Desde octubre hasta julio, el primer sábado de mes, la asociación de Damas y Caballeros de Pastrana retoma las visitas teatralizadas al Palacio de Covarrubias, en la Plaza de la Hora.
Como cada año, el director teatral de la asociación, Javier Gumiel, aprovecha el “estreno” para renovar y mejorar la selección de escenas representadas para los visitantes del edificio y localidad donde realmente ocurrieron en su mayor parte.
En este sentido, Gumiel anticipa que “a partir de diciembre, incluiremos una de las más aclamadas por el público en el pasado Festival Ducal”.
Así, desde ese momento, la visita teatralizada terminará con el texto de la despedida a la Princesa, cuando son los niños, dando la voz al pueblo, incluso hoy día, quienes afirman que Pastrana no condena a la de Éboli, como sí hicieron las autoridades de la época.
Para seguir una de estas visitas teatralizadas, los interesados deben reservarla con antelación, llamando por teléfono a la Oficina de Turismo de Pastrana (949 37 06 72).
Esta auténtica obra teatral itinerante, que recorre el Palacio de cabo a rabo, tienen dos pases: a las once y media y a las doce y media de la mañana.
Los visitantes, organizados en dos grupos de en torno a cincuenta personas, son recibidos por pastraneros del siglo XVI, que les ponen sobre aviso de la llegada de la abulense. Entonces, vuelve a ser junio de 1569. Santa Teresa está llegando para entrevistarse con los príncipes de Pastrana.
“Para empezar, explicamos las ideas con las que viene la andariega, desde Toledo, y también con las que se va a encontrar de Ana y Ruy”, sigue el director.
Advertidos sobre lo que va a pasar, un verdadero torbellino de egos, los visitantes presencian la llegada de Santa Teresa a la puerta principal del Palacio.
A continuación, entran en cocinas, donde se informan de cómo era el menú de la época, y en qué consistió el que se sirvió para agasajar a la recién llegada.
Ya en la galería de Palacio, y probablemente en la misma estancia donde sucedió, los actores pastraneros representan el primer desencuentro entre aristócrata y religiosa.
“Cuando no le deja leer una de sus obras, ‘El libro de la vida’, la Éboli estalla”, describe Gumiel.
Ruy Gómez de Silva media para devolver el sosiego al Palacio, como bien cuentan los histriones pastraneros.
En la siguiente escena, en el oratorio, tiene lugar la imposición de hábitos a los legos, que luego serán los frailes del primer convento carmelita de Pastrana.
Y aún después, unas escenas costumbristas muestran a los asombrados visitantes cómo eran los juegos y las vestimentas de los niños del siglo XVI. Igualmente cada año, unos y otras se renuevan y actualizan como fruto del esfuerzo conjunto de la asociación y taller de trajes.
A continuación, la representación, por una cuestión logística, salta en el tiempo. Desde la habitación de la reja, los pastraneros recuerdan el arresto, y posterior destierro, de Bernardina, criada, confidente y amiga de Ana de Mendoza. La Éboli queda sola, con su hija pequeña, Ana. “Esta escena es posterior, históricamente, a otras que se representan, pero lo hacemos así por seguir el orden de las estancias que vamos recorriendo”, sigue Gumiel. De esta manera llega uno de los momentos álgidos de la representación, cuando la princesa vuelve a asomarse, aferrada a la reja, a la vida de Pastrana.
El lujoso Salón del Trono, y su espectacular bóveda de madera devuelven al espectador a la alegría de junio de 1569.
Los príncipes, y Pastrana, preparan una gran fiesta con motivo de la llegada de Santa Teresa a Palacio. Y es allí donde la asociación reproduce con gran detalle y cuidado de los movimientos los bailes cortesanos. Espectaculares, como los trajes, sin duda estos bailes uno de los atractivos principales de las representaciones, todo un estallido de buen gusto pastranero.
A partir de ese momento, la representación, llegando a su final, se convierte de nuevo en drama. En la siguiente estancia, los visitantes entran en el velatorio de Ruy Gómez de Silva, para comprender allí, de la mano del arte escénico local, el amor inmenso que unió a los príncipes, y, de paso, el respeto que la villa ducal siente, aún hoy, por Ruy Gómez. Tan grande fue su dolor, que la Éboli arrebató los hábitos a un fraile y decidió hacerse monja.
“En realidad, el velatorio sucede en Madrid, aunque luego trajeron el cuerpo del príncipe a Pastrana. Por eso, interpretamos que pudo suceder así”, explica el director. A pesar de que se lo prohibió el rey, Ana se rebeló, y lo hizo.
Y es en este punto donde, a partir de diciembre, la asociación de Damas y Caballeros insertará la última escena en la que se subraya que, siglos después, Pastrana no condena a la Princesa de Éboli, en rebeldía por la crueldad que sufrió Ana de Mendoza en los últimos días de su vida.