jueves , 21 noviembre 2024

‘Últimas palabras de Torquemada’, de Ignacio García May (a partir de Las novelas de Torquemada, de Benito Pérez Galdós)

“El habilitado del infierno de los deudores.”

Con motivo de la celebración del centenario de la muerte del Don Benito Pérez Galdós, se ha representado estos días navideños en los Teatros del Canal, un montaje inspirado en las denominadas Novelas de Torquemada (1889) bajo la  dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Si cualquier ocasión es buena para reencontrarse con la obra de Galdós, este estreno constituye un estímulo especial para hacerlo y disfrutar de una inmersión profunda en el prodigioso universo narrativo del autor a la vez que buceamos en las fuentes de las que bebe el texto de la adaptación para la escena que ha llevado a cabo Ignacio García May.

Y cabe apresurarse a decir que uno no sale incólume de la lectura de estas más de seiscientas páginas de prosa caudalosa e inspirada sugestionado a partes iguales por la enjundia y complejidad de los caracteres, por la fina ironía que despliega el autor para hacernos más llevaderas las miserias y penalidades  por las que atraviesan (y que, con frecuencia, convierten sus vidas en un verdadero infierno) y por la maestría absoluta  con la que maneja los más variados registros del idioma para traducir la compleja trama de sus sentimientos y la intensidad de sus emociones.

Imagen del escritor Benito Pérez Galdós

Junto a La desheredada, Tormento, La de Bringas o la monumental Fortunata y Jacinta (entre otras), pertenecen las cuatro novelas que conforman la tetralogía de Torquemada a un periodo de su ingente producción novelística que él mismo denominó “Novelas españolas contemporáneas”, porque se desarrollan poco más o menos en la época en la que el autor las escribió y las dio a la estampa, viniendo a constituirse en su conjunto como un amplísimo fresco del Madrid de finales del siglo XIX en el que los personajes de ficción aparecen en un contexto histórico preciso con referencias exactas al acontecer político (los primeros años de la restauración canovista) y al clima moral imperante.

 Con España inmersa en el lento proceso de demolición del Antiguo Régimen, de manera recurrente aflora en los personajes galdosianos -y en los de la obra que comentamos, en particular- la misma pugna ideológica que enfrentaba, a veces de manera violenta, a los españoles coetáneos de Galdós: una nobleza en descomposición que no se resigna a morir como clase, un clero trasnochado que se resiste a perder sus privilegios en el control de las almas, una burguesía en plena expansión no siempre por medios legítimos y envuelta en corruptelas y el pueblo llano como convidado de piedra sumido en la ignorancia y en la miseria. En el caso de la obra que nos ocupa, resulta extraordinariamente esclarecedora como impagable lección de historia, la rivalidad entre el protagonista, don Francisco de Torquemada  y Rafael, el hermano ciego de “las Aguilas”, Cruz y Fidela, y mantenida prácticamente a lo largo de las dos novelas centrales de la tetralogía (Torquemada en la Cruz y Torquemada en el purgatorio), representantes, uno (Rafael), de los valores caducos de una clase nobiliaria venida a menos, y el otro (Don Francisco), de esa burguesía adinerada -bien que por malas artes, en este caso- proclive a otros intereses más “terrenales” enderezados al progreso material y a la mejora de las condiciones de vida del cuerpo social. Junto a ellos pulula toda una variopinta  fauna de personajes secundarios: burócratas influyentes o cesantes, picapleitos, pícaros, sablistas, políticos, clérigos, hasta representantes de las profesiones más humildes o pobres de solemnidad. Personajes, todos y en esto radica precisamente la grandeza de la obra, sobre los que nuestro autor proyecta una mirada abierta, fruto de un espíritu genuinamente liberal, progresista y agudamente crítico, objetivo y alejado de la visión dogmática, maniquea, de sus primeras novelas.

