Victimismo, infantilismo, vacío existencial y una enfermiza insatisfacción con nosotros mismos que nos imposibilita para disfrutar de todo aquello que supuestamente nos proporciona la sociedad del bienestar y que nos incapacita para ser felices. A unos más que a otros, claro, y sobre todo a los que, paradójicamente, más ha beneficiado la diosa fortuna, como a los protagonistas de la obra que nos ocupa: Nata, una dramaturga de éxito y su marido y el círculo más íntimo de amigos de la familia.
Pero esta enumeración no agota, obviamente, el inventario de síntomas de la nueva enfermedad de nuestro tiempo en las sociedades opulentas que el autor sitúa como blanco de sus invectivas y de su sarcasmo: la nueva “maladie du siècle” (o “mal de vivre”) que decían nuestros bisabuelos románticos y de quienes parece que hemos heredado una parecida obsesión con el tedio y el “spleen” baudelerianos y unas mismas o parecidas vías de escape mediante el alcohol, las drogas, el sexo y la huída a ciertos paraísos artificiales. Aunque el marco vital de nuestros protagonistas y la atmósfera sentimental en la que se desenvuelven dista mucho de las preocupaciones y aspiraciones de los héroes románticos; todo es mucho más pedestre, zafio y consuetudinario. Nata, Javier, Tomás, Alicia y Roberto están obsesionados con enmascarar sus verdaderos sentimientos y con aparentar lo que no son. En el orden físico, como atestigua el culto al cuerpo y a la imagen que profesan (de hecho la estancia donde se desarrolla la acción parece un inmenso boudoir, pintiparado para las citas del Divino Marqués y presidido por un inmenso espejo de tocador ante el que Nata cambia una y otra vez su imagen y todos los demás se contemplan ensimismados como Narciso en las aguas del lago) y en el orden psíquico parapetados tras las pantallas del teléfono móvil o en interminable cháchara vacua sobre los tópicos más conspicuos de la ideología de lo políticamente correcto.
Adictos a la dieta vegana y a los productos macrobióticos, preocupados por el Karma, esclavos de la numerología y dispuestos a horrorizarse por el drama de los últimos refugiados o por las condiciones de vida del tercer mundo y a sumarse de boquilla a todas las causas de moda entre los ciudadanos bienpensantes: el ecologismo, el feminismo, el multiculturalismo, el movimiento de los no binarios, de los LGTBI +, el “me too”, o el “Black Lives Matter”, … sin comprometerse realmente en acción práctica alguna favor de tales causas.
El contrapunto a estos seres vacíos, superficiales e insoportablemente cursis (cuya cursilería se encarga de potenciar el estilo de farsa grotesca que imprime la dirección de Ochandiano al montaje) es la criada, una joven inmigrante colombiana que demuestra tener mucho más sentido de la realidad que todos ellos, porque a ella sí que le acucian de verdad los problemas no solo en su país de origen sino en el de acogida, donde además de esta simplezas tiene que soportar el desarraigo, la insolidaridad y un trato inhumano y vejatorio por parte de sus empleadores.
Renuncio a mencionar el giro final, copernicano, con que termina la obra para no arruinar la intriga, baste decir que tiene tintes de psicothriller con pinceladas del teatro pánico arrabaliano. El espectáculo se desarrolla a un ritmo trepidante; la expresión corporal, la música y el movimiento escénico juegan un papel esencial en las transiciones y en momentos de especial intensidad dramática, como el clímax con el que concluye el fiestón de cumpleaños de Nata enredados con los acordes de una Lambada. Además, contamos con un estupendo trabajo de conjunto de los actores. Alicia Rubio con su modelito Ágata Ruiz de la Prada es la frivolidad personificada; su cháchara insustancial y atropellada vapulea todos los tópicos que consumen a diario los adictos a los realities televisivos y las redes sociales; desata la hilaridad del respetable con sus abluciones, susurros y estridencias vocales mientras paladea con fruición una bolsita de Peta Zetas ante la admiración de la concurrencia; mentarle a VOX es como mentarle a la bicha, se pone como una hidra y está a punto de arrojarse por el balcón. Su marido (Albert Melich) es un mastuerzo de tomo y lomo que se ríe como un jayán, razona como un cerdo y cuya única preocupación existencial parece ser mantener la forma física y conseguir por sí mismo un orgasmo decente. Sergio Mur es un Adonis de opereta, pagado de sí mismo, que exhibe su bisexualidad coqueteando sin cortarse un pelo con Tomas (esplendido Tomás Pozzi), un actorcito cotilla, deslenguado, rabisalsero y no menos ególatra que Sergio; con sus andares sinuosos, su amaneramiento y el suave acento argentino añade al guiso una nota picante de exotismo chic.
Gordon Craig, 17-IX-2021
Ficha técnico artística
Autor: Rubén Ochandiano.
Con: Nata Moreno, Sergio Mur, Jessica Serna, Tomás Pozzi, Alicia Rubio y Albert Mèlich.
Dirección Rubén Ochandiano.
Madrid, Teatros del Canal. Hasta el 19 de septiembre de 2021.
Foto de Rubén Ochandiano junto a los actores de «El Alivio o la crueldad de los muertos» cedida por la productora de la obra. EFE