jueves , 21 noviembre 2024

‘El animal de Hungría’, de Lope de Vega: “¡Amor, divina invención/…/ Extraños efectos son / los que de tu ciencia nacen!”

Vaya por delante que levantar este texto ambicioso y alambicado de Lope de Vega ambientado en múltiples espacios y tiempos, de trama compleja, con profusión de tonos y acentos y una plétora de personajes de variada clase y condición, con un jovencísimo elenco de ¡tan solo ocho actores! me parece toda una proeza. Sólo la conjunción de entusiasmo, energía (a raudales) y esfuerzo (todo) del equipo artístico y técnico, y de ganas de sacar adelante un espectáculo sobreponiéndose a la parálisis y a las limitaciones que nos ha impuesto la pandemia pueden explicar el milagro. Y, por qué no decirlo, la sabiduría de un director de sólida formación y dilatada experiencia adquirida en ese feraz vivero de talento que desde su creación ha constituido el Teatro de la Abadía. (Todavía recuerdo con emoción los exquisitos versos de Garcilaso, el cortesano, o las recias tiradas de La Baraja del Rey don Pedro, entre otras muchas tardes de gloria.)

Pero no sucumbamos a la nostalgia, porque como demuestran estos jóvenes intérpretes que se subieron anoche a las tablas del Corral de Comedias de Alcalá, la semilla sembrada por los mayores está comenzando a dar sus frutos en esa larga ascesis a la maestría en la interpretación de nuestros clásicos. Con altibajos todavía, en cuanto al logro de la excelencia en la entonación y el fraseo del verso; mejorable seguramente en algunos aspectos, cuando el espectáculo complete su rodaje, el trabajo de anoche nos depara, no obstante, múltiples ocasiones para el disfrute estético. Momentos de intenso lirismo fundidos con la comicidad desbordante que destilan, por ejemplo, las prodigiosas décimas en que se expresan Teodosia, Rosaura y Felipe en las escenas nucleares de la pieza (en la Jornada Segunda), donde se conjuga el esplendor de la palabra con el vértigo de la idea. Y es que, como expresa Fineaen el famoso monólogo con el que se abre el acto tercero de La dama boba, la punzada de Cupido que ha hecho mella en el corazón de Rosaura tras conocer a Felipe parece haber transformado a esta joven, criada en estado semisalvaje en las profundidades de un bosque, en la más astuta y sagaz de las cortesanas, empeñada desde ese momento en descubrir los arcanos y los placeres del trato con varón que tan celosamente su madre había decidido ocultarle.

Con atisbos de El sueño de una noche de verano, en ese bosque mágico -felizmente recreado por la escenografía de Álvaro Sobrino y la música de Jorge Eliseo-, donde Titania, la reina de las hadas, se encontraría como en su propia casa divirtiéndose aterrorizando a los ingenuos aldeanos y del Segismundo calderoniano, personificado en esta vehemente y avispada fierecilla que es Rosaura, educada la margen de las convenciones sociales de la época y dispuesta a exigir los derechos que le han sido otorgados en virtud de su naturaleza y afectos, esta pieza inclasificable de Lope aúna las críticas a una monarquía y una nobleza corruptas con el encomio de los valores del pueblo llano y la vida campestre, elevando a la categoría de heroínas a dos mujeres, una que sufre la injusticia del repudio real y otra que con su coraje, sus prendas naturales y la presencia de ánimo que le insufla el amor recién descubierto terminará por restablecer el honor de su progenitora y restituir los derechos sucesorios de su amado.

