La cerveza es una de las bebidas fermentadas más antiguas que se conocen, probablemente nacida a raíz de la consolidación de la Revolución Neolítica y el asentamiento de la agricultura, y que ha acompañado a diversas culturas expandiéndose a través de los siglos.
Crónica, vídeo y fotografías de José Luis Solano Provencio
Las raíces de esta bebida las podemos encontrar en oriente próximo, desde donde se expandirían a Egipto y la Grecia clásica, país en el que el filósofo Teofasto, en el siglo III a. C., ya describiría el zythum una bebida fermentada en base al trigo y la cebada.
Quizás desde allí la cerveza se introdujo por herencia cultural en el mundo romano, o quizás llegó al imperio por la influencia de los nuevos territorios que el S.P.Q.R. iba anexando en Europa y en los que la cerveza era consumida, sobre todo en las provincias del norte y del oeste, por ser estos lugares menos aptos para el cultivo de la vid y en los que el consumo de vino estaba mucho menos generalizado.
La expansión de la cerveza entre los pueblos bárbaros así como las corrientes migratorias del siglo V que desplazaron multitud de grupos étnicos a lo largo y ancho de Europa, serían factores que acabarían de implantar esta bebida en el viejo continente, donde se iría desarrollando a lo largo de la Edad Media y Renacimiento hasta llegar a ser algo bastante parecido a la popular caña que hoy consumimos.
Hispania is different
Pero la cerveza era una bebida que al principio no fue del todo aceptada en el mundo romano por identificarse su consumo como una costumbre de bárbaros e incluso una bebida pagana, tal y como la definieron las primeras comunidades cristianas.
Se podría decir que esa reticencia hizo que durante siglos la frontera vinícola-cervecera que suponía la implantación y aceptación de estas dos bebidas, prácticamente coincidiera con los límites de la romanización en casi toda Europa.
No obstante, el caso de Hispania era diferente.
Se da la circunstancia de que en la península Ibérica, los astures ya bebían cerveza, el zythos o zythum griego, cuando los romanos llegaron al noroeste peninsular, y también lo hacían los celtíberos, de quienes Plinio el Viejo, en el siglo I, dijo que se emborrachaban con una bebida conseguida a base de macerar cereales, al igual que hacían en la Galia.
Probablemente la caelia, que era como se denominaba esta primitiva cerveza consumida en la Celtiberia, tenía la misma implantación en el resto del territorio celta de la Hispania prerromana, esto es, los dos tercios occidentales.
En cuanto a los pueblos íberos que estaban asentados en el resto de la península, tal y como demuestran las evidencias arqueológicas encontradas, también conocían la cerveza, la elaboraban y la consumían desde hace más de dos mil años pero, eso sí, sin hacer de menos a la otra reina de las bebidas fermentadas que tan bien conocían y elaboraban: el vino.
De hecho, el vino de los celtíberos era muy valorado en la capital del imperio, hasta donde se llevaba para el consumo de élites que seguían desdeñando la cerveza.
Por eso se puede decir que tanto el vino como la cerveza han compartido pacífica convivencia en la península Ibérica desde hace milenios y que nada parece indicar que se vaya a perder tan buena y antigua costumbre.
Siempre se ha bebido cerveza en España
Aunque tradicionalmente se ha asociado el consumo de vino a nuestro país como algo generalizado y casi exclusivo en tabernas, posadas y figones, y estando tal creencia sobradamente asentada por la tradición vitivinícola española y la literatura que ha generado, lo cierto es que desde tiempos prerromanos no hemos dejado de beber también cerveza.
Aunque durante la época de la Hispania Romana se favoreció el consumo del vino en detrimento de la cerveza, tras la caída del imperio los pueblos bárbaros del norte de Europa así como visigodos y carolingios se ocuparon de retomar la costumbre cervecera manteniendo y quizás expandiendo el consumo de esta bebida hasta la llegada de la invasión musulmana.
Fue entonces cuando la cerveza tuvo que refugiarse en los conventos y allí su fórmula fue conservada, reproducida e incluso mejorada al comenzar a utilizarse para su elaboración el lúpulo en lugar del mirto.
La llegada a España de la influencia europea a través de Felipe el Hermoso y la casa de Habsburgo daría un tremendo impulso a la cerveza en nuestro país, desde donde se haría llegar a las colonias americanas, siendo tal la importancia que había cobrado la bebida, que su producción y distribución estuvieron controladas por el estado hasta su liberalización en 1833.
