La cultura y la sociedad, desde siempre, han ido imponiendo unos valores y unos códigos de conducta, que se vienen transmitiendo, con más o menos acierto, desde la antigüedad. Según la ética básica: los «tramposos» suelen ser denunciados para que no sean tolerados en la sociedad. Esos valores hasta hace poco se solían transmitir desde la infancia.
En el deporte.
Recientemente «los amaños» deportivos, de los partidos de futbol, se investigan y persiguen, porque se han pactado los resultados, con lo que se ha atentado contra la integridad de la competición. En lo deportivo, intentar ganar, se hablaba, antes, de «maletines de dinero».
Ahora se han podido probar gracias a la «informática». El dinero fácil es la causa. Interviene la policía, hay sanciones económicas, e incluso cárcel si procede, en defensa de la ley y la igualdad de oportunidades. Puede haber sanciones de dos a cinco años por parte del Comité de Competición.
Otra forma moderna de alterar las cosas para ganar, son los dopajes deportivos. También, si se prueban, con o sin victorias, se controlan. Si se demuestran, hay descalificaciones y pérdida del trofeo, y se desposee del dinero y el prestigio de lo que no se ha ganado en buena lid. Incluso después de años transcurridos, se despoja del título, trofeo o medalla. Los comités nacionales e internacionales, velan por la legalidad, el honor y prestigio de las distintas disciplinas deportivas.
Pero, no solo los deportistas son sancionados, también los responsables de los «amaños». Hace cuatro años, Platini ya había sido suspendido por la FIFA de «cualquier actividad relacionada con el fútbol» por «violación del código de ética». Hace unos días, el 18 de junio, ha sido detenido en Francia, por la concesión del Mundial 2022 a Qatar.
Si se persiguen es porque siempre hay alguna persona, algún club o alguna nación perjudicada. Y ha sido perjudicada, «por amaños», por haber dado u obtenido dinero, para obtener lo que se quería.
En política se «amaña todo» y todo está en el aire
Cuando esos «amaños, componendas o cambalaches», se hacen a costa de los votantes… se les llaman «pactos». La pregunta sigue en pie: ¿hay inmunidad política, económica y social para los amaños? Entramos en otra esfera, distinta de lo deportivo. ¿La ética no cuenta? Se pasa de la inseguridad en el recuento de votos…a los «pactos». Lo cual tiene también un alto precio y desprecio. La fuerza más votada, puede gobernar o no, según dónde y cuándo. El trato es: prestigio, dinero, y negocio: «te doy para que me des».
Después de 2 votaciones recientes, en este país, los elegidos pasan al «pactódromo», (oscuro túnel vetado a los votantes), donde los números y los votos pueden cambiar de valor y de color. «Para celebrar el final de los vergonzosos pactos entre los partidos políticos, siempre a espaldas de sus votantes, con el fin de repartirse los poderes autonómicos y municipales, ha estallado el verano social» (A. Ussía). Lo ha llamado… «cuchipandas de estío«. Coloquialmente, la comida que se hace alegremente junto a otras personas, con algún plan especial.
Se trata de repartir poder y estrategias, asignando sillones, bastones de mando, gobiernos, -en solitario o compartidos-, sin importar lo que le cueste al ciudadano y olvidando, parcial o totalmente, las promesas que se hicieron en campaña. ¡Nadie ofrece o da algo por nada! ¿Mutuo interés? ¡Normalmente! Pero se trata también de que «el adversario», con más o menos votos, quede debilitado. Todo, con mucha diplomacia, con diálogo y con pactos, y vendido convenientemente en los medios de comunicación afines.
