Últimamente la cartelera está tan domesticada y es tan férreo su sometimiento a los dictados de la corrección política, que uno agradece una pieza que se quite el bozal de la autocensura, que llame a las cosas por su nombre y que, aunque sea bajo la premisa de satirizar a los miembros de la denominada clase alta o dirigente, reparta mandobles a tirios y troyanos, a izquierda y a derecha, denunciando con crudeza el pestilente hedor que secretan, a poco que te acerques a ellos, los prebostes de esta nueva feria de las vanidades. El lujo, la ostentación, la extravagancia, los pantagruélicos banquetes en restaurantes con estrellas Michelín, pero sobre todo la doble moral puritana, la hipocresía, la impudicia y ese odio visceral, ese asco, casi, por el roce con los miembros de las clases “inferiores” es puesto en solfa por el autor con desenvoltura y hasta insolencia.
La obra no tiene un argumento como tal. Por sintetizar, diríamos que gira en torno a una ruptura matrimonial, la de la pareja formada por la nueva rica Sybila y el potentado Esteban, con amante de por medio, una pérfida y fría Elena que trafica con sus encantos y tiene absolutamente encandilado a Esteban. El cuarteto se completa con el repulsivo detective privado con el que Sybila mantiene asimismo comercio carnal a cambio de que espíe a su marido adúltero. Esta débil trama es la que aglutina la sucesión de cuadros o escenas en las que está estructurada la obra y que se corresponden con otros tantos encuentros de las dos parejas, ya sea en la mansión de Sybila, en un burdel de lujo al que acude regularmente Esteban para sus encuentros furtivos, en la Ópera, en un restaurante, en una singular partida de caza o incluso en una corta carrera en un taxi que Esteban aprovecha para aliviar lo que parece una inextinguible y enfermiza necesidad de sexo.
El montaje no carece de dificultades. A la casi ausencia de trama se une la escasa interacción de los diálogos. En su lugar los actores han de enfrentarse a largos soliloquios en verso, trufados de un lenguaje escabroso y hasta procaz con alusiones constantes, cuando no referencias explícitas al sexo y a lo escatológico. Un verbo caudaloso, exuberante, una plétora de chistes y humoradas de escaso gusto que muestran la cara oculta, el sórdido envés del lado amable, glamuroso -con su pátina de exquisitez, de buen gusto, de honorabilidad, de cortesía, o incluso de compromiso con causas nobles- con que se exhiben estos seres “privilegiados” en sus saraos y fiestas de sociedad o desde las páginas de las revistas del papel cuché.
Con trazas del music hall y del burlesque -el ritmo casi musical de los recitativos y numerosas piezas de baile jalonan el desarrollo de la acción- Pedro Casablanc, que además de actuar dirige el montaje, se ha alejado de cualquier veleidad naturalista para optar decididamente por la poética de lo grotesco, por una racionalización del movimiento y de la expresividad corporal que nos retrotrae a Meyerhold, exagerando el gesto hasta desvincularlo completamente de la palabra y acentuando así lo que tiene de esperpéntico, de desproporcionado, de monstruoso, incluso, el comportamiento de estos “seres superiores”.
Para acabar de complicar las cosas, la tarea de representar a estos cuatro personajes se encomienda únicamente a dos actores, ello lleva a que los intérpretes, Pedro Casablanc y Maru Valdivielso que protagonizan la obra, tengan que desdoblarse y entrar y salir, sin solución de continuidad y a la vista del público en sus respectivos roles en un exigente ejercicio actoral. Un notable trabajo en el que Helen (Maru Valdivielso) es una ramera lasciva que desprecia a Esteban, lo excita hasta la exasperación mientras lo manipula y halaga su frágil ego de macho siempre necesitado de reafirmación. Y lo mismo cabe decir de su rol de Sybila; sensual, provocativa, alentando, en deshabillé, las fantasías de su marido mientras se entrega sin pudor ni miramientos al detective como si fuera una vulgar prostituta. Pedro Casablanc brilla a la misma altura en los dos personajes que le han caído en suerte, en el vividor y chabacano huelebraguetas que se refocila impúdicamente con Sybila o en el papel de Esteban, después de todo un engreído racista, frívolo y banal entregado hasta la extenuación a los placeres que le proporciona su posición y su dinero. Llega a ser repulsivo manoseando y sorbiendo las ostras como si fuese un cerdo y ventoseando sin pudor ante las carcajadas de su amante, y resulta patético en el impúdico relato de su abandono parental y de marica onanista en el internado en el que pasó su niñez. Está espléndido en los compases finales de la obra, cuando las referencias textuales -en la ajustada adaptación de Benjamín Prado-, se hacen más reconocibles para el espectador español de hoy y más claro el blanco de sus invectivas. Enloquecido por los vapores del alcohol y embriagado por el frenesí de la danza, mientras evoluciona por el escenario ceñido a su pareja al ritmo de los rotundos acordes del Vals nº 2 de Shostakovich, Esteban se pavonea descarnadamente de su situación de privilegio y descarga todo su odio de clase y su desprecio, recordándonos una vez más quienes son los que mandan, los que tienen el poder real de manipularnos.
Gordon Craig, 27-I-2023.
Ficha técnico artistica:
Autor: Steven Berkoff. Adaptación de Benjamín Prado.
Con: Maru Valdivielso y Pedro Casablanc
Diseño de escenografía: Sebastiá Brosa y Silvia De Marta
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens.
Diseño de espacio sonoro: Irene Maquieira.
Dirección: Pedro Casablanc.
Madrid, Teatro de la Abadía.
Hasta el 5 de febrero de 2023.