Una de la principales características que adornaban el hermoso Paseo del Pintor Rosales era, sin lugar a dudas sus quioscos, lugares frecuentados desde principios del siglo pasado sobre todo en las tardes y noches del tremebundo, por lo ardiente, verano madrileño. Lamentablemente toca hablar en pasado porque a día de la fecha apenas resisten tres de ellos, habiendo dejado las aceras del paseo, en su lado vegetal, prácticamente huérfanas de sillas, mesas y toldos.
Texto de Alfonso Martínez
De los quioscos que quedan hay uno que es el motivo de estas líneas, el Magadán, que lleva la friolera de ciento diez años prácticamente en el mismo sitio, en la acera opuesta a la confluencia con Marqués de Urquijo, esquinado a la bajada de Francisco y Jacinto Alcántara, y como es normal en todo ese tiempo ha visto pasar muchas cosas y muchas gentes.
Nació con el nombre de El Parque en 1907 y su actual denominación procede de la familia propietaria, descendientes directos de Agustín Magadán.
Evidentemente hasta aquí nada especialmente peculiar. Sin embargo la cosa cambia cuando nos enteramos de quien era esta persona, porque ocurre que estamos hablando de un héroe de la Guerra de Cuba, y no precisamente de uno cualquiera, sino de uno de los combatientes del famoso episodio de la batalla de Cascorro.
Es sabido que en esa aldea de Camagüey estaban cercados en 1896 soldados pertenecientes al regimiento María Cristina número 63. La situación se salvó gracias a Eloy Gonzalo, que se ofreció voluntario para prender fuego a la casa donde los cubanos se habían hecho fuertes y desde la cual hostigaban duramente a la tropa española. Para llevar a cabo su misión se proveyó de una lata de gasolina, tal y como podemos ver en la estatua del Rastro y pidió que se le atase una cuerda a la cintura, a fin de que si caía muerto en la acción se pudiese recuperar, tirando de ella, su cadáver. Pues bien el extremo contrario de dicha cuerda estaba sujeto por el cabo furriel Agustín Magadán.
Acabada la guerra la hoja de servicios de Agustín le debió servir para conseguir, aparte del ascenso a sargento y las medallas de rigor un puesto de portero en el Ayuntamiento, y así nos lo encontramos en 1902, tal y como nos cuentan diversos periódicos, saludando al rey en la inauguración de la feria del Retiro, en la que el Consistorio tenía pabellón. Al parecer lo que llamó la atención a un jovencísimo Alfonso XIII que con dieciséis años asumía ese mismo año el poder, fue la pechera del empleado municipal llena de condecoraciones y quiso informarse del que, como y cuando un ordenanza había conseguido esos honores militares.
Según El Heraldo le vemos, también, en la inauguración a la estatua de Eloy Gonzalo y este periódico nos cuenta que se acerca al carruaje real y le hace entrega al monarca de un escrito, no siendo esto recogido en otros diarios de la época. Lo que si aparece como común en todos estos artículos es el desfavorecimiento hacia los soldados que, aun teniendo méritos reconocidos por las autoridades militares, se ven en situación no muy boyante en la vida civil.
No sabemos si en el caso de Agustín Magadán sirvió de algo la opinión de la prensa, si la Casa Real a instancias de Alfonso XIII hizo alguna gestión o si algo se movió en los ámbitos municipales, pero el hecho es que, cinco años después, pudo llegar a montar, merecidamente, el quiosco El Parque.
Esta primera construcción no estaba situada exactamente donde la actual sino que se ubicaba más hacia el centro de la acera y también difería en la forma, siendo su planta ovalada en vez de la rectangular que podemos ver hoy en día, tal y como nos cuenta Javier, el nieto del fundador y actual propietario.