En el siglo XIX se generaliza el consumo de cerveza en nuestro país por lo que el “agua de cebada” comienza a compartir tertulia con clásicos como el café con leche o el chocolate con churros.
Tal expansión fue posible no solo gracias a la enorme popularidad y beneficios que la cerveza aporta sino también a los avances científicos, tecnológicos e industriales que hicieron que en nuestro país comenzaran a surgir pequeñas factorías cerveceras muchas de las cuales progresaron y aún existen.
El caso de Casimiro Mahou y sus hijos
Una de estas empresas, quizás la que mayor implantación tiene en el centro de España, es la que fabrica la cerveza Mahou y que tuvo su origen en la iniciativa e ilusión de Casimiro Mahou Bierhans, un alsaciano afincado en Madrid que, sin embargo, jamás fabricó cerveza sino que tuvo fábricas papel pintado, pinturas al temple y óleo.
No obstante, Casimiro Mahou, que estaba casado con la española Brígida Solana Fernández, parece ser que tenía la gran ilusión de elaborar cerveza por lo que, tras su fallecimiento, sus hijos contrataron los servicios del maestro cervecero alemán Konrad Stauffer Ruckert y comenzaron a producir cerveza en una fábrica cercana al cuartel de Conde Duque.
De ese modo, Alfredo, Enrique, Luis y Carolina Mahou Solana comenzaban en 1889 un largo y fructífero recorrido que en pocas décadas haría de la Mahou la cuarta cervecera del país y la segunda de la capital.
Tras los duros años de la guerra, en que la fábrica fue requisada pero no dejó de producir, y al atravesar las cerveceras una posguerra llena de dificultades por la escasez de ingredientes y el intervencionismo estatal en la producción, el consumo de cerveza se redujo en nuestro país, y la Mahou pasó momentos difíciles.
Por fortuna, la liberalización económica de finales de los 50 vino de la mano de diferentes medidas que contribuyeron a la promoción de esta bebida y también de la conversión de determinadas zonas de España en un destino turístico cada vez más demandado por el cliente del resto de Europa, por lo que la cerveza rápidamente resurgió y se incorporó a las costumbres del español.
Mahou supo aprovechar el tirón implementando nuevas formas de producción, distribución y promoción que hicieron que hoy en día la cerveza que produce esta marca sea una de las que mayor aceptación tiene en el territorio español siendo además la cerveza Mahou una marca con gran proyección internacional.
El taller de elaboración de cerveza de Mahou. Vídeo de J.L. Solano Provencio
¿Y cómo se hace la cerveza Mahou?
Si bien la cerveza es una de las bebidas alcohólicas más consumidas en la actualidad, lo cierto es que no todo el mundo tiene muy claro cuál es el proceso a seguir para su elaboración.
Si preguntamos, a numerosas personas le son familiares nombres como cebada, trigo, centeno, malta y lúpulo, pero estos se convierten en términos dispersos que no siempre se tiene claro qué significan ni para qué y cómo se utilizan si los queremos para fabricar cerveza.
Por eso, para aclarar términos y enseñarnos a hacer nuestra propia cerveza si así lo deseamos, en la planta que Mahou tiene en la localidad de Alovera se han realizado unos talleres de elaboración de cerveza entre los días 5 y 9 de noviembre.
Los asistentes a estos talleres pudieron en primer lugar ver, e incluso degustar, la cebada tras ser malteada, entendido este proceso como aquel que consiste en sumergir el cereal en agua para que germine y acto seguido tostarlo en mayor o menor grado para conseguir maltas más o menos oscuras en función del tipo de cerveza que se pretenda elaborar.
A continuación, los visitantes pudieron participar de la molienda del grano y su posterior maceración en agua caliente, operación que extrae el azúcar de la cebada y que produce un mosto dulce de olor muy característico.
A continuación, ese mosto se hierve para la eliminación de bacterias que hayan podido aparecer y al caldo se le añade el lúpulo, ingrediente que le aportará a la cerveza el amargor deseado y le dará el aroma que tiene.
Tal y como explicó la guía durante el taller, tras el hervido el caldo pasa al fermentador, donde se le añadirán las levaduras encargadas de transformar el azúcar en alcohol, proceso que producirá una mayor o menor cantidad alcohólica en función de la temperatura a que la fermentación se realice.
Una vez fermentado y madurado el producto de modo que el sabor se estabilice, la cerveza está lista para envasar en cualquiera de los múltiples formatos existentes y, por supuesto, lista para consumir, siempre con responsabilidad y a ser posible en buena compañía.