miércoles , 19 febrero 2025

‘Los gigantes de la montaña’, de Luigi Pirandello: “La primacía de la ficción”

Los gigantes de la montaña es la última obra, inacabada, de Luigi Pirandello y de alguna manera puede considerarse su testamento literario, compendio de los grandes temas que preocuparon al autor a lo largo de su vida, y hubiera resultado revelador conocer el desenlace de la pieza que, al parecer, tenía ya en su cabeza cuando le sobrevino la muerte y del que sólo tenemos las impresiones que sobre este final le transmitió de palabra a su hijo Estéfano.

Obra de una complejidad extraordinaria y al hilo de esos temas recurrentes a los que aludo arriba: la sospecha sobre la realidad objetiva, el impacto alterador del tiempo –Heráclito mediante- sobre la realidad subjetiva, de donde su radical inconsistencia e incomunicabilidad; la profunda soledad del ser incapaz de reconocerse en la impresión del otro, etc, … junto a tales asuntos, digo, (que podrían rastrearse en una lectura pormenorizada en el texto) el autor indaga con inigualable penetración y finura en el tema de la creación literaria y en el de la verdadera naturaleza de las criaturas de ficción, menos reales quizá, pero más verdaderas que las de carne y hueso. Ya tenía escrito Unamuno que había más verdad en don Quijote y Sancho que en el propio Cervantes, pues bien, Pirandello, asimismo, concede la primacía a las figuras de ficción, al personaje teatral en cuanto creación literaria, al que contrapone la mudable cambiante e inaprensible realidad del actor: “El verdadero milagro –dice Cotrone al Duque en el acto III- nunca será la representación, créame, será siempre la fantasía del poeta, la fantasía donde aquellos personajes nacieron, vivos, tan vivos que usted los puede ver, incluso sin que existan en tanto cuerpo”.

Teatro dentro del teatro al fin -artificio que el montaje de César Barló potencia con el desplazamiento de los espectadores del vestíbulo del Centro Cultural a la sala Jardiel Poncela para el “tercer momento de la obra”-, el reto parece ser recrear la ficción misma, la fantasía de un heteróclito grupo de inadaptados, fracasados o excluidos (los “desafortunados”) de la sociedad refugiados en La Scalogna, un lugar aislado y donde con ayuda de todo un guardarropa teatral inventan ficciones para verse como desearían ser y de paso para espantar a los curiosos. Capitaneados por el mago Cotrone acogen a una troupe de cómicos que en su intento por dar a conocer la pieza de un poeta (El hijo cambiado, obra previa de Pirandello) han acabado perdiendo todo lo que poseían y están en la indigencia. Durante su estancia en esa “casa de los espíritus”, como la denomina Cotrone se desdoblan en personajes de sueño, en espectros que evadidos de sus cuerpos viven un verdadera experiencia espiritual entrando a dar vida a unos muñecos que recogen su alma y representan su fábula.

Así se llega al desenlace inconcluso de la obra, cuya “reconstrucción” viene narrada por los actores mientras se preparan en el camerino para la representación ante los siervos de los gigantes. Su orgullo les ha impedido comprender que su historia sólo puede vivir en ese universo de la ficción y cuando intentan representarla en la fiesta organizada por los gigantes de la montaña terminan siendo víctimas de la incomprensión, de la zafiedad y de las iras del populacho que no entiende de sutilezas, siendo Ilse, la portadora del mensaje del poeta, la que corre la peor suerte. Con todo, la obra termina con un mensaje de esperanza: Cotrone niega que la poesía haya sido derrotada, insistiendo en que el pueblo sólo ha destruido a los fanáticos del arte que no han sabido hablar a los humanos.

Argumento laberíntico e intrincado donde los haya, texto denso y enjundioso, con pasajes de enorme carga conceptual pero también de intensa entraña humana, genuina poesía y con múltiples planos de la realidad imbricados, cabe decir que el montaje de César Barló (cuya dramaturgia atribuye al colectivo) acierta de pleno en crear esa atmósfera mágica, entre absurda y fantasmal que impregna la obra proporcionándonos momentos de gran impacto estético y emocional. Apreciamos una inusual coherencia entre los diversos elementos que conforma el espectáculo: el espacio escénico escenográfico, el espacio sonoro, el vestuario -magnifica evocación de la irrealidad, confeccionado con girones de la memoria-, y una iluminación de corte expresionista que concuerda con la gestualidad, las poses y el movimiento de los actores, que hacen sin excepción un trabajo riguroso e inspirado.

Madrid. Teatro Fernán Gómez

Y resulta difícil hacer distingos en la labor de los actores que en muchos casos es un trabajo coral, siempre de una excelente calidad artística; en ocasiones entrando y saliendo con gran pericia en los múltiples personajes de los que hacen doblete como es el caso de David Ortega (Daccia/Cromo), Javi Ródenas (Mara Mara/Battaglia) o Moisés Chic (Milordino/Spizzi). Los que lo hacen a título individual definen con solvencia, tino y ponderación las diferencias de roles actor/personaje: el bufonesco, campechano, inocente y bien humorado Quaqueo (Juan Carlos Arráez); la anciana astuta y cascarrabias Sgricia (Natalia Rodríguez) que tiene su momento de gloria en el relato del niño asesinado y en la procesión de los espectros; la “segunda actriz”, Diamante (Paula Susavila) pelín pagada de sí misma y dispuesta a conseguir la atención del Duque (Samuel Blanco) y a robar un poco de protagonismo a Ilse. Tienen mayores oportunidades de lucimiento Teresa Alonso (Ilse, la Condesa) y José Gonçalo Pais (Cotrone), Sobre los hombros de ambos descansa la mayor parte de la acción. Embutida, la primera, en su ajado vestido de muselina blanca arrastra durante toda la obra el cansancio y la frustración de no haber cubierto sus expectativas como actriz y sobre ella gravita la culpa de causar el suicidio del poeta autor de El niño cambiado; vital, apasionada, enérgica, determinada, sufre constantes cambios en su estado de ánimo y protagoniza, por fin, en el recitado del texto a las órdenes del mago, uno de los momentos más intensos y vibrantes de la obra. Respecto a Gonçalo Pais construye en la figura del mago Cotrone un personaje inclasificable; misterioso, sabio, filósofo, un nigromante autor de sortilegios y encantamientos creador de sombras, fantasmas y evanescencias de “todas las verdades que la conciencia rechaza”.

                                                                                   Gordon Craig, 09-II-2025.

Ficha técnico artística:

Texto: Luigi Pirandello.

Con: Teresa Alonso, Juan Carlos Arráez, Samuel Blanco, Moisés Chic, David Ortega, José Gonçalo Pais, Javi Ródenas, Natalia Rodríguez y Paula Susavila.

Diseño de espacio escénico y vestuario: Juan Sebastián Domínguez.

Diseño de iIuminación: César Barló.

Diseño de espacio sonoro: César Bascuñana.

Alma Viva Teatro.

Dirección: César Barló.

Madrid. Teatro Fernán Gómez. Hasta el 23 de febrero de 2025.

Acerca de Gordon Craig

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