Novelas de Torquemada

La adaptación no puede resumir -ni lo pretende- en poco más de veinte páginas  -¡y en forma de monólogo!- el abigarrado universo que se despliega ante nuestros ojos en el original. Con todo, García May ha hecho una más que meritoria faena de aliño para, deshacerse de la ganga (largas descripciones, reiteraciones y rodeos, tramas adventicias o alambicados excursos con los que nos obsequia la fecunda inventiva de Don Benito extramuros de la conciencia despierta de los personajes) y quedarse con el metal precioso que contiene la pieza en lo concerniente a la pasión por el dinero que arrebata a nuestro egregio usurero, a las tácticas de sitio y acoso de Cruz a la fortaleza inexpugnable de las rudas costumbres de don Francisco y de su apego al vil metal, para darle una pátina de respetabilidad y elevar su estatus social; pero también en lo atañedero a esa rivalidad aludida con Rafael, aderezada por el odio visceral que ambos  se profesan y que deriva, en el ciego en una envidia malsana y feroz contra su sobrino. Ello sin dejar de lado el empeño jesuítico del misionero-capellán Gamborena por atraer al redil el alma del desventurado  Torquemada en un final verdaderamente  aterrador, que revela hasta qué extremos de crueldad puede llegar el sectarismo de este abnegado servidor de la Iglesia experto en el “negocio de la Salvación”.

Precisamente es ese final, en virtud de la radical ambigüedad de las últimas palabras proferidas por avaro en su lecho de muerte, el elemento que da cohesión al conjunto y el punto de apoyo sobre el que pivota toda la construcción dramática. “… Conversión, … conversión”,  repite una y otra vez Don Francisco, sin que lleguemos a saber a ciencia cierta  si se trata de que ha aceptado  finalmente las condiciones del pacto con San Pedro (su conversión sincera y su renuncia sin reservas a los intereses mundanos en pro de alcanzar la dicha en la otra vida ), o si se trata más bien de una referencia a uno de sus últimos y más ambiciosos proyectos en el orden pecuniario-político, como senador y hombre de confianza del ministro de Hacienda del gobierno: la “conversión” de la Deuda Exterior en Deuda Interior.

Rescatando en su literalidad pasajes significativos de las cuatro novelas y aglutinándolos con una argamasa de cosecha propia, siempre fiel al argumento original y con ligeros guiños a un presente que guarda inquietantes similitudes con el pasado novelado por Galdos en lo que a arribistas, sanguijuelas del presupuesto y ladrones de guante blanco se refiere, García Muy hilvana un compacto relato coral para cuatro personajes, uno de cada una de las novelas ( la “Tía Roma”, una fámula vieja y decrépita, sirviente de la casa de Torquemada durante su primer matrimonio; Rafael, Doña Cruz del Águila y el capellán Gamborena) que tratarán de dar satisfacción a la curiosidad de un interlocutor ficticio (una silla vacía) acerca del sentido de dichas últimas palabras. Cuatro voces -y un único actor- para, desde cuatro perspectivas distintas y complementarias, indagar en la peripecia social y humana de esta magistral creación galdosiana: el usurero don Francisco Torquemada, carácter parangonable con los más logrados tipos de avaros de la literatura de todos los tiempos.

El actor Pedro Casablanc

Una apuesta arriesgada, en fin, y todo un reto para el veterano actor Pedro Casablac y para el director del espectáculo, Juan Carlos Pérez de la Fuente, de cuyos resultados definitivos lamentablemente no podemos dar cuenta por incomparecencia en la sala, confinados como estamos por efectos de la pandemia. Confiemos, en todo caso, que vengan tiempos mejores y en un futuro próximo podamos disfrutar de una más que segura reposición del espectáculo.

Gordon Craig.

5-XII-2021

Ficha técnico artística:

Texto de Ignacio García May (Adaptación de la tetralogía: Torquemada en la hoguera; Torquemada en la Cruz; Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro.)

Con: Pedro Casablanc.

Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.

Madrid. Teatros del Canal.

Acerca de Gordon Craig

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