En el cuadrante noroeste de la provincia de Guadalajara se sitúa el conocido como Parque Natural de la Sierra Norte. Con una superficie de más de 125.000 hectáreas, que engloban nada menos que 35 municipios, y limitado al septentrión por las sierras de Pela y Ayllón, es una comarca de hermosísimas montañas cubiertas de bosque y punteadas por pequeños pueblos cuyas existencias han discurrido en un secular aislamiento, a causa de las muy precarias vías de comunicación hasta hace poco existentes, sobre todo en tiempo invernal. Situación que no ha mejorado hasta tiempos muy recientes en que modernas carreteras asfaltadas han permitido el cómodo acceso a los mismos.
Esas circunstancias han determinado una endogamia en la idiosincrasia de sus habitantes, evidenciada en sus costumbres, labores, fiestas y tradiciones; caracteres peculiares que se trasladaron también a su arquitectura popular, la cual utilizó los materiales que se hallaban al alcance de los lugareños; en el presente caso, la pizarra negra. Sus grandes lajas permitieron levantar los muros y tejados de las viviendas, edificios representativos concejiles e iglesias de la zona, quedando dotadas estas construcciones de tan peculiar singularidad que han sido englobadas en la denominada “arquitectura negra”.
Crónica y fotografías de Julio Real González (*)
La actual carretera autonómica CM-101 nos permite a la salida de la capital alcarreña, y desde la autovía A-2, acceder a esta comarca olvidada y aislada durante siglos, que posee una salvaje belleza natural y un excepcional legado etnográfico y cultural.
La villa medieval-renacentista de Cogolludo
Como puerta de acceso a esta milenaria comarca, y antesala del denominado Parque Natural de la Sierra Norte, tras rebasar la localidad de Fuencemillán, y al poco de acceder a la carretera CM-1001, encontramos la histórica villa de Cogolludo. Su término municipal se aproxima a los 100 km2, y se compone, aparte de la capital municipal, de otras seis localidades entre villas y aldeas, sobresaliendo las villas de Aleas, Beleña de Sorbe y Jócar, entre otras; englobando en conjunto una población que actualmente ronda los 550 habitantes.
Cogolludo fue fundada en tiempos de la Reconquista de esta comarca impulsada por el rey de Castilla y León Alfonso VI (1040-1109), recibiendo de este monarca el fuero de su nombre en 1102; perteneció por donación efectuada en 1177 a la Orden de Calatrava, hasta que en el año 1377 se convirtió en señorío de nobles familias como los Mendoza o los Treviño. Finalmente su administración señorial pasó a depender de la casa ducal de Medinaceli, en la persona de D. Gastón de la Cerda y Sarmiento (1414-1454), hasta la abolición de los señoríos con la Constitución de Cádiz, en 1812. El nombre de la localidad, Cogolludo, parece ser que deriva de la forma apiñada del caserío, en forma de “cogollo”, que desciende por las faldas del monte cuya cumbre está culminada por el castillo señorial.
De esta fortaleza se ha especulado un origen musulmán, pero documentalmente consta su existencia a fines del siglo XI, siendo ampliada y reconstruida en los siglos XIV y XV, hasta su paulatino abandono en el siglo XVII.
El acceso a esta villa es realmente impactante, ya que tras acceder a la misma por una calle suavemente empinada accedemos a su plaza mayor, presidida por su magnífico Palacio Ducal.
Se trata de uno de los ejemplos más destacados, entre los actualmente subsistentes, de residencia palaciega señorial del período del primer Renacimiento español. Su promotor fue el Duque de Medinaceli, D. Luis de la Cerda y de la Vega (1442-1501), quien le encarga la construcción de su residencia al maestro de obras Lorenzo Vázquez (nacido en Segovia en torno a 1450), del que apenas se conocen datos biográficos restándonos, eso sí, magníficas obras arquitectónicas de esta provincia como el Convento de San Antonio, en Mondéjar; o el Palacio de Antonio de Mendoza en Guadalajara capital, actualmente dedicado a Instituto de Enseñanza Media. La construcción del presente palacio se efectuó en pocos años, ya que consta el inicio de los trabajos en torno a 1492 y su finalización en la primera década del siglo XVI.
Nos encontramos ante un edificio de marcada horizontalidad, dividido en dos pisos por marcada imposta en forma de pecho de paloma. Hay que resaltar la simetría en su concepción en relación a la distribución de sus ventanas y portada principal, característica muy novedosa en Castilla en esos años finales del Gótico y primerísimos del Renacimiento. La fachada de los dos pisos se encuentra conformada por sillería almohadillada de inspiración florentina. Se culmina la referida fachada por una fina crestería de enrevesados motivos vegetales simétricos, de aire goticista, entre plintos con blasones de la familia señorial propietaria, que sustentan pináculos de tradición renacentista; la barandilla que culmina la crestería muestra un sorprendente recargamiento decorativo al servir de soporte a elementos decorativos vegetales simétricos, alternados de pequeños pináculos.
La portada principal marca el eje central de simetría del edificio. Es adintelada, y se abre entre dos semicolumnas de fustes finamente labrados con elementos vegetalizados geométricos y “grutescos”, y están culminadas por capiteles de inspiración corintia.
Sobre el entablamento que sustentan las columnas, se alza frontón semicircular con estradós adornado por motivos vegetales simétricos, y en cuyo centro dos serafines sustentan el escudo ducal. El escudo más destacado se halla sobre la portada, en la planta superior, rodeado por gran corona de laurel circular, y con los serafines sustentantes del blasón. La fachada inferior, aparte de la portada principal, no muestra ningún vano en su gran paramento almohadillado.
El piso superior resalta por esta razón en gran manera, al ser la planta noble del palacio, y encontrarse abierta por grandes ventanales góticos.
Divididos en doble vano trilobulado por una columna o mainel, muestran un enmarcamiento con decoración de cardinas, estando rematados por frontón polilobulado rematado por florón, característicamente isabelino, en cuyo centro vuelve a aparecer la pareja de serafines tenantes del escudo ducal familiar.
A modo de gran atrio y para dar perspectiva y visión frontal a su flamante palacio, el duque de Medinaceli encargó a su arquitecto la urbanización de la actual plaza Mayor.
Edificada en los comienzos del siglo XVI, su acceso principal se enfrentaba a la fachada principal del palacio, dejando bien a las claras a cualquier viajero el poderoso señorío que ejercían los duques en la villa y en el resto de la comarca.
Concebida como una tradicional plaza castellana, muestra sus casas sobre soportales, constituidos por columnas de estilo toscano, que permitían el establecimiento de los comerciantes a cubierto en los días de mercado.
Es de destacar algún testimonio subsistente de casa tradicional convenientemente restaurada, dotada de escudo nobiliario, y perteneciente a algún hidalgo de la localidad, que aún conserva la planta superior dotada de balconada de madera con viguería del mismo material.
En próximos capítulos continuaremos con nuestra ruta, que incluirá Campisábalos, Valverde de los Arroyos y las chorreras de Despeñalagua, Campillo de Ranas, y Majaelrayo. Esta serie de artículos ha sido posible gracias al viaje promovido el pasado mes de abril de 2019 por la Diputación de Guadalajara y CEOE Guadalajara
(*) Julio Real González es guía turístico y coordinador de la revisto cultural La Gatera de la Villa