jueves , 31 octubre 2024

‘Coraje de madre’, de George Tabori: “Aterradoramente conmovedora”

Uno sale de ver este montaje de Elena Pimenta con la sensación de haber participado de una intensa y enriquecedora experiencia catártica, como si emergiera de un purificador baño lustral, conmovido y purgado de tópicos, malentendidos, tergiversaciones o pura y llanamente mentiras sobre el suceso quizá más abominable de la historia reciente europea y, a la vez, feliz de haber disfrutado de una no menos estimulante y gozosa experiencia poética.

Pero vayamos por partes. Coraje de Madre parte de un episodio insólito y crucial en la vida de Elsa Tabori, madre del autor, suceso del que ella dejó constancia en unas cuartillas y que luego el hijo reelaboró literariamente y amplió para construir el texto que conocemos. Está basada, por tanto, en hechos reales que el autor conocía de primera mano (su mismo padre, Cornelius Tabori y otros muchos miembros de su familia, de la alta burguesía judía, ya habían sufrido en sus carnes la feroz represión de los nazis), lo cual acrecienta si cabe el valor testimonial de la pieza y esa cálida vaharada de familiaridad, de cercanía, que destila.

El episodio en cuestión es la detención de Elsa (la Madre) en una calle de Budapest cuando acudía a jugar una partida de cartas a casa de unos familiares un día de verano de 1944 (“un año de excelente cosecha para la muerte”, como apostilla con un tono macabro el autor al inicio de la obra) y su posterior traslado en tren hasta la frontera polaca para ser deportada hacia el campo de exterminio de Auschwitz. Mientras espera en la frontera junto a otros millares de compatriotas un tren alemán que la traslade al campo, un amigo de la familia insta a Elsa a que proteste ante el oficial alemán que manda el destacamento por el maltrato recibido. Por una circunstancia, que no voy a revelar para no arruinar la intriga, Elsa consigue su propósito y es embarcada de vuelta a Budapest salvando milagrosamente la vida.

La obra está estructurada de forma que se solapan en el tiempo el relato de los hechos por parte del Hijo (personaje trasunto del propio autor), y la representación de esos mismos hechos a cargo de los restantes personajes: la Madre, los policías, los soldados y el oficial alemán. Dos tiempos distintos, el pasado y el presente de la enunciación, hábilmente conectados por el dramaturgo, que hace avanzar la acción simultáneamente en dos planos diferentes, complementarios, que se retroalimentan (indicaciones del narrador-Hijo que llevan a cabo los actores y apostillas de la Madre que corrigen o matizan afirmaciones del Hijo) en un ingenioso y productivo juego dramático que no sólo da cuenta de la fragilidad y de la memoria sino que junto a las frecuentes bromas, chistes de judíos y la ironía que despliega el autor a lo largo de la obra, propician un desmantelamiento de las defensas del espectador dejando el camino expedito a la intensa emoción que llega desde el otro lado de la batería.

Elena Pimenta ha hecho una rigurosa lectura de la obra alumbrando el filón de genuina dramaticidad que esconde la escritura de Tabori; y no es su menor acierto, a mi juicio, precisamente haber descubierto el tono jocoserio de la pieza, y haber dado con un punto de equilibrio -que ha sabido trasmitir a los actores- para controlar, escena tras escena, el torrente de emotividad, que una relación materno-filial tan íntima, tan entrañable como la establecida en el texto, y en una situación tan singular como la detención de la Madre y el espanto de ese viaje de ida y vuelta, hacinada junto a miles de compatriotas en un vagón de ganado, hasta las mismísimas puertas del infierno, amenaza a cada momento con desbordar los límites de lo tolerable y convertir el espectáculo en un melodrama. Atinada es también esa separación radical, simbólica, mediante la caracterización y el trabajo actoral entre víctimas y verdugos; los verdugos deshumanizados, plasmados como auténticos monigotes, sometidos a un riguroso proceso de deformación grotesca, parodia inmisericorde de todo el execrable régimen nazi; los personajes víctimas, Madre e Hijo, por contraste, humanizados al extremo, con la sensibilidad a flor de piel, alerta para percibir las más sutiles señales de afecto o aversión, de aceptación o rechazo, de benevolencia o amenaza, pero con un sentido del humor envidiable dadas las circunstancias y sin renunciar nunca a ese mínimo de racionalidad, de comprensión, que les hace realmente humanos.

Todo un reto para los intérpretes, particularmente para los protagonistas, Pere Ponce y Isabel Ordaz que salen airosos del trance y hacen un trabajo, sin paliativos, espléndido. Uno no cobra conciencia plena del verdadero poder de la palabra escénica y de la expresividad corporal hasta que escucha perorar y desempeñarse a unos actores de talento poseídos por la convicción de estar rescatando del olvido un retazo palpitante de vida, un testimonio lacerante de la barbarie, sirviendo, en cualquier caso, a las exigencias de un texto de aquilatadas sensibilidad y finura.

Un espectáculo en fin, sorprendente, de extraordinaria factura artística, divertido a la vez que aterradoramente conmovedor que nos reconcilia con el viejo, noble, a veces vilipendiado, arte del teatro y al que auguramos una larga carrera de éxitos.

Gordon Craig, 14-III-2023.

Ficha técnico artística:

Autor: George Tabori

Con: Isabel Ordaz, Pere Ponce, David Bueno, Xavi Frau y Sacha Tomé

Escenografía: José Tomé y Marcos Carazo.

Vestuario: Mónica Teijeiro.

Iluminación: Nicolás Fischtel.

Espacio sonoro: Ignacio García

Dirección: Elena Pimenta.

Madrid, Teatro de la Abadía. Hasta el 19 de marzo de 2023.

Acerca de Gordon Craig

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