La semana pasada hablaba de «Los regalos de la vida»: «las dificultades y la familia». Hoy señalo que la vida, inteligente maestra, también enseña que es conveniente ir aprendiendo en cada etapa a ser persona, que supone ir tomando consciencia de que no estamos solos, vivimos en familia y en sociedad. Pero además, que el tiempo corre para todos. No se tiene la misma percepción de ello, en la infancia, la edad adulta o cuando se es mayor.
Dicen que el tiempo no existe, porque siempre es «ahora». Pero, mientras vivimos aquí, vamos cambiando, física, mental y emocionalmente. Eso, no pasa de repente, pasa en el tiempo. En la escuela de la vida, cuanto más conscientes, más felices. La consciencia madura con el tiempo.
Viajamos bastante deprisa por la vida, aunque parezca que no nos movemos. Además de nuestros pasos, gracias a nuestro vehículo espacial, la Tierra, vamos a 1.675 kmh, o a 106.000 kmh, e incluso a 810.000 kmh, según se mire.
Vivimos en un mundo, en apariencia inmóvil, en el que todo gira a una velocidad de vértigo, el universo, los planetas, los bulos, las mentiras, el precio de las cosas, la deuda infinita… Y mientras, nuestra vida pasa, consciente o de forma inconsciente. Nos damos cuentan que como escribió el poeta Pedro Salinas: «Tenemos dos vidas y la segunda/ comienza cuando te das cuenta que/ sólo tienes una…».
En un momento el poeta siente, como todos, que pasan los años y que: «Mi alma tiene prisa». Percibimos, como él: «… que tengo/menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora«.
Así que intentamos ir a lo esencial. «Quiero la esencia, mi alma tiene prisa. Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos…Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena».
Alguna vez tenemos que dejar de poner excusas, admitir que muchas veces nos hemos equivocado, que nadie tiene la culpa del mal que hacemos o del error que cometimos. Llegar a ese punto, puede ayudar a ser felices.
Nos suben los impuestos, la luz, el gas, los carburantes, la cesta de la compra, el café, el pan y nos recorten hasta el aire, con las mascarillas y las cuarentenas. Pero…ellos nos gobiernan.
Hay que calcular mejor los riesgos y la opción a elegir que se considere más correcta al callar, al hablar, al votar, al aceptar o renunciar a cosas que podrían proporcionarte una rápida satisfacción si deja secuelas indeseables en la sociedad, en la familia y en uno mismo. Todo se reduce a una decisión personal, pero la meta de cada uno es, como dice el poeta: «llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia».
Así que el tiempo y la velocidad, cuentan, pero uno mismo y su elección son capitales. ¡No todo lo que nos afecta está fuera o es exterior a nosotros! Lo que deciden o dejan de hacer quienes están al frente de un gobierno estatal o autonómico, de una comunidad, de una empresa, o de una parcela económica mundial, europea o local, repercute en todos. Son poderes que puede hacer saltar las alarmas, por el control que ejercen sobre los vulnerables que somos nosotros. Es en nosotros donde se percibe la amenaza cuando se activa la hormona que tenemos para avisarnos: el «cortisol» Por eso puede activarse incluso en sueños. La persona con estrés, con miedo o ansiedad, el enfermo…somos nosotros. Se dispara porque el cuerpo no distingue una amenaza real de una amenaza imaginaria. Y cada vez hay más.
Según la Dra. Marian Rojas Estapé «somos una población intoxicada por el estrés, el miedo y la ansiedad». Y ha aumentado por causa del COVID-19, las circunstancias socio sanitarias y laborales, que aumentan las preocupaciones.
El desencadenante, generalmente está fuera, es exterior. La percepción de amenaza, miedo o estrés está dentro, en nosotros. Tenemos que descubrirlo para aliviar, pedir ayuda si se necesita y curar. Según la neuróloga Dra. Dalia Lorenzo: El cortisol es una hormona secretada por las glándulas adrenales, las cuales están ubicadas encima de cada riñón.
Y…la producción de cortisol está bajo la dirección del cerebro. Es clave, porque se activa y se expande en/por todo nuestro organismo. Esa hormona se produce y regula de forma natural: está en sus niveles más altos al despertar por las mañanas y luego se reduce gradualmente hasta llegar a su nivel más bajo por la noche. Pero, durante el día, hay circunstancias que pueden dispararla.
El estrés, impide descansar bien. Algo..nos pone susceptibles, irritables, tristes, incluso agresivos. Puede llegar a producir inflamación intestinal, caída del cabello o dolor en alguna parte del cuerpo.
