La historia gravita en un triángulo: Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), su hermana Cyril (Lesley Manville) y la joven Alma (Vicky Krieps).
Reynolds es el modisto de la clase poderosa londinense en la posguerra, egocéntrico y maniático, pero torpe sentimentalmente.
Cyril es el cerebro de la familia, calculadora y enigmática.
Alma es espontánea y alegre. Abrumada por la vida compartida con un genio, de mal genio.
En este polígono de tres lados no es posible el equilibrio.
Woodcock pasa de la admiración a la irritación.
Paul Thomas Anderson continua con la marca de la casa imponiendo un ritmo pausado, expositivo con planos bellos y con música de piano que se nota demasiado, cobrando un protagonismo ciertamente molesto.
La historia cobra fuerza en su parte final, cuando Alma y los espectadores comprendemos que esa relación se transforma en intensa y apasionada cuando Reynolds se convierte en un ser débil.
Alma hace lo necesario para conseguir ese estado de simbiosis entre la pareja y todo termina felizmente cuando el diseñador comprende que efectivamente es así.
Tal vez para asimilar lo que digo hace falta ver la peli.
Day-Lewis nominado, pero los tres están en estado de gracia.
Encontré un fallo en el guion que no voy a publicar, si alguien quiere saberlo le envío un mensaje privado.
La peli ejerce una cierta fascinación en mí, aunque reconozco que cuando más me atrajo es al final.
Mi puntuación: 7,32/10.
Muchos besos y muchas gracias.
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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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