Brigitte, venía de Suiza, donde había conocido a María, la madre de Angie. Le había contado que el nombre se lo puso gracias a la canción de los Rolling Stones. La canción ANGIE la cautivó en su juventud y le guastaba más que Ángela. Cuando en 2001 emigraron de su país, su hija era muy joven, solo tenía 10 años. Pensaban en un futuro mejor para ellas en España o en Europa.
A Brigitte, que era investigadora, le habían hablado de una vidente de Madrid que echaba las cartas de tarot. Aunque admitía consultas telefónicas, prefería estar cerca, por si llegaban a un acuerdo, por fiabilidad y por si fuera preferible la consulta presencial, al no ser para ella. En la cartomancia ves las cartas concretas, no como en la bola de cristal.
En la primera visita la tarotista, le había descubierto un mundo muy sombrío y enmarañado. Tuvo que volver a su consulta en varias sesiones.
Sabía por María, que al poco tiempo de estar en España, ella tuvo que dejar a la niña para ir a Suiza. Angie, por su inexperiencia, su falta de recursos, su juventud, cayó primero en la prostitución, después en las redes del proxenetismo, que obtenía beneficio a costa de ella y otras chicas. Tal vez porque alguien del entorno que frecuentaba, en connivencia con la policía, funcionarios públicos o autoridades, había hablado con «capos» influyentes situados en otra ciudad, tuvo que salir de Madrid, a otra red de lo mismo, en otra parte, con varios lugares de alterne.
Así pasó algunos años y ella de mano en mano sin poder escapar de fiestas y clubs de frecuentados por la élite politicosocial de la ciudad. Pese a todas las precauciones, con 17 años quedó embarazada.
Angie sabía quien la había dejado embarazada. La vidente madrileña quedó conmovida cuando al echar las cartas, salió carta de «la emperatriz invertida». ¡Pinta mal! dijo. Y tan mal.
El embarazo había despertado en ella un poco de ilusión y una esperanza de cambiar las juergas y orgías de los ricos y los compromisos de 2 clubs de alterne, por un nuevo futuro con el hijo que esperaba. Pero… la obligaron a abortar el 6 de abril de 2009, con 18 años. El machismo y la desigualdad social suelen producir más dolor del que imaginamos, le dijo la vidente.
Ante la amenaza del conocido empresario que la dejó embarazada, y los violentos comportamientos del proxeneta y su pandilla habitual, tuvo miedo. Al parecer, el empresario había llamado a un policía y al proxenecta jefe de la chica, diciendo: tenemos un problema y eso hay que arreglarlo como sea. No es extraño pues, que ante el temor de que pudiera ocurrirle algo a ella o a su familia, la obligaran a acudir, ese día, al lugar que le habían indicado.
Allí, en una clínica clandestina sin licencia administrativa, sin anestesia, sin medios sanitarios adecuados, sin enfermera, la esperaba un ginecólogo jubilado, desagradable. ¡Todo fue mal! La máquina se averió durante la práctica del aborto. El médico daba con la mano golpes al aparato, mientras le decía a ella que dejara de quejarse. Recuerda que sintió «como si le estuvieran arrancando la piel». ¡Pensó que se moría! Perdió a su hijo. Semanas más tarde, le descubrieron una hemorragia interna.
Con los avances tecnológicos existentes, con los monitores y los ultrasonidos, quien no quiere ver no ve. Independientemente de la legalidad o ilegalidad, de la cultura y de la ética, toda mujer embarazada sabe lo que lleva en su vientre y lo que ha dejado cuando vuelve. El médico tiene obligación de saberlo también. Y «los otros», claro.
Tras salir de la clínica, el jefe de Angie, el cabecilla proxeneta, llamó al cliente que la había dejado embarazada (en ese momento estaba jugando al golf) para decirle que ya podía quedarse «tranquilo».
Un psicólogo, Javier Urra, escribió: «Quebrar el horizonte de los niños es el arquetipo de la infamia, es el crimen más imperdonable de la humanidad«.
En otra visita de Brigitte a la vidente, sobre la mesa de la tarotista y el tapete, al tirar las cartas, quedó todo al descubierto; tenía que viajar si quería saber más. Cinco meses después de lo sucedido a Angie, la prensa lo puso negro sobre blanco. El 1 de octubre de 2009, con la Operación Carioca, alguien había tirado del hilo y denunciado.