Hay que rebajar la amenaza, o la percepción de la amenaza para superar el miedo, relajarse y recuperar la normalidad en la medida de lo posible. Si no aclaramos el porqué de la percepción de una amenaza, si no recibimos aire, si no nos da el sol, si no salimos al campo ni al bosque, si no hablamos, ni recibimos abrazos de cariño, iremos a peor.
Necesitamos entonces, la dopamina, la hormona del amor o del placer, o de la felicidad, que también funciona desde el deseo y desde la realidad. Esa hormona está también en nosotros. Se trata de un neurotransmisor liberado por el hipotálamo que influye directamente en el comportamiento, la actividad motora y la motivación. Es ella, la dopamina la que nos mueve a actuar, se libera para conseguir algo: bien sea para evitar un mal o alcanzar un bien.
Pero, curiosamente lo que necesitamos, también lo saben – y cada vez mejor– quienes manejan los hilos que nosotros dejamos sueltos por donde caminamos, sean o no caminos reales, comercios, restaurantes, búsquedas o preguntas que hacemos por Internet.
Ellos, no pretenden que recuperemos nuestra normalidad; conocen nuestras debilidades, quieren vendernos «sus productos» de la manera más rápida y rentable. ¿Cómo? Consiguiendo hacer de mi, de ti y de cualquiera, un adicto -tenga la edad que tenga.
¿Cómo lo consiguen? Captándonos, mediante las pantallas del móvil, la Tablet o del ordenador. Los dueños, manejan la información a través de las Redes, utilizan la política, los medios de comunicación e incluso las personas de nuestro entorno para que sintamos la necesidad y, hacen que lo compremos o se lo compremos a los nuestros. ¿Quién proporciona el móvil a un niño?
Y…como ¡lo tienen todo en pantalla, lo quieren todo! La pantalla es la primera droga para inocular la dopamina: la hormona del placer, el amor, las relaciones sexuales, los abrazos, la comida rica, los videojuegos y lo que nos haga pasarlo bien y/o disfrutar. Desde el móvil o desde la pantalla, estimulan la hormona que ponen el mundo al alcance, y amigos y adicciones. Por supuesto no es gratis. Es una estafa, pero no es piramidal sino emocional.A ellos les basta con saber que no eres un robot, pero se aseguran que tengas una cuenta. Y te pases horas ahí.
Estimulan nuestro cerebro con la motivación como lo hace cualquier adición, como cualquier droga, como el juego, como la cocaína, etc. Y como ellas, si no se es consciente, si no hay un responsable y creíble cerca, que advierta de cómo funciona y cómo desconectar o salir de esa dependencia, nos arruinan humana, familiar y económicamente. Nos arruinan la vida. Además, como saben donde estas y lo que puedes necesitar, para que piques te ofrecen «cookies», te envían información al móvil o al correo, o se hace el encontradizo «alguien que está cerca», y «te ofrece» lo que necesites a buen precio, o casi gratis al principio.
De este modo, la guerra del poder es cada vez menos democrática y más psicológica, más directa a la mente y los instintos, más sutil y más oculta, venenosa y dañina, porque despierta -con más medios que nunca- la hormona del placer. Y por supuesto, está al alcance de todas las edades y en cualquier parte del mundo. Es una guerra neurobiológica.
Desde la pantalla se activan en nuestro cuerpo los químicos naturales que despiertan o estimulan uno o todo «el cuarteto de la felicidad» conformado por la dopamina, la endorfina, serotonina y oxitocina. Con ellos, como dice la investigadora y autora del libro o, Habits of a happy brain («Hábitos de un cerebro feliz«), la persona se siente bien solo cono no sentir miedo.
Nos hemos acostumbrado recibir sensaciones emocionales constantes, recibidas de cualquier parte del mundo, de cualquiera: familia, trabajo, amigos e incluso desconocidos. Lo que llega despierta la hormona del placer. Lo que importa al poder y a las empresas afines es mantener la atención del usuario, el mayor tiempo posible en una pantalla. Es más fácil secuestrar nuestros instintos que dominarlos. Te sugieren todo y que lo quieras, ya.
¿La amenaza de la guerra? Olvídala. La batalla se libra en el interior de nosotros. Los días y los años pasan, pero hay cada vez menos psiquiatras, psicólogos, y menos amigos que nos ayuden a descubrir al enemigo, cómo ataca y cuáles son sus armas. ¿Estamos cada vez más solos? ¡No! ¡Desconocemos los infinitos registros de la libertad y las sensaciones y dimensiones de nuestro propio ser!
José Manuel Belmonte