Vengo de releer estos días el espléndido libro de Leslie Kane Conversaciones con David Mamet y especulo sobre lo que hubiera tardado en levantarse de la butaca -de haber estado en la sala-, este autor de ingenio fecundo, verbo acerado, rendido admirador de Beckett y de Pinter, paladín del teatro de texto y acérrimo defensor de la unidad aristotélica y de la “acción transversal” stanislavskiana. Sí, el autor de Glegarry Glen Ross, American Buffalo, entre otras, o de los guiones de El cartero siempre llama dos veces o Los intocables de Eliot Ness. Por suerte, no estuvo en la sala y nos quedaremos con la duda. Aunque tengo para mí -y con esto cierro esta malévola digresión- que a Mónica, Miquel y Albert, los autores de la obra que comentamos no les hubiera importado demasiado, toda vez que tienen una línea de trabajo -una “poética”, se dice ahora- bastante definida, avalada por años de práctica escénica, y asentada sobre la base de un proceso creativo diametralmente opuesto al del dramaturgo norteamericano.
Yo sí que estuve allí pegado a la butaca las casi dos horas que duró la representación, atraído por el grato recuerdo del que fue uno de sus primeros trabajos, que vimos Madrid en enero de 2014, para averiguar el derrotero seguido por la compañía en estos años. La obra en cuestión fue Solfatara, y en ella, al menos había un rudimento de trama y un desarrollo, bien que sui géneris, de la acción dramática: una pareja con problemas en cuya vida entra un tercer personaje, Albert, que cohabita con ellos inmiscuyéndose hasta en sus conversaciones más banales y en los espacios de su intimidad actuando como un catalizador de las reacciones de Mónica y Miquel, como un agente tóxico que lleva esas reacciones hasta el punto de la deflagración.
En la obra que nos ocupa la trama ha desaparecido por completo; estamos ante una sucesión de breves cuadros yuxtapuestos, inconexos, reformulados ocasionalmente con ligeras variantes en escenas subsiguientes pero con los mismos protagonistas (como cuando de la vehemente y rotunda negativa al embarazo, Mónica se abre a la posibilidad de una gestación subrogada); un pastiche de elementos heterogéneos unidos por un débil vínculo en del orden del contenido: todos esos cuadros remiten a lo consuetudinario, a cuestiones que consideramos anodinas o triviales en nuestras relaciones sociales o de pareja, ya se trate de una confidencia íntima, de la búsqueda desesperada de un selfish, del ritualizado momento de la entrega de los regalos en una fiesta de cumpleaños o de la espera en la cola del mostrador de facturación de equipajes de un aeropuerto.
El espectáculo está enderezado a desenmascarar prácticas sociales ridículas, a evidenciar lo que tienen de convencional, de estereotipado, muchos de nuestros rituales sociales y cómo un ligero cambio en el punto de vista, en la entonación de las frases o incluso en el tempo de desarrollo de la escena pueden dar al traste con la actitud grandilocuente, con la solemnidad impostada que adoptamos en determinadas situaciones y desvelar su aspecto risible. A veces, en la aleatoria selección de motivos o situaciones sobre los que el elenco ejercita la ironía se produce un acierto, como la escena que recrea el método expeditivo de rehabilitación de un peculiar fisioterapeuta; otras no se consigue soslayar el tópico, como en el recurso a la manoseada referencia a las sesiones de yoga o de mindfulness. A veces esa invitación a la lentitud, a la sosegada y reflexiva recepción de los estímulos externos se percibe en sus justos términos, otras, en la morosidad del movimiento, en la fijación de las poses, gestos y ademanes y en la exposición de los cuerpos, como una invitación al voyeurismo; A veces ese juego consistente en distorsionar la realidad, en presentar lo extraordinario como obvio y viceversa funciona, otras se quedan a medio camino y la carcajada no emerge con la unanimidad necesaria para contagiar al auditorio y es que, en lo que a la comicidad se refiere, lo anodino, lo banal, lo pequeño, en suma, está a un paso de mutar en lo inane.
Gordon Craig, 20-XI -2022.
Ficha técnico artística:
Creación de Atresbandes. (Mónica Almirall, Miquel Segovia y Albert Pérez Hidalgo.)
Dirección: Mónica Almirall, Miquel Segovia y Albert Pérez Hidalgo.
Con: Mónica Almirall, Miquel Segovia y Albert Pérez Hidalgo, Mariona Naudín y Nicolás Carbajal.
Espacio escénico: Pau Masaló.
Espacio sonoro: Sammy Metcalfe y Miquel Segovia.
XL Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid.
Madrid, Teatro de la Abadía. 18 y19 de noviembre.