Todos los que tenemos la suerte de disfrutar de la naturaleza en compañía de nuestros perros, sabemos bien lo que significan para nosotros. Da igual que sean galgos o podencos, perros de rastro, de muestra o madriguera, puros o mestizos. Con ellos disfrutamos y sufrimos lances de caza, lances que sin su participación no serían posibles o, de producirse, serían otra cosa.
Muchos recordamos con precisión el día que uno de nuestros perros pasó a mejor vida, lo mucho que sentimos y lloramos su pérdida, reservando un lugar privilegiado para honrar sus restos en los cotos y fincas donde les hemos campeado o donde han disfrutado de una vida feliz, desarrollando la actividad que genéticamente le impulsa, la Caza.
Por todo ello no extraña que cada año varios cazadores y rehaleros pierdan la vida o resulten malheridos por intentar salvar la vida a sus perros. En esta misma temporada, como otras muchas, hemos tenido varias noticias de cazadores que se ahogan por salvar a sus perros de balsas de agua (Castellón, 8 noviembre 2018) o rehaleros que se despeñan por el mismo fin (León, diciembre 2017), un gesto que nos hace reflexionar sobre el amor que podemos llegar a sentir por nuestros animales y la responsabilidad que ejercemos como dueños (llevada al límite en estos casos). Pero por desgracia vivimos en un país donde todo ello no es noticia para los medios generalistas, seguramente porque el medidor del morbo no llegó a los mínimos exigidos por la “ética” periodística.
Esto contrasta con el falso relato y paparruchas mencionadas hasta la saciedad de que los cazadores y rehaleros tratan mal a sus perros, afirmaciones sesgadas de las que incluso el Telediario de máxima audiencia de nuestro país tuvo que desdecirse tras una queja unánime del sector cinegético, después de demostrar que los informes del Seprona nos dicen precisamente que son otras razas diferentes a los perros de caza los más abandonados, por no hablar de que cada vez más protectoras están manchando el buen nombre de aquellas que realizan importantes esfuerzos para recuperar y cuidar perros abandonados.
En la actualidad y ya a la espera de elecciones autonómicas que se desarrollarán en los próximos meses, se están abriendo agrios debates sobre el bienestar de los perros de caza, con propuestas por parte de grupos políticos que abogan por la supresión de la caza utilizando perros. Medidas populistas escritas con tinta morada y pensadas lejos del raciocinio, pero cercanas a la adulación del sector animalista.
Hoy y mientras escribo estas líneas, las redes sociales hierven por un vídeo de un desafortunado lance en el que varios perros y un ciervo caen despeñados. Unos claman porque esta escena no debiera ser legal en nuestros montes, otros dicen que la caza, como la vida misma, tiene sus desgracias y momentos amargos. Yo me siento triste; triste por la desgracia de un agarre al borde de un despeñadero y sus terribles consecuencias, triste por ver a un rehalero sufrir en esta escena, triste por ver cómo algunos “cazadores” graban y cuelgan una escena tan infortunada y triste por ver cómo aquellos que se aprovechan de las desgracias ajenas ven alentadas sus ideas. Éstos, los radicales, los populistas, los que ansían la prohibición de la cinegética, se encontrarán a un sector cada vez más profesionalizado y con los argumentos científicos y jurídicos necesarios para seguir defendiendo la caza como lo que verdaderamente es, una fuente de empleo y riqueza para el medio rural, un elemento clave para frenar la despoblación y, sobre todo, un modelo para la conservación y gestión de nuestro medio natural.
Luis Fernando Villanueva, director de la Fundación Artemisan
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