Creo que se ha dicho todo. Que el rizo se ha rizado hasta el chamusque…
Espero que con esta entrada pueda limar un poco de hierro, porque quitarlo es imposible, máxime cuando directa y personalmente puede afectar a los míos. Así que no voy a comentar el 155, ni el estado de excepción ni el delito de sedición. Hoy va por mis gordos.
Observo desde arriba su comportamiento esta última semana y reconozco en ellos una resistencia pasiva, constante, persistente, tenaz.
No es una rebeldía a lo jacobino ni a lo soviético, más bien es a lo Gandhi pero con una pizca de claveles.
- He estado más nerviosa. Ellos lo notan.
- He estado más ausente. Ellos lo demandan.
- He estado más tiempo pendiente del móvil. Ellos lo ven.
- He visto más televisión. Ellos la oyen y la ven.
- He alzado la voz más de lo normal. Ello lo sienten.
Claro, y con tanta información normalmente inaccesible y diferente al mundo Clan y Disney Channel, las preguntas no se hicieron esperar:
- ¿Y por qué quieren irse? (tono de curiosidad grado bajo)
- ¿Y qué hará el Barça? ¿Y Messi se irá al Madrid? (tono dramático, grado alto)
- ¿Y por qué no cumplen las normas? ( tono reflexivo, grado medio)
- ¿Quieren ellos hacer sus normas? ( tono reivindicativo, grado alto!)
Y hete aquí, que no se si por casualidad, fruto de mis fails descritos arriba o porque germinó un no se qué en sus cerebritos, que mi casa se transformó en una suerte de trinchera indiferente con la que estoy sudando tinta china…
Así doy la orden correspondiente, clara y corta… la callada por respuesta…
Repito la instrucción. La mirada perdida en el Mediterráneo.
Cambio al tono autoritario. Erre que erre.
Paso al grito controlado. Nada
Establezco un plazo: 10 segundos…
Y entonces, me olvido de la disciplina positiva, de la empatía, de la mediación, del coaching y de todas esas herramientas salvavidas y paso al poder coercitivo. Les agarro de sus manitos más fuerte de lo normal y los llevo directamente al lavabo para que las temidas bacterias hagan rafting por la tubería. ¡Me arrugo por dentro!, es una norma aceptada, practicada y nunca discutida hasta hoy.
Hoy mientras charlabamos en la cocina, decíamos entre risas ¡Igualitos que Puigdemont, ni caso! Y ahí dije: ¡zasca! ¡Voilé! ¡ voy a mojarme en el blog! (más bien poco…)
Esta mañana no usamos la coacción, usamos la amabilidad y funcionó.
Qué gran dificultad asimilar en unas horas contemplar a un policía arrastrando a una señora y casi a la vez ver a otro agente perplejo, tragándose la fuerza, insultado y vejado por un grupo de personas, incluida una niña rubia de la edad de mi hija.
Algo ha fallado estrepitosamente. Qué los políticos se tomen un café cargado.
Mª Cristina Morado Fernández
Abogado