Había estallado uno de los escándalos mayores de la democracia. En el juzgado de la Audiencia Provincial de la ciudad, se abrió una macrocausa, con más de 400 víctimas, de las que Angie era solo una de ellas. En total, de los informes, declaraciones y testimonios se habían reunido 252 tomos.
En la ciudad, Brigitte se encontró que la gente sabía muchas cosas, pero no querían hablar si alguien de fuera les preguntaba. Al parecer, en este caso, había mucha gente, conocida. ¡Gente importante, casados y con hijos!
Angie, después del aborto, ajena a los juzgados, cayó en una profunda depresión. ¡Nadie la había preparado para del síndrome post aborto (SPA! Quiso volver a Madrid, pero el juicio se demoraba. Había comenzado el baile de personas y de togas, como en otras macrocausas, con lo que muchos delitos prescriben o se eternizan. Finalmente, en 2013 la Fiscalía pidió el desglose en piezas de menor volumen. Brigitte husmeando, pudo comprobarlo in situ.
La depresión y el recuerdo aumentaban y Angie decidió volver a Madrid, con la intención de comenzar una vida nueva. ¿Somatizó el peso que llevaba? No sabemos.
Cuando la investigadora, volvió a visitar a la Vidente-tarotista, ésta, al echar las cartas sobre Angie, salió el famoso carro. ¿Del triunfo?. Eso parecía. Angie encontró trabajo en Media Mark. Pero la carta del tarot, esta vez también, estaba «invertida», con el carro patas arriba, así que lo que parecía una esperanza era solo un espejismo.
Tuvo que ir al médico porque le dolía la cabeza. Tras muchas consultas y pruebas, le descubrieron un cáncer cerebral. Le dijeron que se podía intentar un tratamiento, dada su juventud, pero en una clínica en Florida, en USA.
Tenía entonces solo 27 años. Se dispuso a luchar. Se informó de la posibilidad y el importe. El coste sería el equivalente a 36.000 euros. Pensó que si después de 9 años, se hubiera celebrado el juicio, seguramente le hubiera correspondido eso y más. Pero… el reloj se había parado en el juzgado de la Audiencia. La única posibilidad era conseguir el dinero. ¿Cómo? Le hablaron de iniciar una campaña de micromecenazgo en gofundme para recaudar el importe, porque había que descartar el préstamo.
¡Dios sabe que lo intentó como una leona, junto con algunos amigos en España y Europa! Luchaban contra el tiempo pues el tumor podía crecer más que el dinero.
Cuando había conseguido reunir 8.129 euros mediante 181 donaciones, el 25 de noviembre de 2019 el corazón de la joven Angie, inmigrante, se detuvo. Había sido vencida por el cáncer y las circunstancias. ¡Tenía 28 años! De este modo, sin justicia, llegó el final de la tragedía.
Dicen que el juicio estaba previsto para marzo de 2020, pero se pospuso a causa de la pandemia. Volvió a anunciarse el mes pasado, para los días 15 y 16 de octubre 2020, pero volvió a posponerse sine die.
Cuando llega lentamente la justicia, si llega, ha perdido la razón de su existencia. Tal vez por eso, el Psicólogo Forense del Tribunal Superior de Justicia y Presidente de la Asociación Iberoamericana de Psicología Jurídica, Javier Urra, dijo: «La Justicia puede hacer justicia, pero perdonar solo puede la víctima». Una madre al oírle, replicó: «¡No!, mentira. Perdonar solo Dios puede, la victima ya no puede, y su madre, sin consuelo, pedirá que se pudran en el calabozo los causantes«.
Al ir a despedirse de la Tarotista de Madrid, Brigitte le dijo que ella, además de investigadora también era vidente, y que por eso y gracias a su colaboración, había ido descubriendo otras muchas cosas y tenía nombres y datos, para la madre de Angie. Vino directamente al corazón para saber la verdad, por muy dura que fuera.
De este modo al menos, ha querido rendir un homenaje a Angie en este mes, pues el día 25 hace ya un año de su partida.
Coincidí con ella en aeropuerto Adolfo Suarez de la capital de España. Terminó diciéndome: «Dile a tus lectores, por favor, que «ficción o no», esto no es un relato de Halloween. Si no te creen, puedes decirles la ciudad, en donde la justicia no es igual para todos».
José Manuel Belmonte.