jueves , 21 noviembre 2024

Encontrar cada día ese momento mágico

Me tomé un respiro y me acerqué a la orilla del lago. Era un día tranquilo y soleado aunque con alguna nube. Me senté a la sombra de un árbol frondoso.

A una distancia prudencial, en una barca no muy grande, un pescador lanzaba su caña. Era la panorámica perfecta con las montañas reflejadas en el agua. Tan solo un ligero vientecillo balanceaba la barca.

No sé a qué velocidad pasa el tiempo cuando, sin prisa, uno se encuentra a gusto y disfrutando, sin tener en cuenta el paso de las horas.

El viento comenzó a soplar más fuerte y se cubrió el cielo. Aunque la caña estaba sujeta en posición de pesca, el hombre intentaba achicar agua de la barca. No era agua que entrara por la fuerza de las olas. Tampoco había llovido.

La agitación y la zozobra hizo presa en el hombre desconcertado de la barca. Aunque la caña se movía, como señal de que habían picado, el pescador había perdido interés en la caña y en el agua agitada que rodeaba la embarcación. Se había ido alejando de la orilla. ¿El tiempo se había emborrascado?

Le grité desde el borde mismo del agua, por si necesitaba ayuda… pero no me oyó.

Después de luchar un buen rato, con el agua que amenazaba su barca desde dentro, se derrumbó con gesto de impotencia, se sentó y pasó su mano por la frente. En esa posición, sin darse cuenta, pudo taponar la vía. Lo cierto es que ya no volvió a achicar agua. Recogió la caña y se dirigió hacia el lugar donde había embarcado. Allí se encontraba su coche. Justo al lado opuesto de donde yo me encontraba.

Me encaminé de nuevo junto al árbol y me volví a sentar. Como no tenía prisa, me quedé allí, todavía un buen rato.

Repasé la escena que había contemplado

Cerré los ojos. Curiosamente me vi a mí mismo flotando sobre la inmensidad azul, en esa barca. Y como cada día, en esa barca, estaba a la intemperie, a merced de los elementos y todas las amenazas.

Me asaltó el recuerdo de las imágenes que por la pantalla llegan al salón de casa -la mía y la de todos- y, cada una a su manera, azota la barca. Por los sentidos, ponen a prueba nuestro equilibrio mental y emocional.

Como si viviéramos en mil sitios a la vez y en todos sucediera algo importante. Luego, nos es servido a la hora de comer y de cenar.

Los medios de comunicación, consideran importante lo que inquieta, los desastres terribles, el dolor de lo inhumano y las muertes. Es decir, lo que los dueños del mundo quieren hacernos ver.

No hay lugar, por remoto que sea, que no golpee esa frágil embarcación en la que tenemos que atravesar las aguas hasta la orilla de la vida.

La misma dosis en nuestro país, pero multiplicadas y repetidas cada hora, cada telediario, cada guasap, cada twit o cada facebook que llega por las redes. Son las oleadas de la misma inseguridad o el mismo miedo, pero más cercano y conocido.

Lo uno y lo otro parece un monstruo de mil cabezas que amenaza saltar sobre la barca y hundirla porque no deja de ser frágil. Siempre lo mismo: dolor, guerra y muerte, desamor, insolidaridad y fanatismo, y «el grito de la tierra», en huracanes, terremotos, lluvia y fuegos. Todo lo que produce inestabilidad, y desasosiego. Todo sin tregua, un día y otro día.

Todo lo de fuera parece una amenaza. No lo dominamos ni podemos pararlo. Cuando pretendemos afrontarlo de pie, el centro de gravedad se desequilibra y cualquier perturbación puede hacer que la lancha en que vamos zozobre y pueda volcar.

Hasta que la fragilidad de los materiales del yo mental y emocional deja pasar una vía de agua. Y entonces, la amenaza ya no está fuera, sino dentro. Nos ponemos a achicar el agua, buscando remedios a los miedos. Ayuda psicológica, medicinas, horas de espera y de consultas médicas, enfermedades provocadas por el estrés y la acumulación de todo lo que llega a la mente y no hemos podido digerir, la depresión. Tal vez las consecuencias psicosomáticas aconsejan alguna operación que nos dejan más débiles por dentro y a merced de los otros, ahora los más cercanos.

Nadie enseña, cómo seguir pescando o viviendo o haciendo lo que tenemos entre manos. Solo algunos sabios y algunos maestros han enseñado a desconectar y decir ¡Basta!

15 o 30 minutos simplemente

Exhausto, el pescador se sentó. Lo dejó todo, pensando que ya nada podía hacer. Cerró los ojos y entonces…

Sencillamente sucedió. Por extraño que parezca, había dejado de entrar agua. En silencio, escuchando los latidos de su propio corazón, durante 15 minutos, o tal vez 30…todo cambió. O todo cambia, -como dicen los sabios- cuando se desconecta y se toma ese tiempo para uno mismo. Sin hacer nada. Lo llaman «meditar», diariamente.

Sin televisión, sin ordenador, sin tablet, sin móvil, sin nada. Solo y a solas. De hecho volvió a ser dueño de la situación y de su barca. Había dejado entrar mucha inquietud y desesperanza, se había sentido amenazado y perdió la confianza. Había olvidado el sentido de la vida y la razón de ser y estar aquí. Dijo: ¡basta! Parece nada, pero lo es todo. Cualquier recipiente cuando lo llenan dice : ¡basta! Tan solo el ser humano aguanta y aguanta hasta que se rompe o explota porque no puede más, y…

Como si alguien le hablara al corazón, cerró los ojos confiado. Más allá de su frágil embarcación, más allá de la laguna y más allá de las montañas, más allá de la bóveda celeste, más allá del universo, sintió algo en su interior.

«Nunca estás sólo. Deja de preocuparte y achicar miedos. Desconecta de preocupaciones. Tienes la llave de lo que recibes, de lo que ves y de lo que haces o dices. Al entrar en ti y escuchar encuentras que ahí estoy yo. Cierto, yo soy. Aprende a valorar que tú también eres y lo tienes todo».

En ese tiempo interior, se aquieta el alma y la mente deja de imaginar peligros. Vuelve a ser dueño de su vida y sus circunstancias.

Al abrir de nuevo los ojos, ahí fuera, en la naturaleza también está la paz. Y formamos parte de la una y de la otra.

Las nubes doradas reflejaban los últimos rayos de sol tras las montañas. Algunos peces saltan y se producen ondas concéntricas cada vez más amplias, como se difunde el bienestar.

Al caer la tarde, los últimos trinos de las aves despiden al día que se va. El viento también vuelve a estar en calma. Cuando uno cambia, todo cambia.

 José Manuel Belmonte

Acerca de José Manuel Belmonte

Soy un ciudadano del mundo observador y caminante. La Vida, la Naturaleza y la Humanidad, pero sobretodo el corazón del hombre son una fuente inagotable de sorpresas. De eso escribo…

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