Respecto al carácter de sátira política al que aludíamos arriba, Lope se cuida muy mucho de enfrentarse al poder real, por eso desplaza el argumento al lejano reino de Hungría y a los confines del reino de Aragón, -donde un supuesto conde de Barcelona quiere deshacerse de su nieto fruto de unos amores adúlteros de su hija-. En cuanto a su valoración de la vida campestre, Lope no consigue zafarse del todo del tópico, tan en boga en la época del “menosprecio de corte y alabanza de aldea” y su obra está impregnada de bucolismo: la mayoría de las escenas se desarrollan en plena naturaleza, agreste y salvaje para Teodosia, que ha tenido que sobreponerse a las privaciones y luchar por su vida, y para los aldeanos; e idealizada (el “locus amoenus”) y cantada con palabras elogiosas por el resto, alcanzándose en algún caso cotas de acendrado lirismo, como la defensa vehemente del entorno que hace Felipe cuando su padre adoptivo, Lauro, le anima a regresar a España y reclamar sus derechos: “Aquí las aves y las verdes flores/ son músicas y alfombras de la mesa …”; contraponiendo este sosiego a la agitada vida ciudadana: “Viva el señor que la ciudad profesa / entre solicitudes y cuidados / de la ambición que de inquietar no cesa / y yo entre aquellos robles y ganados”.

 Con una mínima intervención dramatúrgica, que quizá podría haber alcanzado a otros pasajes de la obra para descargar un tanto el texto de su exuberancia verbal, y con una atinada -como ya he dicho-, ambientación, la responsabilidad de sacar adelante el montaje corre a cargo de un entusiasta y esforzado trabajo del conjunto del elenco atendiendo por igual a las escenas corales y a los múltiples personajes secundarios en los que se desdoblan. Laura Ferrer, por ejemplo, se mete en la piel de cinco personajes, desde la ruda aldeana Bartola al pintoresco y locuaz embajador de Barcelona del último acto. Obviamente, tienen mayores posibilidades de lucimiento aquellos que encarnan personajes principales. Inés González presta a Teodosia la fiereza de animal acorralado que lucha por la supervivencia, pero también la solicitud de una madre y la mesura y el raciocinio de un ser humano herido a quien su código moral le impide abandonarse al deseo de venganza y dar muerte a su hermana. Es capaz de trasmitir toda la tragedia que encierra el personaje sin alharacas o énfasis excesivo, manteniendo siempre la contención en la expresión de los violentos sentimientos y emociones que la embargan. Gonzalo Lasso es el juicioso, bien humorado y pacífico aldeano, Felipe; de carácter noble y valeroso, como corresponde realmente a su cuna; valor que muestra cuando la ocasión lo requiere para enfrentarse a todo un pueblo que quiere matar a su enamorada. Muestra toda su discreción, sentido del humor y don de gentes en sus sucesivos encuentros con Rosaura, exhibiendo sus dotes de galán en una divertidísima y vibrante escena de cortejo de las que es pródigo nuestro teatro aúreo.

Y en fin, uno no puede por menos de rendirse al derroche de energía que despliega Nora Hernández en la construcción de su personaje, Rosaura: une la agilidad del felino a la vehemencia con la que expresa su voluntad inaplazable de saber y ello a la determinación inquebrantable de la mujer enamorada de poseer a la persona que ama; a todo esto aportando una maestría inusitada en el manejo de los más variados registros de la comicidad que encierran sus diálogos con su madre, Teodosia y con Felipe en dos escenas memorables.

 Gordon Craig, 13-VI-2021.

Ficha técnico artística:

Autor: Lope de Vega

Dramaturgia: Brenda Escobedo y Ernesto Arias.

Con: Jorge de la Cruz, Laura Ferrer, Óscar Fervaz, Inés González, Nora Hernández, Gonzalo Lasso, Natalia Llorente y Antonio Prieto.

Escenografía: Álvaro Sobrino.

Iluminación: Raquel Rodríguez.

Música: Jorge Eliseo.

Movimiento actoral: Lidia Otón.

Colectivo Állatok. Dirección: Ernesto Arias.

XX Festival Iberoamericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid.

Clásicos en Alcalá. Alcalá de Henares. Corral de Comedias, 12 y13 de junio de 2021.

Acerca de Gordon Craig

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