En la noche de ayer domingo 21 de enero, las campanas de la iglesia de San Vicente tocaron vísperas, novena, y anunciaban la eucaristía. Mientras sonaban, por la calle Mayor comenzaba a escucharse, ascendiendo, el sonido de la dulzaina y del tamboril, precedido del estallido de los cohetes que ascendían al cielo seguntino lanzados por los hermanos de la Cofradía de San Vicente.
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Los gaiteros de la Cofradía marcaban el paso de la celebración y, al llegar a la plaza de San Vicente, el gentío se arremolinaba en torno a ellos al calor de la música, a la espera de que llegase el del fuego de la hoguera de San Vicente.
Y mientras la preciosa portada de la Iglesia Románica que lleva el nombre del patrono de Sigüenza y que forma, junto con la Casa del Doncel, uno de los más bellos rincones de la ciudad, iba adquiriendo, con el caer de la tarde, su aspecto característico de vísperas, eran muchos los que entraban y salían del templo, para venerar al patrón de Sigüenza, y besar la reliquia que allí se conserva.
Desde el siglo XII es parroquia seguntina esta iglesia de San Vicente, cuya advocación está estrechamente relacionada con la historia de la reconquista de la ciudad. Fue el 22 de enero de 1124, día dedicado a este santo diácono y mártir, cuando las tropas castellanas, al mando del obispo Bernardo de Agén, conquistaron el castillo de Sigüenza a los musulmanes. Hoy hace 894 años.
En la escalinata de piedra, la muchedumbre esperó hasta las siete de la tarde la salida del párroco local, Jesús Montejano, para dirigirse al número 6 de la Travesaña Alta, donde según manda la tradición es la familia del hermano mayor saliente, este año Teodoro López, la que se encarga de vender las rosquillas del Santo.
Montejano las roció con el hisopo. Acto seguido, los seguntinos hacían cola para comprar las 8.500 rosquillas que, al precio de tres euros la docena, se ponían a la venta a continuación. La Cofradía emplea el beneficio para sufragar sus gastos anuales, que no son pocos. Las ha horneado el repostero Carlos Rupérez, de Pastelería Las Delicias.
“Llevar la insignia es una tradición que los seguntinos llevamos dentro desde críos. Es un orgullo portarla”, decía Teodoro. Mañana, día 23 de enero, se producirá el relevo de cargos. Será Mariano Hervás quien tome la insignia, convirtiéndose así, hasta el año que viene, en Hermano Mayor de la Cofradía.
Cuando el párroco salió de la casa de La Travesaña, los dulzaineros le abrieron paso con sus sones en dirección a la plaza de San Vicente. Allí, los hermanos cofrades, que son ciento treinta y cinco, habían preparado una enorme pira de leña, con un pino de mediano tamaño en su centro, del que pendían las típicas naranjas y mandarinas.
Unos dicen que hacen alusión al lugar donde el santo fue martirizado, Valencia. Otros, que su presencia se debe a que siempre fue costumbre en el “bibitoque” del día 23, entregárselas a los niños, en una época en la comerlas era poco menos que un lujo. El párroco bendijo la hoguera rociándola de agua bendita, y Jesús Canfrán y Jaime Gómez Olalla, le prendieron fuego.
Poco a poco las llamas fueron tomando altura, iluminando de rojo intenso las caras de los cientos de seguntinos y visitantes que se habían acercado a participar de la tradición centenaria. En cuanto fue posible, los niños y niñas se tiznaron las caras con el hollín que dejaban atrás las llamas.
Mientras, los dulzaineros de la Cofradía añadían el sonido de sus piezas a uno de los momentos más seguntinos del año, como es la tarde y la noche del día 21 de enero.
Para hoy, martes 22 de enero, queda la celebración religiosa de San Vicente, que va a oficiar el obispo, Atilano Rodriguez, y la correspondiente procesión, y por la tarde, en el auditorio de El Pósito, a las 19:30 horas, el XXXI Certamen de Dulzaina y Tamboril, José María Canfrán, que en esta ocasión va a estar dedicado a los gaiteros, muchos presentes y alguno ya tristemente ausente, que han acompañado tradicionalmente la celebración de la fiesta patronal de la Ciudad del Doncel.