martes , 3 diciembre 2024

‘La colección’, de Juan Mayorga: «Un arca en un diluvio de ruido»

En varias ocasiones a lo largo del espectáculo a uno le asalta la duda de si ese misterioso recinto (caverna, laberinto, jardín, vertedero, panteón,…)  que alberga la no menos misteriosa colección a la que alude el título de la obra no será el teatro mismo, y si el lucernario de la cúpula bajo la que se sitúa el escenario del teatro de la Abadía no será ese agujero por el que Héctor y Berna contemplan el cielo estrellado las noches de insomnio, y si los espectadores, enfermos, a su vez, de atesorar objetos no seremos también piezas de colección que cada noche se renuevan resignificando en cada función el sentido y el valor de cada una de dichas “piezas” y el del conjunto como un todo. Y es que en las obras de Juan Mayorga, y en esta en particular, nada es lo que parece a primera vista. Afirmación, por cierto, que se compadece bien con la naturaleza del teatro.

Y a primera vista, lo que hay es una pareja de ancianos sin descendencia ante la disyuntiva de elegir un  heredero a quien confiar su colección: el resultado de toda una vida  de trabajo dedicada a adquirir, catalogar y conservar obras de arte. La obra comienza con la llegada de un aspirante, una aspirante en concreto, Susana Gelman, y básicamente desarrolla el inclemente y riguroso escrutinio al que Héctor y Berna, los propietarios de la colección, van a someter a la “candidata” para averiguar si es la persona idónea para mantener, prolongar y en su caso ensanchar su legado.

Pero sobre ese sustrato argumental, una historia jugosa, entretenida y bien documentada en cuanto atañe a la actividad del coleccionismo y un agudo, penetrante y pormenorizado análisis de la psicología del coleccionista, esa figura excéntrica, caprichosa, obsesiva capaz de cometer los mayores desmanes por conseguir la pieza deseada, sobre esa  modesta urdimbre el autor teje un tapiz de palabras de textura, relieve y colorido excepcionales, al que dota de poderosas y evocadoras imágenes que invitan a ser leídas en busca de un sentido figurado o metafórico. Ello se ve refrendado por la ejecutoria y la singular idiosincrasia de los protagonistas que proyectan sobre su propia vida y sobre todo lo relativo a la colección y a su propósito de donarla un halo de misterio y extrañeza. De hecho, llegan a referirse a la colección como “la máscara de un secreto”, un secreto -el del contenido, tipología y número de las piezas- celosamente guardado a lo largo de toda la representación tras una puerta que sólo se abrirá en el momento exacto de la caída del telón.

 A veces, como la propia Susana, dudamos de que exista la colección misma y no sea todo un delirio fruto de una mente senil, un simulacro, una farsa. Pero luego, progresivamente vamos descubriendo que lo que se nos exige es una nueva toma de conciencia, más amplia, más generosa para que veamos esa colección, quizá, como un corpus de experiencias, de normas de vida minuciosamente valoradas y puestas a prueba que, salvando lugares y épocas -porque “algunas imágenes vienen de las cavernas”-, aspiran a una existencia más alta; una vida que está hecha de paciencia, sin prisas, sin cancelaciones, de la que forman parte también los extravíos y los engaños; una vida de exaltación, de entusiasmo, pero también de desapego de renuncias y sacrificios; una vida verdadera frente a los espejismos, que sepa distinguir, como quería Machado, “las voces de los ecos”, como “un arca en el diluvio del ruido”,  explica Héctor, que no dé nunca nada por definitivo; una exhortación a vivir en la incertidumbre, en la confrontación y el conflicto porque en el debate está la sabiduría; una vida, en fin, consagrada por entero a un ideal que merezca la pena ser trasmitida a la posteridad; “una protesta contra el tiempo”.

Escenografía y espacio sonoro coadyuvan a establecer ese clima de incertidumbre, esa atmósfera de extrañeza a la que aludíamos arriba; de hecho el recinto donde se desarrolla la acción, es un espacio indefinido, en penumbra, donde se apilan montones de cajas de diversas formas y tamaños que sugiere la tétrica frialdad de un osario, y que invita  al silencio, al recogimiento y a la unción de un lugar de meditación, antesala de la cripta, cuyos guardianes serían Héctor y Berna Pereira, los protagonistas. Ese carácter enigmático, se extiende a los diálogos, y a la propia acción dramática: al celo que muestran Héctor y Berna por mantener en secreto la colección, en tanto, como si se tratara de una novela policiaca, facilitan pistas y más pistas sobre la misma mientras someten a diversas pruebas a la candidata. Un auténtico tour de force que se prolonga a lo largo de toda la obra en un crescendo de la intriga que te deja sin aliento hasta llegar a un giro inesperado final, un genial turning point, la aparición de un elemento narrativo nuevo, esencial, que precipita el desenlace.

José Sacristán en ‘La colección’

Y hay, last but not least, una esplendida labor de dirección y un magnífico trabajo por parte del conjunto del elenco. En particular José Sacristán y Ana Marzoa bordan sus respectivos papeles, por cierto, dos personajes fascinantes, dos ancianos adorables, un poco cascarrabias que minimizan sus rarezas y los ocasionales exabruptos con una dulzura y una comprensión infinitas. Nos regalan momentos memorables como ese inicio del quinto acto, sentados uno al lado del otro, acariciándose con ternura mientras rememoran su historia de amor. No deja de sorprendernos la sencillez y la naturalidad con las que incorporan el texto de la obra, a menudo juicios -sumarísimos- de valor o frases lapidarias de extrema contundencia. Para ambos, los recovecos, reformulaciones, contrastes y paradojas aparentes de la prosa de Mayorga no parecen tener secretos y fluyen con la naturalidad con la que saludamos a un vecino por la escalera. Confieren a su discurso una rara coherencia con el carácter de su personaje aupados sobre un atinado régimen pausal y una profusa y variada batería de gestos e inflexiones tonales. Ora se muestran expansivos recordando sus momentos de bon vivant como cazadores de gangas por los entornos cosmopolitas de los circuitos de exposiciones de obras de arte, ora se muestran huraños y celosos de su intimidad y de la vida en soledad del anacoreta. En todo caso, como Don Perlimplín, tras haber dado muerte al joven de la capa roja (apuñalándose él mismo con “un ramo ardiente de piedras preciosas”) parecen transfigurados por el efecto de algo desconocido, más grande que ellos mismos, y portadores de una luz especial que nos cautiva y nos sobrecoge al mismo tiempo.

Gordon Craig, 16-IV-2024.

Ficha técnico artística:

Autor: Juan Mayorga

Con: José Sacristán, Ana Marzoa, Zaira Montes e Ignacio Jiménez.

Escenografía: Alessio Meloni.

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.

Música y espacio sonoro: Jaume Manresa.

Dirección: Juan Mayorga.

Madrid. Teatro de la Abadía. 14 de marzo 21 de abril de 2024.

Acerca de Gordon Craig

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