Estamos en la primera década del mil seiscientos, a las puertas de la más profunda transformación que habría de experimentar la escena española en su historia. Decepcionado -contrariado, quizá- por la frialdad con la que es acogido su teatro con respecto a su narrativa y frente al imparable empuje del “arte nuevo” de Lope, Cervantes se debate entre tradición y modernidad, defendiendo una cierta fidelidad a los preceptos pero consciente de la necesidad de innovar, pues como afirma La Comedia (personaje alegórico de El rufián dichoso, en el inicio de la segunda jornada): “Los tiempos mudan las cosas / y perficionan las artes”.
La obra que comentamos, publicada junto a otras siete más en 1615, y con el bien que significativo apelativo de “Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados” viene a ser una muestra de la intención de Cervantes de alejarse de las convenciones de la época y de su empeño experimentalista, condenado, como ahora sabemos, al fracaso, pero no por ello menos meritorio y acreedor, aunque sólo sea por un prurito de justicia poética, de un poco de atención por parte de los profesionales de la escena. Tres son las principales novedades dignas de consideración en esta obra: la estructuración en tres jornadas (algo no ajeno al influjo lopeveguesco), la aparición de personajes alegórico-simbólicos, que Cervantes mismo, en el prólogo a la edición citada, denomina “figuras morales”, y la largueza y profusión de elementos de la tramoya con los que deben de aderezarse las escenas, para transformar el bosque en el que se desarrolla la acción en un lugar mágico, como el bosque a las afueras de Atenas en la sakespeariana Sueño de una noche de verano. Y no es el menor mérito de la puesta en escena precisamente el haber conseguido crear esa atmósfera de fantasía o ensoñación que envuelve a los personajes y hace de ellos víctimas de la ilusión, juguetes de un destino caprichoso y burlón.
Ayuna de la trabazón orgánica y de la sólida estructura dramática de las obras de Lope, sustentada en la sucesión de lances y episodios a cual más pintorescos e inesperados la pieza viene a estructurarse siguiendo dos líneas de desarrollo del conflicto, una caballeresca que trata de la rivalidad de dos Pares de Francia, Reinaldos y Roldán, dos caballeros enamorados de la misma dama y acosados por los celos; y por otro lado una acción paralela, de sesgo bucólico, protagonizada por Lauso, Corinto y Rústico, tres pastores enamorados de la misma pastora. Para acabar de complicar las cosas una tercera trama viene a enredarse con las anteriores con la aparición del héroe español Bernardo del Carpio y la de una mujer vestida de caballero, también en busca de aventuras, llamada a enfrentarse nada menos que al jactancioso Galalón, ayudante de campo del mismísimo Carlomagno.
En fin, un abigarrado y heteróclito conglomerado, una enmarañada madeja -¡de dos largas horas!- que sólo la pericia de un director de talento es capaz de desenredar implementado una ingeniosa estrategia de metateatralización. Todo sucede en unos minutos. En un receso de los tramoyistas que están preparando la escenografía para una próxima representación, uno de los técnicos abre un libro arrumbado entre el atrezzo y los elementos de guardarropía y se enfrasca en su lectura mientras la radio desgrana su letanía de anuncios publicitarios. De pronto, como por arte de magia, las luces parpadean y un estrépito de fondo inunda la escena ante el asombro y la perplejidad de la tramoyista (Lidia Otón) que corre a esconderse. Y ¡ale hop! Allá que irrumpen en escena Reinaldos, lamentándose a voz en grito de la bellaquería de Roldán, y Malgesí, criado de Reinaldos intentando apaciguarle; a ellos se suman el mentado Roldán y Galalón, y el emperador Carlomagno ante cuya presencia terminan estos de dejar a un lado sus querellas. Vanse todos por donde han llegado excepto Malgesí, que parece haber quedado atrapado a este lado del espejo, en otro plano de la representación y dotado de los mismos poderes taumatúrgicos que la tramoyista -con la que, por cierto, hace buenas migas-, pues en el instante en que abre un nuevo libro y comienza a leer sucede el prodigio y nuevos entes de ficción van a cobrar vida en escena, empezando por Angélica, la belleza exótica de la que van a quedarse prendados irremediable y apasionadamente los antedichos caballeros; luego su criada, y así, sucesivamente toda una caterva de personajes del más variado pelaje y condición, incluidos el moro Ferraguto, ejecutor del hermano de Angélica, Venus, Cupido y hasta el espíritu del mago Merlín.