Claro que «el sonsonete del diálogo es truco de naipes marcados y culebreo de chapas de trileros. La desvergüenza de los políticos es absoluta. Ya ni siquiera fingen un asomo de decencia. Todos revolotean y pían en busca de cualquier nido de cuco en el que depositar su huevo y su fuero. Total… ¡Paga el contribuyente!…¿No es delito conseguir votos a cambio de embustes?¿No es eso una estafa? ¿No lo es embaucar con sobres del tocomocho a los incautos que se acercan a las urnas provistos de fajos de papeletas? Cierto es que la Justicia rara vez funciona, pero, aun así, me pregunto qué pasaría si alguien se tomase la molestia de denunciar en la comisaría más cercana a los tunantes que ahora hacen lo contrario de lo que prometieron en sus campañas…Alguien, algún día, se personará (en el juzgado), dará con un juez honrado y los timadores acabaran en la trena. Mejor ahí que en los escaños» F. Sánchez Dragó.
Sería más sencillo y menos costoso, que hubiera una segunda ronda en la que se pudiera votar a quienes hubieran obtenido más votos en la primera ronda. Los votantes tendrían capacidad de decisión y, no dejaría su voto para que los electos, o sus líderes, mercadeen a su antojo o los vendan al mejor postor, por la derecha o por la izquierda.
¿Quién controla? En teoría los mismos que intervienen en «los amaños», a no ser que haya denuncias. A lo que se puede apreciar, ni siquiera los «amaños» pactados, se respetan. Así que pese a la manipulación de los votos de los electores, éstos tienen que esperar como mínimo 4 años para volver a votar, porque esta «democracia» está viciada, herida, manipulada y corrompida. ¡Demasiados chiringuitos y demasiada gente viviendo de los mismos! (Claro, que para entonces, los votantes, tendrán que saber si han superado y olvidaron los «amaños» y lo que hicieron con su voto).
A esta «democracia decadente» un filósofo francés, clarividente, la llama: «ineptocracia«. Y lo explica: «Ineptocracia, es el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores -en número descendente- y, todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predice teorías, que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas» (Jean d´Ormesson).
Si la burbuja inmobiliaria estalló y nos pasó factura, lo que está pasando y se está consintiendo, también tendrá consecuencias. Ser diputado o no, puede depender del voto de la ciudadanía. Pero…si se manipula, si al día siguiente de «los amaños», se rompen alianzas, si al no estar conformes se producen mociones de censura y si se desestabilizan ayuntamientos, si hasta el «noesnoismo» cambia de bando, como decía T.León Gross, algo tiene que cambiar.
Primero, porque no vale todo. Y después porque no se olvide que la paz, los derechos y las libertades conquistados, se pueden perder. Como la democracia no es un juego, ni hay un comité de disciplina democrática, quienes deberían estar más interesados en atenerse a las reglas de la igualdad y de la ética, se saltan los principios más elementales. ¡Ya sucedió en el pasado!
No es de extrañar, que el «Índice Global de Paz, que mide el nivel de conflictividad en el mundo, ha situado a España como el país donde se ha producido el mayor deterioro de confianza en las instituciones en los últimos diez años. «España ha sido uno de los países más afectados por la crisis de 2008. El empobrecimiento generalizado de la población y los sucesivos escándalos de corrupción han propiciado un clima de desencanto absoluto con el poder político. A esto se une, además, el avance del problema catalán…», Steve Killelea.
Ni el mal ni el bien, se encuentran puros en bando alguno. No es un consuelo. Mientras no se demuestren, «los amaños», todos merecen un respeto. En democracia, es la justicia o el tiempo quien se encarga de señalar quien acierta o se equivoca.
Pero, hasta el cubo de Rubik es más fácil de armar porque tiene menos caras, menos colores y menos aristas que las urnas políticas y sus artimañas, donde nada es lo que parce y ni siquiera los «amaños» garantizan la gobernabilidad.
En su momento volverán a ser convocados a las urnas los votantes. Serán ellos, si quieren, quienes deben decidir. Eso sí, se debería darles, por ley, la oportunidad de una segunda vuelta, como hacen los franceses, para que el sarpullido de los «amaños» de los electos no sometan a la sociedad al penoso espectáculo del mercadeo de intereses.
Una aclaración, aunque no sea necesaria: a estas alturas, estoy totalmente en la onda de lo que decía Facundo Cabral y cantaba Alberto Cortéz: «No soy de aquí, ni soy de allá«, y únicamente «ser feliz es mi color de identidad«.
José Manuel Belmonte