sábado , 23 noviembre 2024

‘Nise, la tragedia de Inés de Castro’, de Jerónimo Bermúdez: «Las razones del corazón y la razón de estado»

Hay un conocido chascarrillo popular que viene a decir que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, mucho menos, añadiríamos nosotros, cuando se trata de la “Razón de Estado”. ¡Y cuantas tropelías y desafueros no se han cometido -y se cometen- invocando precisamente ese funesto mantra!  Con la proverbial enjundia y profundidad en el análisis de sentimientos y conceptos y con la insuperable riqueza en imaginería poética que caracteriza a nuestro teatro áureo, la pieza que comentamos analiza y desarrolla, si podemos decirlo así, un choque de “ legitimidades”: el derecho inalienable de dos amantes a seguir los dictados de su corazón y el derecho regio a disponer de vidas y haciendas por un mero acto de su voluntad soberana y en el ejercicio de un poder omnímodo, emanación del poder divino.

La trágica historia de doña Inés de Castro, que inmortalizó Vélez de Guevara en su pieza Reinar después de morir, estaba ya en germen en la obra Castro, del portugués Antonio Ferreira, y plenamente desarrollada en dos piezas de fray Jerónimo Bermúdez: Nise lastimosa y Nise laureada, que son de las que bebe directamente esta espléndida adaptación de Ana Zamora. Se trata de un hecho histórico de singular dramatismo cuya secreta fuerza de conmoción le hizo susceptible de convertirse en leyenda y perpetuarse a lo largo del tiempo en las creaciones literarias.

Haciendo caso omiso de su secretario privado y contraviniendo la voluntad y las aspiraciones dinásticas de su padre, el rey Alfonso IV, don Pedro, príncipe de Portugal, contrae matrimonio en secreto con la dama doña Inés de Castro, hija bastarda de un noble gallego. Instigado por los nobles “mestureros” y sobreponiéndose a sus escrúpulos de conciencia, el rey accede a las pretensiones de sus consejeros de eliminar a doña Inés. Tres cortesanos se encargarán de llevar a cabo el ominoso crimen, perpetrado, según cuenta la leyenda, en la Quinta das Lágrimas, próxima a Coimbra. Enterado Don Pedro del asesinato de su esposa hace la guerra a su padre. Ya instalado en el trono ordena desenterrar el cadáver, corona públicamente a doña Inés como reina consorte y hace que todos los miembros de la corte le rindan vasallaje. La obra termina con el apresamiento y la ejecución de Pacheco y Coello, los autores del crimen a quienes arranca públicamente el corazón para escarmiento de traidores.

Con un espléndido trabajo de conjunto culmina Ana Zamora el que quizá sea uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera -si nos atenemos a la complejidad de la trama, a la profusión de personajes y a la hondura e intensidad del conflicto- certificando la validez y eficacia de una poética escénica singular basada en la incorporación de la música en pié de igualdad con los restantes elementos de la representación. Una vez más, como en anteriores ocasiones, el perfecto ensamblaje de cuerpo, voz -en un permanente empeño de rescatar la sonoridad del castellano antiguo-, y música de época interpretada en directo, se revelan como un mecanismo privilegiado para recuperar la atmósfera de primitivismo y el carácter ritual que revisten las piezas del teatro tardomedieval y renacentista que Nao d’amores ha venido incluyendo en su repertorio desde su fundación.

