A veces nos podemos asustar, por cosas que no tienen fundamento. Para mejor entenderlo puedo contar una pequeña historia que comienza así:
-¿Qué fue ese estruendo?
Se escuchó un fuerte golpe, y después otros repetidos y más lejanos.
Luego, el silencio. Y esa pregunta, que era casi un grito.
La imaginación se desboca pensando algo terrible. Inconscientemente se dispara, los nervios y los sentimientos hielan la sangre. Un escalofrío recorre dodo el ser de arriba abajo.
El corazón se acelera y da un respingo. Un estremecimiento atraviesa las células del cuerpo. Y la persona salta como un resorte. Es de noche.
Algo interiormente alerta de un peligro y piensa que puede haber sido la persona que más quieres que haya caído por la escalera. Se teme lo peor.
Segundos de silencio parecen siglos. Se acelera el pulso y las piernas tiemblan. Un pensamiento negro se apodera del ser, mientras la mano busca al interruptor de la luz.
Palpas, pero tus dedos no aciertan con la llave. Aunque hayas encendido o apagado mil veces, ahora que lo necesitas, el interruptor… no está donde imaginas… al final de tu mano.
Busca a ciegas frenéticamente hasta palpar la caja del interruptor. Otro grito.
-¡Oh no!
Los dedos de otra mano coinciden y se encuentran en la misma caja del interruptor. ¡Nooo! Se enciende la luz. Todo se aclara. Resulta que, el marido que se había demorado un poco más en el ordenador, pensando que su mujer estaría ya dormida, decidió no encender la luz de la escalera y, sin querer, había rozado uno de los cuadros que colgaban en la pared, y había rodado escaleras abajo hasta el pasillo .
Ahora estaba allí, desconcertado por los gritos. La envolvió en un abrazo nervioso pero inmenso. Las sienes y el corazón encuentran razones para ir acompasando los latidos, poco a poco.
El cuadro, ajeno a la tragedia, yacía patas arriba al final de la escalera. ¡Tan solo se le habían saltado una o dos cuñas de madera que tensaban el marco. Ni el lienzo, ni el marco habían sufrido daños de consideración.
Al comprobar que todo había resultado una alarma absurda, se miraron y al contemplar la palidez de la cara, se abrazaron casi temblando por los nervios.
En realidad fue él quien primero se repuso, para ir a buscar un vaso de agua. Gracias al agua y sus caricias, el susto del cuerpo se fue diluyendo… poco a poco.
Sentados ante el cuadro, hablaron del mal momento, que la fuerza desbocada de la mente les hizo pasar, al escuchar el golpe.
Sucede con frecuencia que, cuando oímos algo, ruido, palabra, grito, noticia o un simple mensaje en el móvil, la imaginación es capaz de crear una realidad o un problema, donde no lo había. Llega a producir miedo o incluso pánico.
Necesitamos controlar nuestra mente para ser dueños de ella, porque la falta de control puede llevar al desvarío y a unas reacciones descontroladas, en nosotros y en nuestro entorno. Eso lleva al auto engaño, la histeria y la infelicidad.
Si no somos capaces de controlarnos y ser conscientes de algo que «no era un peligro», es probable que el peligro esté en nosotros y termine en estrés o enfermedad.
Solo tomando consciencia iremos adueñándonos de nuestra vida y de nuestras reacciones, y podremos llevar un poco de paz a nuestro entorno.
Podemos haberlo comprobado cada uno, desde diciembre. El ruido progresivamente aumentado del coronavirus, hoy ha terminado con un golpe sobre la mesa. Las autoridades han dejado pasar más de dos meses, y el ruido de las noticias de todos los colores han sembrado el pánico en la ciudadanía. Demasiado tiempo sin atajar el problema. El 8M fue clave. Las plazas se llenaron de manifestaciones. Creció el contagio.
Se desató la histeria en las compras compulsivas de la gente. Un rollo o mil de papel higiénico, fueron el símbolo visible de la histeria. Se hacía necesario que alguien tomara las riendas, para intentar parar el contagio, como se hizo en otros lugares y, poder atender con ciertas garantías a los afectados.
Por fin, el gobierno ha decretado el estado de alarma a nivel nacional para evitar que se siga extendiendo. Se ha decretado el confinamiento en casa, de toda la nación.
El Cierre. Quedarse en casa. Prevenir que la pandemia siga avanzando es un paso importante y depende de todos. El nerviosismo general podía apreciarse en los mercados, en las bolsas, en el cierre de restaurantes, bares, museos, parques.
Hay mucha gente preparada que está exhausta y desbordada de tanto trabajo, empezando por los sanitarios, y siguiendo por los supermercados, y transportes. Necesitan nuestra colaboración para no venirse abajo, ni abandonar.
El coste en vidas humanas será alto. El coste económico de esta pandemia será difícil de evaluar y de revertir. Pero la Naturaleza y la vida en este Planeta han sufrido catástrofes y situaciones muy duras a lo largo de la historia…han terminado reponiéndose. Por eso estamos aquí, hoy.
Después de un tiempo -que nos permite pensar- intentemos colocar las cosas en su sitio y volver a la normalidad. Tal vez el confinamiento, nos ayude a pensar lo frágil que es la vida, a hablar con los nuestros, aprender a ser más solidarios y vivir con un poco más de paz.
La última vez que estuve en un programa de TV dije que se necesitaban más equipos de cuidados paliativos. Era el 22 de febrero 2020. Alguien dijo que aquí, se disponía de equipos preparados y equipados. No se dijo de cuantos. Hoy 15 de marzo, los hospitales están colapsados y no pueden atender a los que necesitan esos cuidados especiales. Hay personas de Guadalajara, que están en la UVI en Madrid.
Y por si fuera poco, se está produciendo en muchos pueblos de esta provincia, una «invasión de madrileños», que pese a la prohibición de salir de casa, se han tomado la alarma sanitaria como unas vacaciones, y los pueblos ante algún caso de contagio, no disponen de medios para actuar.
Los aplausos son muestra de agradecimiento, pero hoy nuestros sanitarios carecen de medios para protegerse, y eso exige SOLIDARIDAD.
Emiliano García-Page, comparece tras participar en la videoconferencia de presidentes autonómicos.
José Manuel Belmonte.