Durante el siglo XX surgieron diferentes inventos que, más o menos, alteraron el modo de vida de la humanidad. Algunos de aquellas creaciones alcanzaron más popularidad de la que merecieron, mientras que otras acabaron condenadas a un más que injusto olvido.
Texto de Mario Sánchez Cachero *(La Gatera de la Villa)
Entre medias, existieron otras ideas que, si bien pudieron facilitar las comunicaciones, no lograron alcanzar el lugar que, tal vez, merecieron.
Uno de estos inventos profundizaba en el sistema de reparto de la correspondencia, utilizando la electricidad como medio. Este proyecto, del que se hicieron diversas pruebas y experimentos, uno de ellos en Madrid, era el correo eléctrico.
Durante el verano de 1899, Ramón Gabarró y Julien, un joven ingeniero de Manresa, experimentó con este invento en una amplia finca del madrileño barrio de Prosperidad, que en aquellos años no era más que un pequeño suburbio en el extrarradio de Madrid, casi en el límite con Chamartín de la Rosa, antiguo municipio anexionado en 1948.
Estas pruebas se prolongaron hasta febrero de 1900 y, el 25 de abril siguiente, Gabarró solicitó a Eduardo Dato, entonces ministro de Gobernación, la creación de una junta técnica que estudiaría y probara su invento, aprovechando el tendido telegráfico entre Madrid y Aranjuez.
Pero, como tantas veces ha pasado en este país, nunca se llevaron a cabo esas pruebas y el correo eléctrico cayó en el olvido.
Su funcionamiento era muy sencillo: del tendido del telégrafo del ferrocarril se colgaba, ayudada por dos ruedas, una cabina hermética, con capacidad para aproximadamente 1000 cartas, dividida en diversos departamentos. Los propios empleados del ferrocarril estarían encargados de controlar el paso de la cabina por los puntos establecidos, informando de cualquier incidencia producida, a fin de poder subsanarla lo antes posible.
La cabina tenía una extraña forma poligonal, que debería ayudar a ofrecer una menor resistencia y lograr, de esa manera, la supersónica velocidad de 320 km/h, algo escandaloso para una época en que las velocidades máximas que podrían obtener los medios de transporte andaban en torno a los 100 km/h, siendo pocos lo escasos en que esta se superaba. Esta velocidad, unida a una capacidad de 1000 pliegos en cada cabina, acortaba los tiempos de entrega por debajo del que tardaba un telegrama.
Por la misma época en que Gabarró intentaba que el gobierno español tomase en serio su invento, se recibieron noticias de experimentos similares en Europa, hecho que fue ampliamente denunciado por la prensa española como una usurpación, a la vez que manifestaban su enojo ante el poco, más bien nulo, caso que el gobierno de turno hizo a Gabarró.
En primer lugar, se supo de una creación de parecida factura, obra de dos ingenieros, un belga y un francés al que atribuyeron la gloria de su invención.
Después llegaron nuevas noticias desde Italia, donde, en 1902, el conde Pispicelli Laeggi combinó inventos anteriores, entre ellos el del inventor catalán, y lo perfeccionó de tal manera que las cajitas se moverían mediante un ferrocarril aéreo, entre postes de 15 metros de altura, a 400 km/h, matasellándose las cartas según entraran en dichos postes, que servirían de buzones. Las autoridades italianas prometieron a Laeggi estudiar el tema, autorizándole a instalar una línea entre Nápoles y Roma.
FUENTES CONSULTADAS:
- Araujo, Fernando, “El correo eléctrico”. Revista «La Escuela Moderna». Tomo 191. Noviembre de 1904. Págs. 200 – 201.
- Fernández de los Ríos, D. G. “El correo eléctrico”. Revista «Mar y Tierra». Nº. 31, 1 de septiembre de 1900. Pág. 10
- “El correo eléctrico”. Diario “La Correspondencia de España”. Nº. 15531, 12 de agosto de 1900. Pág. 2
- “El correo eléctrico”. Diario “La Correspondencia Alicantina”. Nº. 5345, 23 de
noviembre de 1902. Pág. 1
- “La electricidad y el correo, Posible usurpación”. Diario “La Correspondencia Militar”. Nº. 6870, 16 de agosto de 1900. Pág. 2.
- “El correo eléctrico. Un invento español notable”. Revista «Alrededor del Mundo». Nº 64, 23 de agosto de 1900. Págs. 152 – 154.
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