Por centrarnos en la obra que nos ocupa, cabe resaltar que esa poética resulta particularmente efectiva para sumirnos en esa atmósfera opresiva y adusta de una corte medieval donde las conjuras palaciegas no se saldaban con la retórica vacua de una comparecencia parlamentaria o una entrevista-masaje en una cadena de televisión amiga, sino con verdaderos asesinatos o ajusticiamientos públicos, y donde las palabras como justicia, honor o lealtad aún tenían algún sentido. Pero no haríamos justicia a los personajes si los asociamos sólo a la rudeza y el primitivismo de sus costumbres, a la crueldad extrema con la que se comportan, a su lado oscuro -diríamos hoy-, también hallamos en ellos su lado luminoso, la sinceridad y hondura del amor que se profesan Inés y don Pedro, la piedad en un rey renuente a seguir los dictados de sus consejeros, la rebeldía de una mujer ante la injusticia manifiesta, la ternura de una madre y su espíritu de sacrificio, dispuesta, al fin, a dar la vida por los pequeños infantes.

La iluminación tenebrista, el tañido lastimero de la campana que anuncia las transiciones, la sobriedad del atuendo (el blanco del sudario o de los trajes talares contra la tosquedad de unas zamarras de vellón), o el empleo de determinados elementos simbólicos (la tierra, el agua, la corona, el cetro y otros signos del poder real) coadyuvan a la creación de esa atmósfera de misterio que impregna la escena y el desarrollo de la acción, cargada, frecuentemente, de terribles visiones y funestos presagios. Todo ello se completa con un atinado diseño del movimiento escénico -complicado, en un escenario a todas luces exiguo- y la presencia de los coros, que al final de cada acto proporcionan la glosa o contrapunto a las ideas, sentimientos o emociones expresadas por los personajes.

Aligerado el texto de las profusas descripciones y de las largas y conceptuosas disquisiciones sobre la naturaleza, prerrogativas y cargas de la realeza, se conservan, empero, suficientes elementos conceptuales para el cabal planteamiento y desarrollo del conflicto y pinceladas descriptivas sobre los paradisíacos parajes del Mondego en el entorno de Coimbra convertido en espacio mítico, al que se evoca una y otra vez como en un continuo ritornello en canciones y tonadas. Y hay lugar para escenas verdaderamente memorables en las que el elenco se emplea a fondo, consiguiendo cotas inusuales de emoción y tensión dramática.

Sin ánimo de discriminar, porque como ya he dicho, hay un más que notable trabajo de conjunto, uno agradece encontrarse, por ejemplo, con el veterano José Luis Alcobendas (el rey Alfonso) pletórico de energía modulando sus dudas, recelos e indecisiones en el acto segundo, tratando de responder desde su idea de justicia y equidad a la contundente argumentación de sus consejeros Pacheco y Coello. O en la conmovedora escena de la segunda parte, cuando termina sucumbiendo a las súplicas de una desconsolada Nise. De sorpresa no menos agradable y de feliz descubrimiento, -por cuanto no los habíamos visto antes sobre las tablas-, podríamos calificar el trabajo de Eduardo Mayo (Don Pedro ) y de Natalia Huarte (doña Inés), son dignos de encomio la arrebatadora pasión que arrastra al primero hasta el borde de la locura o la saña y crueldad con la que planea y ejecuta su venganza; soberbia está la segunda en varias de las escenas culminantes de la pieza, por ejemplo en la angustia y pavor en que la sumen sus tenebrosas premoniciones, en la ternura que dispensa a los infantes don Alonso y don Dionís y, en fin, en la firmeza y determinación con la que defiende ante el rey sus derechos y en la conmovedora súplica con la que termina por ablandar el corazón del monarca.

Gordon Craig, 4-VII-2021.

Ficha técnico artística:

Autor: Jerónimo Bermúdez.

Con: José Luis Alcobendas, Alba Fresno, José Hernández Pastor, Natalia Huarte, Eduardo Mayo, Alejandro Saa, Marcos Toro e Isabel Zamora.

Escenografía: Ricardo Vergne

Iluminación: Miguel Ángel Camacho.

Dirección musical: Alicia Lázaro.

Dirección: Ana Zamora.

XX Festival Iberoamericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid.

Clásicos en Alcalá. Alcalá de Henares.

Corral de Comedias, 2 y 3 de julio de 2021.

Acerca de Gordon Craig

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