Es un hecho que los marcos de referencia tradicionales (el horizonte de referencias éticas) que nos permitían situarnos ante la realidad y adoptar determinadas posturas vitales ante la misma han cambiado. Hombres y mujeres nos enfrentamos a formas de vida y cultura diferentes, a cambios de roles o funciones sociales (identidad sexual, masculinidad, feminidad, ect.) por no mencionar la cambiante “geografía de los estatus” (de que habla Taylor). Y es un hecho que no hay unanimidad acerca del ritmo y del alcance de dichos cambios, sobre todo en lo que atañe al universo femenino. Pues bien, en esta hora en que el sector más beligerante del movimiento feminista está adquiriendo los tintes más sombríos y sectarios de una batalla ideológica no está de más contar con elementos de reflexión que introduzcan un factor de racionalidad en el debate y lo hagan desde una perspectiva amplia, no reduccionista y no contaminada (“colonizada”) por intereses políticos.
La obra que comentamos, Top Girls, que puede verse estos días en el Teatro Valle-Inclán, ofrece una inmejorable oportunidad para ahondar en el conocimiento de la condición femenina. Su autora, la dramaturga británica Caryl Churchill, se nutre de las inquietudes que permearon todo el Movimiento de Liberación Femenina, particularmente activo en los 70 en Inglaterra. Y aunque nos llega un poco tarde (la obra se estrenó en el Royal Court londinense en 1982 y está fuertemente contextualizada en aquellos años de reivindicaciones y lucha por la equiparación de la mujer) todavía mantiene intacto gran parte de su potencial como denuncia de la opresión de que han sido objeto las mujeres en el pasado y como expresión de las dificultades presentes de desempeñarse en el trabajo siendo mujeres en un mundo hecho a la medida de los hombres.
La pieza, de estructura muy compleja -y que, cabe anticiparse a decir, el director resuelve en una puesta en escena brillante- contrapone el pasado con el presente de la mujer; el resultado de esa comparación puede parecer halagüeño a primera vista, -y lo es, en muchos aspectos- pero no lo es tanto si se considera el alto precio que tiene que pagar todavía la mujer para llegar a lo más alto del escalafón en la empresa -el último acto pone de relieve de forma cruda y directa todo aquello a lo que tiene que renunciar Marlene para conseguir el éxito-; pero además, y este es otro de los aspectos relevantes de la obra, se reflexiona acerca de si para conseguirlo merece la pena usar los mismos métodos, la misma competitividad y agresividad extremas en el trabajo de que se han servido los hombres a lo largo de la historia para mantener su supremacía, extremo que se pone claramente de manifiesto en el comportamiento de las jóvenes ejecutivas Win, Nell, y de la propia Marlene dentro de la empresa, cuyos métodos no difieren en nada, por poner sólo un ejemplo, de los de los agresivos y despiadados agentes comerciales de Glengarry glen gross, de David Mamet.
La acción se desarrolla en tres ambientes diferentes: el restaurante donde Marlene va a celebrar su nombramiento como directora general de la empresa de colocación en la que trabaja; la oficina, con su trasiego diario de aspirantes a un nuevo empleo, y la cocina de Joyce, hermana de Marlene, en una modesta vivienda de un pueblecito de la Inglaterra más deprimida económicamente.
Las invitadas a la mencionada cena no son precisamente las compañeras de trabajo de Marlene, sino cinco mujeres que vienen de distintas épocas del pasado y que en conjunto representan la experiencia generalizada de la opresión sobre la mujer a lo largo de la historia, desde lady Nijo (Huichi Chiu), una geisha en la corte imperial del Japón medieval hasta la más viva expresión de resentimiento de la campesina Dull Gret (Macarena Sanz) al frente de una revuelta de mujeres, imagen extraída de una horripilante tabla del pintor flamenco Pieter Brueghel “el viejo”, pasando por la papesa Joan o la paciente Griselda (Paula Iwasaki), humilde y sumisa heroína de uno de los más celebrados relatos de los Cuentos de Canterbury, de Chaucer.
Tras esa incursión en el pasado, la obra vuelve al presente y, a través de las entrevistas de las aspirantes a nuevos puestos de trabajo que pasan por la agencia de colocación y de la escena final, -espléndido vis a vis de Joyce (Rosa Savoini) y Marlene (Manuela Paso)-, se revela la cruda realidad cotidiana que viven muchas mujeres en el trabajo o como madres y amas de casa, pivotando entre la frustración y la desesperanza, el resentimiento o la aceptación resignada, y siempre con el deseo pocas veces satisfecho de poder huir a otra parte y liberarse de un ambiente del que se siente prisioneras, como Isabella Bird, otro de los personajes invitados a la cena rescatado de la Inglaterra victoriana.
La versión de Ana Riera respeta escrupulosamente el original, traduce la riqueza y vivacidad de unos diálogos cifrados la mayor parte de las veces en un lenguaje rigurosamente coloquial, ocasionalmente en argot, lo que confiere a la pieza una notable dosis de realismo. Ya hemos mencionado que la puesta en escena y ambientación es excelente. El director, Juanfra Rodríguez se las ingenia para hacer creíble una escena verdaderamente delirante como es el encuentro inicial de mujeres de tan variada procedencia, que se interrumpen unas a otras entonando su palinodia en un diálogo cruzado que da lugar a notables situaciones humorísticas y que terminan borrachas y exhaustas escuchando el apocalíptico relato de Gret en su cruzada contra el mismísimo infierno. Proyecciones y fragmentos de video, ayudan a contextualizar la época, los últimos años ochenta, en que se desarrolla la acción acentuando la inequívoca intencionalidad social de la obra. El trabajo de las actrices, en fin, es extraordinario, todas sin excepción derrochan una enorme energía haciendo dobletes y tripletes para dar vida diferentes mujeres, de edad, psicología, intereses y ambiciones distintas.
Gordon Craig, 31-III-2019.
Ficha técnico artística:
Autora: Caryl Churchill.
Con: Huichi Chiu, Paula Iwasaki, Miriam Montilla, Manuela Paso, Macarena Sanz, Rosa Savoini y Camila Viyuela.
Escenografía: Alicia Blas.
Iluminación: Valentín Álvarez.
Dirección: Juanfra Rodríguez..
Madrid. Teatro Valle-Inclán. Centro Dramático Nacional. Inaem
Hasta el 21 de abril de 2019.