Tomo prestado para encabezar este comentario el título de la memorable película de Ingmar Bergman de 1973 (antes serie para la televisión sueca) porque de alguna manera viene a representar el canon, el patrón genérico al que de uno u otro modo se remiten las incontables obras teatrales o cinematográficas –Woody Allen o el mismo Kubrick, entre otros- que en época reciente vienen tratando el tema de la relación de pareja en el seno del matrimonio; problemática que abordan con mayor o menor fortuna, modificando la extracción social de los personajes, ampliando o reduciendo el lapso temporal de la relación objeto del análisis, pero casi siempre, eso sí, contemplando dicha relación a partir de un momento de crisis que si no termina en ruptura, al menos pone a prueba la solidez del vínculo que hasta ahora mantenía unida la familia, una institución milenaria consagrada por la tradición como piedra angular de la vida en sociedad amenazada ahora por la nueva ideología de género.
Finlandia pertenece a esa constelación de obras que orbitan en torno a la pareja, y que lo hace, por seguir con la metáfora astronómica, sin el brillo rutilante de las estrellas más próximas, opacada por las espesas brumas del tópico y por una persistente y opresiva sensación de “déjà vue”.
Israel e Irene -nombre de pila de los actores con los que, según es costumbre, el autor denomina a los personajes- intentan conciliar el sueño en el lecho de una espaciosa y confortable habitación de hotel de alguna ciudad finlandesa, donde Irene se aloja con su hija de nueve años mientras dura el rodaje de la película en la que participa. Israel acaba de llegar de Madrid tras hacerse 4000 kilómetros al volante de su propio coche, espoleado por la sospecha de que su mujer le engaña y dispuesto a descubrir la verdad. El reloj de la mesita de noche marca las cuatro en punto de la madrugada. De pronto Israel salta de la cama, enciende la luz auxiliar, y muy alterado zarandea a Irene conminándola a levantarse mientras le espeta a bocajarro: “Tenemos que hablar”.
A partir de ahí se inicia un verdadero pugilato en varios asaltos en el que ambos contendientes van a despedazarse mutuamente dando rienda suelta a los peores instintos del ser humano en una cascada de improperios, invectivas, reproches, insultos, palabras gruesas, golpes bajos, amenazas que llegan incluso a la intimidación física en un auténtico tour de force con final inesperado. Pascal Rambert sigue un patrón típico de desarrollo de la acción dramática -que ya habíamos visto antes utilizado, para explorar la rivalidad entre dos hermanas, con Bárgara Leni y la propia Irene Escolar- consistente en el intercambio de réplicas habitualmente en forma de largos monólogos en los que cada personaje evoca momentos o situaciones concretas del pasado de la pareja mientras desarrolla cada uno su propio argumentario, ella favor de la ruptura, él por salvar a toda costa el matrimonio, ambos por quedarse con la custodia de su hija.
“Mi principal objetivo es provocar el máximo impacto posible con las mínimas herramientas posibles” ha dicho el propio Pascal Rambert en una entrevista reciente; y a buen seguro que causan gran impacto emocional en el espectador muchas escenas de la pieza que comentamos debido a su extrema virulencia, pero no sé si ese mismo espectador puede hacer de lo que ve una auténtica experiencia. Ese énfasis por elevar al máximo la tensión en cada escena, por llevar la visceralidad hasta las últimas consecuencias, recurriendo incluso al tópico, al que hacíamos referencia arriba (como la descalificación apelando a estereotipos ya superados de comportamiento machista o feminista, o la caricaturización de la adscripción política y/o social de los protagonistas: ella es una niña bien hija de un destacado miembro de la comunidad enriquecido en turbias operaciones urbanísticas, él un viejo estalinista de opereta, activista universitario y actor de poca monta del teatro independiente de los setenta); ello unido a la plétora de significantes, a las réplicas atropelladas y llevadas al paroxismo, y a una batería de reproches reiterativa volviendo una y otra vez sobre los mismos temas conduce a un cierto cansancio, a un cierto agotamiento de la atención, pese al trabajo esforzado y la entrega de los actores, cuyo probado talento y oficio no siempre son bien aprovechados por el director del espectáculo.
Con todo, y a fuer de sinceros, cabe decir, que el respetable prorrumpió en un caluroso y prolongado aplauso al terminar la representación.
Gordon Craig, 02-X -2022
Ficha técnico artística:
Autor: Pascal Rambert.
Con: Irene Escolar e Israel Elejalde y Julia Rodríguez.
Iluminación: Ives Godín
Espacio escénico y dirección: Pascal Rambert.
Producción Teatro Kamikaze y teatro de la Abadía.
Madrid, Teatro de la Abadía hasta el 23 de octubre.