Es la ‘nueva normalidad’, esa etapa postcoronavirus que algunos progres han dado en llamar a lo que no es otra cosa que la nueva sociedad totalitaria impuesta por gobiernos mediocres e incompetentes: con la actividad social y económica regulada y controlada por la Policía, con millones de personas pendientes de la ayuda pública, con los negocios de todo tipo y los locales de ocio cerrados o a medio gas, con las fiestas patronales suspendidas para mayor gloria de radicales animalistas que nunca hubieran soñado con algo así…, y sin apenas alternativas económicas, lúdicas o laborales.
Pero mientras una gran parte de la población es consciente de lo que se nos viene encima (como en 1996 y 2010), otra parte, los jóvenes, miran para otro lado y ante la inactividad han encontrado otra vía de escape: la celebración de fiestas privadas en parques, naves abandonadas y, sobre todo, en el interior de las viviendas. No se manifiestan contra el dolor, contra el paro, contra el sufrimiento, contra el autoritarismo. Lo importante, cosas de la edad, es el buen rollo, la fiesta.
El problema es que este tipo de celebraciones congregan a decenas de participantes, la mayoría adolescentes, que, dejando al lado su talante incívico, maleducado e intolerante por lo que supone de molestias para el resto de vecinos, se muestran ajenos al riesgo que supone no guardar las medidas mínimas de seguridad sanitaria y se exponen a contraer un virus que ya ha demostrado, y con creces, su letalidad.
Esta irresponsabilidad, propia de la juventud, también tiene su origen en la política informativa del Gobierno de España, que ante su incapacidad y manifiesta irresponsabilidad y negligencia a la hora de gestionar la pandemia del COVID19, algo que reconocen ya casi de forma unánime medios de comunicación de todo el mundo, algunos tan prestigiosos como la revista Lancet, universidades como Cambridge o las principales agencias de salud internacionales, optó por ocultar la realidad de una enfermedad terrible, dolorosa y, en decenas de miles de pacientes, mortal.
Este ocultismo tenía dos vertientes. Por un lado, la censura expresa impuesta por el Gobierno de Pedro Sánchez a las imágenes del sufrimiento brutal de los afectados en las UCIS, de los pabellones atestados de féretros y del dolor de los familiares, a los que se les llegó a privar incluso de poder celebrar un funeral digno para llorar por sus seres queridos.
Por otro lado, con dinero público se financiaron campañas de buen rollito en televisiones nacionales y medios de comunicación afines (un dinero, que, por cierto, no llegaba, o lo hacía tarde, a los trabajadores en situación de ERTE, pero lo hacía generosamente con los políticos confinados en sus casas: 5.000€ al mes, por ejemplo, los concejales de Guadalajara), con imágenes de balcones llenos de cantantes, guitarristas y aplaudidores que recibían con alegría el estruendo de discotecas móviles contratadas por los ayuntamientos, como el de Guadalajara, mientras en la planta de abajo una familia lloraba la muerte de uno de sus seres queridos en silencio y casi avergonzada por no no participar de la fiesta. Se trataba de mostrar una realidad paralela: los mundos de Yupi.
Una izquierda sanchista española que de haber estado en la oposición, habría estado, como siempre que no gobierna, exigiendo transparencia, incitando al odio, a la crispación y al guerracivilismo, enfrentando a los españoles y quemando las calles
Todo ello ha provocado que, una vez levantado el desproporcionado y totalitario Estado de Alarma pergeñado por las cloacas de Moncloa, que empezó dos semanas tarde (todos sabemos por qué: primero la ideología, luego la salud y la vida), y acabó un mes después de lo necesario y con restricciones más allá de lo razonable, mucha gente, sobre todo los jóvenes, a los que se les hizo creer -de forma irresponsable por voceros como el bobo Simón– que apenas les afectaba el coronavirus… pues, decíamos, todo ello ha provocado que muchos jóvenes han vuelto a la normalidad sin ningún tipo de control.
Y fiestas privadas, como la que ilustra este párrafo, celebrada en la noche y madrugada del sábado 18 a domingo 19 de julio en un chalé de Azuqueca, con decenas de jóvenes sin mascarillas y sin respetar ningún tipo de distancia social, juegan con su salud, y, lo más importante, con la de sus padres, abuelos, vecinos y amigos de más edad, para los que el COVID 19, les aseguro yo, no es ningún juego ni una fiesta.
La sociedad actual, especialmente los jóvenes, han acabado dándole la razón a mi admirado y, a veces, incomprendido Émile Cioran -al que estoy seguro de que no han leído nunca, bueno, en realidad no han leído casi nada por culpa de estas leyes del aprobado general no traumatizante impuesto por la mediocre izquierda cultural-, cuando desde su profundo cinismo nihilista, que casi siempre he compartido, decía que, más o menos, no es literal, la cita es de memoria, solo se es objetivo cuando se trata a los demás como un sepulturero trata a los muertos.
Enhorabuena D. Roberto. Comparto totalmente su comentario que no tiene desperdicio. Siga así porque dignifica el periodismo en el que día a día crecen los pesebristas y proliferan los estómagos agradecidos.