Amén del esforzado trabajo de adaptación de Brenda Escobedo, y el ya mencionado buen hacer de Ernesto Arias como director del montaje, cabe destacar la excelente banda sonora, música original de Jorge Eliseo con una exquisita diversidad de tonos y acentos, desde el exotismo orientalizante que acompaña las apariciones de Angélica a las sentidas y alegres tonadas populares con las que los pastores se lamentan de sus desdichas o requiebran a Clori, pasando por los permanentes subrayados musicales que tiñen de ironía, sorpresa, solemnidad, burla, terror, o suspense muchas escenas. Hay, asimismo, un derroche de ingenio en la escenografía, atrezzo y efectos especiales recurriendo ocasionalmente a primitivos y rudimentarios -pero no por ello menos divertidos- trucos de magia. Y hay, desde luego un espléndido trabajo actoral. Y es difícil hacer distingos porque todo el elenco se desempeña con ejemplar celo y maestría tanto en el dominio del verso como en el recurso a la expresividad corporal. De los rústicos, bien humorados y enamoradizos pastores Lauso y Corinto transitan Gonzalo Lasso y Samuel Viyuela a los dos nobles caballeros ya mencionados, Reinaldos y Roldán, igualmente pagados de sí mismos, y cegados ambos por una irrefrenable y enfermiza pasión amorosa que les lleva a cometer los mayores dislates. La acerada ironía cervantina se ceba con ellos y los refleja como dos descerebrados niños mimados disputándose el cuerpo de Angélica como si fuera un muñeco de peluche al que están a punto de desmembrar en una descacharrante escena de la tercera jornada. Carlos Pinedo trasmuta el verbo reposado, la majestad y el continente altivo, paternalista y magnánimo de Carlomagno por una aquilatada personificación del bobo, objeto de las más crueles bromas de Lauso y Corinto, que da por bien pagadas con la devoción que le profesa la ecuánime, desenvuelta, discreta y complaciente pastora Clori (Inés González). Bernardo (Jesús Blanco) y Marfisa (Carmen Bécares) rivalizan en bravuconería y petulancia, de talante un punto quijotesco, vienen prevenidos a “desfacer entuertos” y parecen sacados de aquellos libros de caballerías que secaron el seso de nuestro ingenioso hidalgo. Carmen Quismondo encarna con tino a una enigmática y delicada princesa oriental; parece una muñeca de porcelana cuando aparece por primera vez precedida de su séquito entonando la palinodia de sus cuitas ante la concurrencia; aporta una pizca de exotismo a tono con la atmósfera de misterio que envuelve la escena. Jesús Teyssiere compone la singular figura de Malgesí, perejil de todas las salsas, un híbrido de confidente, genio del bosque y nigromante con poder para conjurar las sombras y hacer todo tipo de trucos y encantamientos. Como cerbero de la casa del horror libera, como escarmiento, ante los aterrados ojos de Reinaldos las funestas visiones del Temor, de la Sospecha, de la Curiosidad y de la Desesperación, parteras de los Celos, espléndidamente encarnadas, sin decir palabra, por Lidia Otón, que también da vida en un más que meritorio trabajo de desdoblamiento a Buena Fama, Mala Fama y a otras figuras alegóricas.
Un extraordinario trabajo, en fin, como queda dicho; pero a fuer de sinceros, no deberíamos cerrar este comentario del espectáculo sin recordar a los responsables de la misma, para futuras empresas, el notable aserto de Gracián de que “lo bueno, si es breve, dos veces bueno”.
Gordon Craig. 29-VI-2023.
Ficha técnico artística:
Autor: Miguel de Cervantes.
Dramaturgia: Brenda Escobedo.
Con: Carmen Bécares, Jesús Blanco, Oscar Fervaz, Inés González, Gonzalo Lasso, Lidia Otón, Carlos Pinedo, Carmen Quismondo, Jesús Teyssiere y Samuel Viyuela.
Escenografía: Álvaro Sobrino.
Vestuario: Nuria Martínez.
Iluminación: Raquel Rodríguez.
Música original: Jorge Eliseo.
Dirección: Ernesto Arias.
XXII Festival Iberoamericano del Siglo de Oro.
“Cásicos en Alcalá”.
Alcalá de Henares.
Teatro Salón Cervantes.
29 de junio de 2023.
[La función podrá verse del 12 al 16 de julio en el auditorio de la Fundación Juan March]