Con estos sonoros octosílabos del título de este comentario inicia Espronceda su largo poema El estudiante de Salamanca, que prosigue así: “… Cuando en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra, / los vivos muertos parecen, / los muertos la tumba dejan.”
Traigo a colación estos versos y a su autor que junto a Bécquer propiciaron quizá nuestro primer encuentro con la poesía (luego vendrían Machado, Lorca, Hernández, y tantos otros) no sólo porque con ellos rememoramos aquellos años de la adolescencia en que nos delectábamos con fruición con los primeros frutos a nuestro alcance de la poesía en lengua española, sino porque definen con extremada precisión el aroma de leyenda de terror que destila la obra que comentamos y la atmósfera de ensoñación, de pesadilla, que envuelve a los protagonistas de la misma.
Y es que estamos ante una dramatización -cuyo versionado lleva a cabo con encomiable acierto el veterano dramaturgo José Ramón Fernández-, de varias leyendas de Bécquer, en particular de dos de las que pasan por ser la mejor muestra de la literatura de terror en Castellano: El Miserere y El monte de las ánimas. De hecho es esta segunda la que proporciona, por así decir, el marco y los protagonistas al conjunto de la obra. Ya sabéis, los hijos de los condes de Alcudiel, Alonso y su hermana Beatriz que ha venido de vuelta a casa y después de una cacería por los montes de la comarca, en la sobremesa de la cena, precisamente la noche de los difuntos, recuerda, al recibir un regalo de su hermano, haber perdido su pañuelo durante la jornada de caza; y como Alonso, ni corto ni perezoso -sobreponiéndose al miedo que le infunde la leyenda que circula sobre el monte de las Animas a raíz del truculento episodio ocurrido en tiempo de la Reconquista entre los noble sorianos y los caballeros Templarios-, sale solo en busca del pañuelo para acabar siendo víctima de los espectros de los muertos de la matanza, que cada noche de difuntos abandonan sus tumbas y vuelven a cabalgar de nuevo sembrando a su paso la destrucción y la muerte.
Para la ocasión, José Ramón Fernández nos traslada a finales del siglo XIX, supuesta época de la enunciación narrativa, y ha creado dos nuevos personajes, Blanca (Lucía Esteso) y Jesús (Javier Godino) que junto a Alonso (Pablo Béjar) y Beatriz (Alba Recondo) aparecen como un grupo de amigos de excursión por un intrincado bosque, y cómo obligados a permanecer en un refugio mientras pasa una tormenta, deciden contarse historias de terror. Y aunque el tema de fondo es una reflexión sobre el misterio de la muerte y sobre los miedos ancestrales hacia todo aquello para lo que nuestra razón no ha conseguido darnos todavía una explicación convincente, el montaje incide ante todo en la magia de la palabra, en su valor taumatúrgico, en la necesidad que tenemos de contar y de que nos cuenten historias.
Escenografía, ambientación y espacio sonoro parecen acordes al tono de la pieza envolviendo la escena en una densa y pavorosa atmosfera de misterio; y lo mismo cabe decir del uso, ponderado, de los efectos especiales, suficiente para proporcionarnos algún que otro sobresalto dentro de ese continuo crescendo de la tensión mientras la angustia y el terror van haciendo mella en el ánimo de los personajes; hasta en Beatriz cuyo escepticismo e incredulidad del principio constituye un atinado contrapunto con el carácter más pusilánime e impresionable de Blanca, poseída por un miedo cerval, incontrolable, desde los últimos compases del relato de El Miserere. Están bien dosificados los clímax y en general puede hablarse de un espléndido trabajo de los actores; Pablo Béjar (Alonso) tiene quizá más oportunidades de lucimiento pues corre por su cuenta la parte mollar del relato, pero todos, cuando tienen ocasión de hacerlo, modulan con notable pericia los cambiantes estados de ánimo de sus respectivos personajes, paladeando cada adjetivo, cada exclamación de sorpresa o asombro, de miedo o conmiseración, demorándose en los silencios, consagrándose a una escucha activa de los más pequeños ruidos, aullidos, …, desde el barboteo del agua por las bajantes al silbido del viento que se cuela por los postigos, hasta llegar al fatal desenlace al que los amigos asisten mudos de espanto.
Pérez de la Fuente lleva sólo unos cuantos meses a cargo del teatro Fernán Gómez, pero ya comienza a notarse su impronta. Este rescate del Bécquer de las leyendas, para contraponerse al mainstream importado y omnipresente de Halloween el día de Todos los Santos es un indicio esperanzador del cambio de rumbo.
Gordon Craig. 28-XI-2024.
Ficha técnico artística:
Autor: Gustavo Adolfo Bécquer.
Versión: José Ramón Fernández
Con: Alba Recondo, Javier Godino, Lucía Esteso y Pablo Béjar
Diseño de iluminación: Francisco Ruiz Ariza.
Diseño de espacio sonoro: Ignacio García.
Diseño de escenografía y vestuario: Ana Ramos
Dirección: Pepa Pedroche e Ignacio García.
Teatro Fernán Gómez
Centro Cultural de la Villa.
Hasta 8 de diciembre de 2024.