. 

***

Pero volvamos a la noche que Novillo y López llevan al cuartelillo a un desvalido y ciego Ramón. 

El sargento toma declaración de lo acontecido antes de dicha ceguera y estupefacto con los índices escribe en una destartalada Olivetti. 

López postra una manta sobre la espalda del moribundo camposantero. 

Los dos agentes no dan crédito a lo que oyen y de repente Ramón cae de lado cual imantada la sien estuviese al suelo de la habitación donde todo es por la patria, yaciendo fulminado con la lengua fuera y los ojos en blanco grisáceo.

-¡Santo Cielo! ¿Y qué declaró el enterrador?

-Antes, vayamos con el duelo de María. 

***

Afligida y consternada, después de medio año sigue encerrada y aferrada a un tenebroso mundo. 

Olisquea la ropa de los niños, luego una camisa de José tumbada en la cama. 

Llora y llora. 

Es indescriptible el dolor. 

No puede más y quiere poner fin a su vida y lo hace. 

-Entonces, ¿se suicidó?

-Exacto, amigo mío, eutanasia voluntaria con conocimiento de causa y daños colaterales a terceros, cuartos, quintos y to quisqui en el pueblo y tres cajas de barbitúricos que acabaron con nuestra Julieta.

-Dios Santo! ¡Vaya final!

-Aún no ha acabado, amigo mío. 

Verás, el forense no practicó la autopsia por orden expresa de los padres, vistiendo y maquillando a una hija que parecía estar durmiendo. 

Los pobres huérfilos al día siguiente decidieron el entierro y a las 5 de la tarde con el pueblo entero la despidieron en el cementerio. 

Ramón se afana cubriendo el féretro de nuestra Venus. 

Todos se han ido, salvo los padres, que se quedan un rato largo abrazados mirando la foto de su niña. 

La noche toma el relevo del atardecer tiñéndose de un marcado y oscuro negro. 

Ramón retoca desajustes de la lápida con cemento que prepara en un pis pas. La niebla ha dejado de trotar y ahora galopa sobre el hogar donde todos duermen y nadie dice nada. 

Ramón acostumbra a fumar por los pasillos de los nichos y de las tumbas y cipreses. 

Se siente a gusto y tranquilo. 

Llega hasta la losa de María y pegando una calada honda murmura mirando la foto de la diosa muerta:

Cagüenlaostia…. ¡Qué guapa eras jodía! 

Se pone el cigarro sin boquilla en la boca y se da la  vuelta cogiendo la pala que había dejado detrás de la escultura de una virgen deteriorada y no habiendo dado tres pasos oye el llanto de una mujer.

-¡Dios Santo! ¿Era María?

-Exacto, amigo mío. 

La olla de pastillas que tomó dejaron a nuestra cenicienta en un estado omnímodamente catatónico de pies a cabeza con respiración disfrazada de apnea, bradipnea y disnea. 

María muerta viva y enterrada seguía llorando. 

Sabe perfectamente dónde está y aún así se alegra palpando las paredes de madera del ataúd, y se regocija sabiendo que pronto estará con José y los niños. 

El aire se acaba y sonríe y llora. 

El corazón de Ramón se agita sobremanera tirando el pitillo e hincando la pala para hacer palanca gritando:

¡Ya te saco, ya te saco! ¡Aguanta hermosa, que ya te saco! 

-¡Virgen Santa! Se me pone la carne de gallina.

-Ya te digo. 

Pero María súplica que la deje, que desea morir y que no podrá vivir sin ellos. 

Ramón hace caso omiso y sigue forzando la pesada losa.

-¡Ya te saco, ya te saco! 

María insiste y ruega:

-¡No, no, por favor, déjame morir, no quiero vivir sin mi amor!

-¡Santo cielo, que horror!

-Ya te digo amigo mío, pero Ramón, erre que erre, dispuesto a desenterrar a la muerta viva, cuando entonces siente que una mano le ciñe un hombro y escucha una nítida y suave voz que le dice:

-«Déjala Ramón, pues en verdad te digo que hoy mismo estará con ellos y conmigo».

-¡Dios Santo! ¿Y quién era? 

-Tú mismo lo has dicho amigo mío; el puto Jesucristo de pelo largo y barbudo con túnica blanca. 

Ramón se gira y al ver al nazareno queda perplejo e inmóvil e inmediatamente ciego. 

-¡Virgen Santa, es horrible y a la vez increíble!

-Exacto, amigo mío, y eso mismo pensaron Novillo y López quienes, una vez desplomado y muerto en el suelo el sepulturero, se desplazaron a toda prisa al cementerio encontrando la tumba medio abierta concluyendo el inacabado tesón de Ramón, aunque ya era demasiado tarde. María murió asfixiada. Por consiguiente a esto lo llamo eutanasia divina, je je, je. 

Y fin de la historia. – 

-¡Joder, macho! ¿Y por qué cojones dejó a Ramón ciego y moribundo? 

-Buuf, vete a saber, cosas de Dios, je, je, je.

-¡No tiene ni puta gracia!

-Ya lo sé.

-¡Joder macho, me voy.

-¡Espera, tomaremos otro café y te cuento otra…!

-¡No, coño, me voy!

-¡Espera, no te lleves el mechero! ¡Camarero! ¿Me da fuego?

-Oiga, perdone, pero aquí no se puede fumar.

Óscar Lorca Márquez

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