Subyace en esta función-homenaje a Julio Cortázar que han armado a pachas José Sanchis Sinisterra y su hija y Clara Sanchis Mira, con dirección de Natalia Menéndez, una clara intención de romper los límites de la teatralidad al uso, de ensanchar sus fronteras dando cabida en el espectáculo teatral a textos no concebidos inicialmente para la escena. Y la obra toda de Cortázar, con el buque insignia de Rayuela a la cabeza, les venía como anillo al dedo para este propósito. Trasgresor, irónico, irreverente, verdadero alquimista del lenguaje y adelantado de futuras deconstrucciones, Cortázar mece al lector, le seduce, le sorprende, le zarandea cortando amarras con la racionalidad y la lógica del discurso, con la coherencia psicológica, llevándolo a una suerte de caos aparente previo a la instauración de un orden nuevo del discurso menos esclerotizado y más abierto.
Y es precisamente Rayuela, esa Caja de Pandora -como la definió Carlos Fuentes– la que se constituye en modelo para este montaje, construido en torno a la pieza breve Adios, Robinson, a la que se suman interpolados con varia fortuna un conjunto heteróclito de textos del autor desde el ingenioso Manual de instrucciones a la obra de radioteatro Graffiti, pasando por la divertidísima, descacharrante recreación del relato Nada a Pehuajó o la tan extraña como entrañable historia de La casa tomada, (¡tan de actualidad!), que acaba con los dos hermanos protagonistas con lo puesto y en la calle.
Después de lo dicho, intentar atribuir las dificultades del montaje para concitar la complicidad sin reservas del espectador a la falta de verosimilitud o a la carencia de una estructuración de la acción dramática medianamente acorde con el canon aristotélico o brechtiano sería una contradicción; pero el hecho cierto es que llegamos al discurso Sobre la exterminación de los cocodrilos en Aubernia con cierto cansancio, o para decirlo con otras palabras, con una merma del entusiasmo que habían despertado en nosotros momentos anteriores de esta suerte de palimpsesto, “collage” (¿“ready made” duchampiano?) que se ofrece a nuestra contemplación. Algo falla en la aclimatación del discurso dramático a esta “estética de la fragmentación” (Morelli) que con tanto éxito cultiva el autor de los textos originales; o en la dramaturgia, o en el diseño de un artefacto escenográfico cuyas mutaciones no siempre acompañan, secundan, el vuelo libre de las palabras.
Porque es ahí, en las palabras y en el portentoso y esforzado trabajo actoral para incorporarlas, modularlas, paladearlas, donde hay que buscar el verdadero valor artístico de la propuesta. Más desdibujado en algunos pasajes ese trabajo, como en el principio y en el final de la obra con la llegada de Viernes y Robinson la isla de Juan Fernández y su partida enredados en el laberinto infranqueable de cintas blanquirojas que conducen al control de pasajeros del aeropuerto; más acertado en otros como en el cándido desamparo que ofrecen los hermanos de La casa tomada o en el hilarante y surrealista episodio de Nada a Pehuajó, ya citado; y sencillamente brillante en otros, como en el de las Instrucciones para llorar, que borda Pablo Rivero o en el sobrecogedor episodio de Graffiti, con una soberbia Clara Sanchis recreando una conmovedora historia de amor nacida a cuento de unos inocentes grafitis en el momento álgido de brutalidad policial de una dictadura que criminaliza y reprime hasta las mínimas manifestaciones del ejercicio de la libertad, como es hacer un dibujo en una fachada encalada. Tumbada en el suelo, encogida de dolor por la brutalidad de los golpes, con voz pausada, firme, nos va sumergiendo en esa difusa atmósfera de amenaza que se cuela por los poros de todo el cuerpo social ante el poder del tirano. Sus palabras evocan todas las etapas del miedo a la delación, a la pérdida, a la tortura; pero también a la rebeldía y a la determinación de una mujer dispuesta a no dejarse intimidar o el intenso y doloroso sentimiento de culpa del compañero, atormentándose por la sospecha de haber sido el causante de la detención. Sin duda uno de los momentos de mayor intensidad dramática del montaje.
Una pregunta final. ¿Ha llegado también el mantra de la paridad al reparto de papeles en los montajes teatrales? Porque en esta ocasión se ha convertido esta muestra cimera del “glíglico” que es el texto del capítulo 68 de Rayuela en un verdadero coitus interruptus.
Gordon Craig, 26-X-2024.
Ficha técnico artística:
Autor: Julio Cortázar.
Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra y Clara Sanchis.
Con: Pablo Rivero y Clara Sanchis.
Escenografía: Mónica Boromello..
Iluminación: Pilar Valdelvira.
Música y espacio sonoro: Mariano Marín.
Dirección: Natalia Menéndez.
Madrid. Teatro de la Abadía. Alcalá de Henares. Hasta el 7 de noviembre de 2024.