Salimos de casa con la niebla y el frío, rumbo al norte, rumbo a la montaña. Buscábamos algo más que lo ya conocido, de los dinosaurios y las icnitas , más que historia, más que Numancia y otras grandes batallas, más que poesía con Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Gerardo Diego, más que el nacimiento de un gran río como el Duero, más que el olmo seco o la Laguna Negra o La Fuentona, buscábamos el Paraíso Natural, desconocido y bello.
La Naturaleza nos sorprende siempre. En cualquier época. En cualquier lugar. Cualquier día.
Después de Numancia y de Garray, por la carretera hacia Logroño y Navarra, llegamos a Almarza, desde donde se divisa a la derecha, la amplia ladera de la sierra de Montes Claros.
Una hermosa panorámica de su ladera sur, permite divisar la gran Reserva Natural que buscábamos. Es el «El Acebal de Garagüeta», Según Wilkipedia: «es el mayor bosque de acebos existente en la Península Ibérica y de Europa meridional. Comprende 406 hectáreas de bosque, de las cuales 180 son masa pura continua de acebos que crecen de forma laberíntica formando bóvedas en las que se refugian tordos, corzos y zorzales».
Después de reponer fuerzas, continuamos la ruta hasta Arévalo de la Sierra. Y a 300 metros, tomamos el desvío hacia la izquierda que permite llegar a la entrada del Parque Natural.
Hay que subir 2 kms por un camino de montaña, carretera no asfaltada, hasta la cerca y el aparcamiento. Había un autocar y varios coches. El paso, es individual, pero libre. Y desde allí se inicia el recorrido a pie de varios kilómetros, que puede hacerse por camino amplio, para coches, o tractores forestales.
En la medida que nos acercamos, en un día diáfano, llaman la atención los colores vivos, y la nieve en las montañas lejanas.
Suelen pastar algunos animales en la ladera, En lo alto, apenas se divisan los molinos eólicos, que parecen centinelas que protegen tanto la reserva de acebos, como la paz de los pueblos que se extienden a sus pies.
Nosotros queríamos descubrir cómo la Naturaleza, se adorna en esta época del año, y desafía la dura climatología del otoño o del invierno.
La belleza de esta maravillosa estampa, para quien no haya estado allí, es difícil de describir. Tal vez si os dejamos algunas imágenes, podáis haceros una idea remota. Cualquier época es buena, pero en esta época, El Acebal está espléndido.
El acebo, cada árbol verde oscuro y brillante, es pura vida. Crece lentamente. Pero puede llegar a alcanzar los cien años.
Sus frutos, en racimo, son bayas de color rojo intenso muy llamativas que llevan en su interior varias semillas. Son venenosos para los humanos. Estos frutos son adorno que realza la belleza del árbol y atrae a las aves y otras especies, que se aprovechan de ellos justo cuando no han desaparecido otros alimentos. Tan solo el escaramujo, una baya que procede de un rosal silvestre llamado rosa canina, suele dar sus frutos, por esa época.
Los acebos son árboles curiosos. Los hay machos y los hay hembras. Los frutos que adornan y enriquecen solo aparecen en los árboles hembras. Por ello necesitan la cercanía de algún árbol maño para fecundar las flores.
El acebo una especie protegida, por lo que está prohibido cortar ramas o arrancar las plantas que crecen espontáneamente en nuestros bosques.
El acebo para los celtas es un árbol Sagrado. Dicen que es el árbol de la buena suerte.
Aunque los humanos nos esforzamos estos días en colocar las luces y los adornos navideños, la Naturaleza nos enseña todo eso y nos regala el poder respirar y disfrutar de la tranquilidad y de la paz. Tal vez nos desee a todos buena suerte y prosperidad, desde el silencio con montaña y del acebo. ¡Buena Suerte!
José Manuel Belmonte