El domingo 26 de mayo los españoles, y un buen número de extranjeros residentes en España, más de 3.500 solo en la provincia de Guadalajara, están llamados a una triple cita electoral: elecciones al Parlamento Europeo, elecciones a las Cortes regionales y elecciones municipales. Será la segunda cita electoral a la que acudiremos en menos de un mes, algo que, afortunadamente, no es habitual en nuestro país.
Tras la moción de censura de junio de 2018, desde el Gobierno provisional y no electo de Pedro Sánchez se polarizó la sociedad española en la vieja división de ‘izquierdas’ y ‘derechas’ para provocar la movilización de parte de su electorado más abstencionista, que por dos veces lo había rechazado en dos elecciones consecutivas no hace mucho, todo indica que estas elecciones municipales las cifras de participación ciudadana serán muy inferiores.
Los españoles nos jugamos mucho en el envite. Entregar como ya se ha hecho no solo el poder del Gobierno de la nación a una coalición de partidos que o bien no creen en la nación o creen que no existe una sola, sino también el poder autonómico y municipal a quienes restringen las libertades individuales y hacen de la asfixiante presión fiscal su forma de entender la política supondrá un retroceso democrático del que costará muchos años recuperarnos.
No olvidemos que nuestra relación diaria con las diferentes administraciones públicas es en un 90 por ciento con los ayuntamientos y autonomías y menos de un 10 por ciento con el Estado central: todo tipo de impuestos, subvenciones, políticas educativas, culturales, comerciales, etc se aprueban a nivel local o autonómico, no estatal. Y son impuestos que repercuten en nuestra calidad de vida, como la sanidad, educación o programas de dependencia. Y no siempre esa recaudación viene respaldada por una gestión eficaz de la cosa pública. Para darnos cuenta de que nuestro voto es importante no hay más que ver la pésima gestión sanitaria del Gobierno regional socialista castellanomanchego de García Page, con listas de espera de meses y meses, o de dependencia, donde la espera supera siempre el año o año y medio, mientras que los programas de subvenciones clientelares, sectarias e improductivas crecen año a año.
Cuando en toda Europa la izquierda reaccionaria ha desaparecido o ha quedado reducida a grupúsculos marginales, permitir que España se convierta en el último reducto trasnochado y enemigo de las libertades en occidente sería difícilmente entendible. Espectáculos como el apoyo institucional a golpistas y terroristas a la vez que se insulta a quienes crean empleo, pagan impuestos y donan parte de su riqueza a la sanidad común, nos deben de hacer reflexionar sobre a quiénes queremos entregar el poder: si a quienes solo venden humo y promueven el rencor, el enfrentamiento civil y el regreso al pasado cainita de los españoles, o a quienes trabajan día a día por que España vuelva al grupo de naciones más prósperas, ricas, avanzadas, influyentes y libres de Europa.
Por eso, los electores tienen en su mano impedir que una corriente sectaria, liberticida y confiscatoria totalitarice la vida social, política, cultural y económica de arriba abajo los próximos cuatro años.