Si ahora estamos hablando de una localización muy buena durante mucho tiempo fue sencillamente excepcional. Justo a su lado tenía una parada del tranvía cangrejo, así llamado por su originario color rojo y que cuando los pintaron de amarillo la gente decidió no cambiarles el nombre. También desde las fiestas de San Isidro de 1923 tuvo la inmediata compaña de otro quiosco de bastante empaque: el de música de la Banda Municipal, que estuvo allí hasta que entre 1952 y 1953 los munícipes de turno decidieron que ya debía pasar a mejor vida.
Sin lugar a dudas estas dos circunstancias tuvieron que ayudar a tener público. Pero la clientela hay que saberla cuidar y parece ser que Agustín Magadán sabía hacerlo por varios motivos, como el de no vender bebidas alcohólicas para evitar los riesgos inherentes a las borracheras con las broncas y las escandaleras públicas consecuentes. Cuidaba el sistema de enfriado de las bebidas, tenía agua directa del Lozoya y buena iluminación por gas. Por si fuera poco contaba con una pequeña orquesta, al parecer un quinteto, que animaba a los sedientos madrileños que se acercaban hasta este remanso de Rosales. Esta orquestina tenía que callar cuando arrancaba la Banda Municipal en el templete inmediato para no estorbarla.
En el año 1928 muere este compañero de Eloy Gonzalo, que, parece ser, no presumió casi nunca de ello y que, si tenemos que creer lo escrito cenaba todas las noches con una cuchara recogida a los enemigos en la batalla de Cascorro.
Y pasaron los años, y vino la guerra, quedando este lugar en zona de frente. El quiosco de música sufrió desperfectos por los bombardeos, pero el Magadán quedó ileso, la ciudad cambió y cambió.
La parada del tranvía desapareció y también el templete de la música. El Magadán, que ya no El Parque, se mudó en 1942 moviéndose apenas unos pocos metros a donde ahora se encuentra.
Desde 1967 tiene como compañía a la estatua de Eduardo Rosales, en la imagen de la izquierda, obra de Mateo Inurria y que, como toda estatua madrileña que se precie es peregrina y se vino aquí desde su emplazamiento en el paseo de Recoletos, donde vivía desde 1922. La imagen del pintor, pequeña como es, aún lo parece más porque se esconde entre los árboles y mira hacia los coches, seguramente para no estorbar. El lugar pudo haber tenido más vecinos de piedra si se hubiese puesto como estaba previsto la estatua de la Infanta Isabel, La Chata, donde estuvo el templete de la música antes de que en 1955 se la inaugurara en su actual ubicación, frente a la calle de Quintana.
La familia Magadán siguió con el negocio a pesar de que en los años ochenta hubo problemas para todos los quioscos de Rosales. En 1988 se reformó adaptándolo a las necesidades municipales, pero imitando toda la esencia y estética del de 1942. Se conservan igualmente las sillas y mesas antiguas, aunque hoy en día no siempre están puestas y, habitualmente, corren peligro cuando están recogidas por los actos de vandalismo.
A pesar de todo el tiempo que ha pasado hay cosas que no cambian, y Javier me cuenta que la gente sigue pidiendo lo mismo de toda la vida: horchata, granizados, cerveza… Exactamente igual sigue vigente el ambiente familiar que ha caracterizado a este apacible y tranquilo paseo. Solo resta desearle a tan venerable quiosco que pueda resistir otros cien años más y a la familia Magadán suerte y ánimos para poder continuar con el negocio.
FUENTES CONSULTADAS:
- Alrededor del Mundo, artículo de 01/12/1928
- La Acción, artículo de 02/08/1921
• La Correspondencia Militar, artículo de 06/06/1902
• El Heraldo de Madrid, articulo de 05/06/1902
• La Época, artículo de 06/06/1902
• El Imparcial, artículo de 06/06/1902
• El Liberal, artículo de 14/06/1902
• El Sol, artículo de 16/05/1923
• ABC, artículos de 20/05/1923, 08/07/1988, 22/07/1990, 09/07/2001, etc.
• Memoria Monumental de Madrid Miguel Álvarez.
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