jueves , 21 noviembre 2024

‘Fedeli d’Amore’, de Marco Martinelli y Ermanna Montanari: “Y el verbo se hizo carne”

Fedeli d’Amore, (fidelidad en el Amor) es un extenso poema escénico en siete cuadros y un epílogo que se abre y se cierra con los delirios de Dante agonizante en su lecho de muerte en el exilio de Rávena. Entre estos dos momentos hay lugar para vívidas evocaciones de la atribulada vida del poeta durante la época en la que está escribiendo La divina comedia. Son los turbulentos años de principios del siglo XIV en ciudades como Florencia, patria natal del poeta, devastada por las permanentes luchas de las facciones rivales (Güelfos y Gibelinos) y cuyas costumbres se habían degradado de forma alarmante, hasta el punto de hacerse acreedora entre sus coetáneos del remoquete de “patíbulo e prostíbulo”.

Con la corrupción y la vida disoluta adueñándose de todas las capas sociales y con los ciudadanos sometidos al crimen, a la tortura o a la persecución política y el exilio -de los que el mismo Dante fue víctima-, la ciudad debió ser sin duda el lugar de extracción del largo catálogo de penitentes que vendrían a poblar los círculos del Purgatorio o la legión de condenados eternamente a los rigores de las penas del Infierno en La Comedia.

De construcción muy libre, la obra viaja del pasado al presente para poner en evidencia que los hombres de hoy están aquejados de los mismos vicios de antaño convirtiéndose en una sátira acerada de esas mismas flaquezas, lacras y perversiones: el ansia desmesurada de riqueza de los avaros y usureros de nuevo cuño, la insolidaridad e indiferencia con el mal ajeno, la fatuidad, las costumbres licenciosas, …, pero sobre todo, una crítica que adquiere un carácter sumamente virulento cuando se dirige a quienes mercadean con el dolor ajeno o contra los instigadores de la división y de la violencia y contra los traidores a la patria, a la amistad, a la familia.

Y frente a este desolador panorama, frente a esta despiadada y cruda visión de la realidad, ahora como entonces, el Amor como único antídoto, como única esperanza, como única fuerza capaz de ayudarnos a superar la maldad y a liberar a la humanidad de la violencia, en una inspirada evocación que alcanza cotas insuperables de emoción genuina.

Me he tomado la libertad de utilizar un pasaje de los Evangelios: “Y el verbo se hizo carne…” (Juan 1: 14) para encabezar este comentario de Fedeli d’Amore porque expresa, en pocas palabras y mejor de lo que podría hacerlo yo con las mías, el elemento esencial, constitutivo, de la puesta en escena de este tan sugestivo como sorprendente recorrido por la vida y la obra del inmortal poeta florentino del “Trecento”. Es más si despojamos a la frase del sentido figurado que tiene en las Sagradas Escrituras y la devolvemos a su literalidad, casi podría convertirse en definitoria de la actuación de Hermanna Montanari, la intérprete, cuyo portentoso trabajo vocal eleva al rango de protagonista absoluto del espectáculo al sonido en su materialidad física misma.

Con ser importante el contenido textual de los siete monólogos que conforman este políptico, el potencial evocador de multitud de sus imágenes, el rozagante humorismo de algunas, o su carga crítica; la belleza poética de otras y su acendrado lirismo no podrían revelarse en toda su extensión y posibilidades, sin el absoluto dominio de la actriz de la prosodia de la lengua italiana, sin la riqueza, exuberancia y variedad de registros que le permiten modular a capricho sus variados acentos y patrones de entonación.

Las palabras, en boca de esta prodigiosa rapsoda, se alargan, se acortan, se trocean, se mastican, se molturan; acarician, arañan, percuten, en animado diálogo con el sonido estridente de la trompeta de Simone Marzocchi, mientras que la entonación se modula enredándose en caprichosas formas, en crescendos y decrescendos imposibles, en inimaginables repeticiones, ecos, susurros, jadeos, que nos trasportan a un universo desconocido de sensaciones. Su voz puede ser niebla que se cuela por los intersticios de las hojas de una ventana en una fría mañana de invierno; puede ser tierna caricia filial en el rostro y las manos del poeta moribundo; puede tronar como el grito de un dios iracundo, o rebuznar como el maltratado jumento que se ríe de su perra suerte, o replicar la carcajada sardónica del diablo del octavo foso donde son castigados los mercaderes de la muerte. Siempre acompasándose con la variedad de tonos y la gradación de estilos de la magna obra que le sirve de referencia.

En fin, una encendida defensa del amor y la hermandad universales, a la vez que una condena de los vicios que empequeñecen el corazón del hombre. Con una poética de clara filiación artaudiana, la pieza es, además, un antídoto contra la charlatanería vacua del teatro de salón y nos recuerda que hay otro teatro, como quería el poeta maldito, “que enseña al hombre la grandeza, el sacrificio, el dolor y la santidad”. No habíamos visto nada igual desde la exhibición de Martin Wuttke, del Berliner Ensemble, dirigido por Paul Plamper en 2001, aquí en esta misma sala José Luis Alonso del teatro de la Abadía

Gordon Craig, 19-XI -2021.

Ficha técnico artística:

Compañía: Teatro delle Albe.

Con:Ermanna Montanari (voz) y Simone Marzocchi (trompeta).

Dramaturgia: Marco Martinelli.

Música: Luigi Ceccarelli.

Sonido: Marco Olivieri.

Diseño de iluminación: Enrico Isola.

39º Edición del Festival de Otoño.

Madrid, Teatro de la Abadía.

17 y 18 de noviembre 2021.

Acerca de Gordon Craig

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