Estamos acostumbrados en los últimos tiempos a hablar de feminismo con etiquetas, a oír afirmaciones identificándose o no con el feminismo. Se confunde el feminismo con corrientes feministas, el todo con la parte, y más si la parte es, más bien, partidista. Nos alejamos o identificamos con un feminismo adjetivado, de igualdad o de la diferencia, feminismo liberal o del transfeminismo, ecofeminismo, feminismo socialista, separatista o radical, feminismo filosófico o ciberfeminismo; de los feminismos excluyentes o de los moderados. Estamos tan acostumbrados a que se perviertan las palabras para manipularlas desde la ideología, que ninguna cosa es ya neutral y, por lo tanto, se impide que pueda ser patrimonio de todos, porque el feminismo lo intenta patrimonializar permanentemente la izquierda.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua ha sido a lo largo de mi vida la referencia a la hora de comenzar a fijar los conceptos, y creo sinceramente que es el mejor punto de referencia. Para el DRAE, feminismo, que es un término masculino por cierto, tiene dos acepciones: “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”; y “movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”. Es posible que a muchas personas se les quede corta esta definición, que prefieran el feminismo de etiqueta, pero yo, sinceramente, me siento cómoda.
Esta legislatura, especialmente en sus orígenes, si de algo puede calificarse es de feminista. Hemos sido casi un 40% las diputadas en el Congreso, la cifra más alta de la democracia, El Partido Popular ganó las elecciones con 19 mujeres encabezando las candidaturas en las 52 circunscripciones, casi el 37%. Pero lo más significativo es que el Partido Popular situó en el centro de la actividad política a Ana Pastor, como presidenta del Congreso de los Diputados.
Ana es la segunda mujer presidenta de las Cortes Generales, y las dos han pertenecido al Partido Popular, igual que la única presidenta del Senado lo ha sido con las mismas siglas. En el movimiento feminista se señalan muchos hitos en la lucha por la igualdad, pero creo que éstos son muchas veces silenciados por razones partidistas.
El gran valor añadido por la presidencia de Ana Pastor es que a ella le ha tocado lidiar con los momentos más difíciles del parlamentarismo español desde la transición. Un Congreso convertido por momentos en escenario, nunca mejor dicho, para la representación de provocaciones con el único fin de obtener un titular, escandalizar a los ciudadanos y tener un rédito político cortoplacista. Un hemiciclo en el que hemos visto continuamente como se han intentado violentar las mínimas reglas de la cortesía parlamentaria, se ha pretendido ningunear el valor de la palabra y del acuerdo, silenciando la voz de los españoles con el ruido…
En esta situación, la figura de Ana Pastor ha ido creciendo en la misma proporción del desafío. Ha sido discreta, pero su presencia, permanente; ha intentado, y la mayor parte de las veces conseguido, no excitar la provocación, no dándole la relevancia que buscaba, pero sin consentir las continuadas faltas de respeto de las que algunos hacían su único argumento.
Ha devuelto al Congreso la compostura que unos pocos han pretendido arrebatarle, preservando el rigor, la dignidad y el valor institucional que ella misma ha representado en esta Legislatura.
Durante estos dos años y ocho meses ha sido la encarnación de la firmeza de nuestro Estado de Derecho frente a los desafíos de quienes ganaban pescando en el rio revuelto de la desestabilización y el descrédito institucional, de la victoria de la palabra frente al insulto, de la importancia de la serenidad frente a la crispación.
Ha sido un orgullo ser mujer en el Congreso en una Legislatura en las mujeres hemos tenido un importantísimo papel, en la que nos hemos demostrado capaces de acordar el único gran Pacto de Estado, precisamente para luchar contra la Violencia que sufren las mujeres, con un protagonismo mayoritariamente femenino.
Las mujeres hemos demostrado que somos más que género y también mucho más que número. Pero que el género y el número también importan. Hemos demostrado que no somos un accesorio y que en la política, en la empresa, en la universidad, en la sociedad, la mitad de la población debe hablar con su propia voz, porque esa voz es importante para la política, la empresa, la universidad, para toda la sociedad.
Ana Pastor nos ha demostrado que la voz de la mujeres no tiene por qué ser una voz estridente, que no es necesario el grito airado para ser escuchada, que el tono es parte del mensaje y que el trabajo bien hecho ha tenido en esta legislatura nombre de mujer sin aspavientos, sin sobreactuaciones, abriéndose camino con la autoridad, esa que aúna legitimidad y crédito personal, la que frente al imperium y más allá del ejercicio de la potestas encomendada, ha encarnado la auctoritas como pocos hombres y mujeres antes que ella. Esa auctoritas que puso en pie a todo el hemiciclo para despedir a Ana Pastor, a una gran mujer.
Silvia Valmaña Ochaita, diputada en el Congreso. Vicesecretaria de Acción Sectorial PP Guadalajara. Vicesecretaria de Acción Política PP Castilla-La Mancha
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