Esta pieza descarnada y sincera a buen seguro constituye para los espectadores más jóvenes un espejo en el que mirarse libre de telarañas y veladuras; para los menos jóvenes (“nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”), una estimulante incitación al recuerdo, un reencuentro gozoso, libres ya de la angustia y de las incertidumbres de la edad temprana, con una etapa del pasado que de un modo u otro todos vivimos peligrosamente. Hablamos de Future lovers, que en una versión “unplugged” se reestrena ahora en el Centro de Danza de los Teatros del Canal.
Para glosar su contenido no se me ocurre nada mejor que citar el título de la obra con la que se dio a conocer la compañía: Actos de juventud, allá por el 2010 en la X edición del añorado festival “Escena Contemporánea”. Ahora se trata de seis jóvenes que se reúnen en un descampado una noche de verano a beber, fumar, charlar y bailar música techno hasta la extenuación para festejar el final de curso y el 19 cumpleaños de Pablo, uno de ellos. Íntimos y extraños a la vez, desinhibidos por los efectos del alcohol, raptados por el fulgor del instante y la pujanza de sus cuerpos vigorosos se entregan con fruición a un ritual iniciático que marcará para todos ellos el paso de la adolescencia la edad adulta
Se trata de una obra a medio camino entre la performance y la confesión íntima en la que vuelven de nuevo los viejos temas presentes en los anteriores espectáculos de sus creadores: la pérdida de la inocencia y la búsqueda de la verdadera identidad personal ligada al deseo inaplazable de encontrarse a sí mismos, liberarse de las imposiciones y ataduras familiares y concretar un proyecto de vida que parece imposible dada la situación económica. Jóvenes con menos prejuicios, una mayor libertad sexual y menor lastre de un pasado de injusticias y violencia que la generación precedente, han de explorar, no obstante, nuevas formas de relación y de convivencia sumidos en la misma inseguridad y los mismos temores de siempre, al desamor, a la decepción, a la soledad, a la incertidumbre y a la falta de comprensión y reconocimiento.
La obra empieza con Sara sentada junto a los espectadores situados en círculo. Toma el micro para presentarse y contestar a las preguntas del “instructor” de una supuesta sesión de “refresh” (vivir lo que has vivido otra vez pero desde una nueva perspectiva vital más madura). Susurrando, calmada, dubitativa, comienza a esbozar sus anhelos e inquietudes y por fin se decide a evocar un momento crucial de su existencia pasada que quisiera revivir. Y de pronto como salidas de un sueño lúcido, las imágenes emergen, primero borrosas, fantasmales, a la luz de las pantallas de los smartphones, luego cada vez más nítidas, de aquella lejana y cálida noche estival.
Primero vendrá la llamada salvaje de la sensualidad y del vigor corporal al ritmo insinuante de Blizzard, de Fauve, cuyo galopante crescendo arrastra unos cuerpos que se agitan y contorsionan hasta llegar a paroxismo; cuerpos que se buscan, se persiguen, se arrastran, se abrazan, hasta quedar exhaustos. Luego progresivamente volverá la calma y poco a poco se abren paso las conversaciones soto voce, los soliloquios, los mensajes de voz …, y a través de la palabra, los silencios, los contactos furtivos, se nos va desvelando con claridad meridiana el rico problemático y misterioso universo adolescente. La insatisfacción de Pablo, un tanto perdido y que no sabe qué hacer con sus recién estrenados 19 años; los anhelos de una utópica Sara que se cree predestinada a cambiar el mundo y que experimenta esa misma noche su primera decepción amorosa; la primera frustración importante de Egozkue que ve cerrársele las puertas de su sueño de estudiar en París a la vez que descubre lo ambiguo de su relación con Siro y el preocupante grado de dependencia en que ha desembocado su amistad con él. La candidez y generosidad de Siro y como se sacude de golpe su timidez para desenmascarar la insinceridad de Gonzalo en su relación con Sara; la serenidad y comprensión de Itziar, su mente abierta y desprejuiciada y su facilidad para escuchar.
Los actores, sin excepción, hacen un encomiable trabajo. Jovencísimos todos ellos crean esa atmósfera de cordialidad, desenfado y franca camaradería en la que se desarrolla la velada. Y hay lirismo y ternura en el texto y una madura reflexión sobre la identidad, sobre el amor, sobre la incomunicación. A ratos se observa un intento de suplir la palabra por el diálogo de los cuerpos: la voluptuosidad del abrazo, del contacto corporal y el frenesí del movimiento, a veces trasformado en una suerte de ejercicio físico gratuito y violento. Con una construcción muy libre y unos diálogos fluidos que, como ya hiciera Sánchez Ferlosio en su momento en El Jarama reproducen a la perfección el registro más coloquial y la espontaneidad del lenguaje adolescente, la pieza discurre a buen ritmo deparando numerosas ocasiones para el disfrute de los sentidos, para la reflexión honda, pero también para la sonrisa cómplice o benevolente ante el gracejo, la ingenuidad y los chistes o las salidas de pata de banco ocasionales.
Ficha artístico técnica:
Creación: Celso Giménez, con la colaboración escénica y dramatúrgica de Itxaso Arana y Violeta Gil.
Compañía: La Tristura.
Con: Pablo Díaz, Manuel Egozkue, Gonzalo Herrero, Itziar Manero, Siro Ouro y Sara Toledo.
Espacio sonoro: Eduardo Castro.
Dirección: Celso Giménez.
Madrid. Teatros del Canal. Centro de Danza. 7 de septiembre de 2019. Próximamente: 5 de octubre, 16 de noviembre de 2019; 8 de febrero y 7 de marzo de 2020.